No llega al nivel de regla, pero en el mundo de los documentales las óperas primas suelen ser de carácter notoriamente personal. Hay varias razones para esa decisión artística.

Primero, en los talleres de guion documental (a lo mejor también en los de ficción) se suele enfatizar eso de escribir sobre lo que uno sabe (“pinta tu aldea y pintarás el mundo”) como una forma de mantener la pelota atada al pie en cuanto a aspiraciones y capacidad de producción o investigación. También hay en los nóveles directores algo del anhelo de mostrarse al mundo y –no menor– de que el acto en sí de la realización del documental sea un proceso sanador o transformador. Finalmente, también está el mero hecho de que el énfasis en lo personal de un proyecto documental ha demostrado ser una buena forma de vender el producto (o de ganar fondos para realizarlo).

No tenemos idea de cuáles de estos móviles son los que llevaron a Valentina Baracco Pena a realizar una película sobre (algunos se atreverían a decir “con”) su abuelo, pero el producto final es Ese soplo. El film se centra en Fernando, de unos impecablemente llevados 88 años, que de pronto tiene que ingeniárselas para seguir manteniendo vasos comunicantes con su nieta, luego de años de convivir con ella. La solución es la realización de una película, que permanece en la cabeza del retratado y Valentina deberá aportar su expertise para llevarla a cabo. Ese soplo intentaría ser tanto el proceso de confección de esa película como esa película en sí misma.

Algo similar sucedía en otro reciente documental nacional, Nieves florecida en astros, de Sergio de León. En ese caso la realización del film no estaba tan movida por la concreción del deseo del retratado, sino por una cierta idea del cine como algo que brota entre dos personas si están suficientemente cerca durante un tiempo prolongado. Aislados en tiempos de la pandemia, Sergio y su vecina Nieves (también de unos largos años) comparten balcón y van profundizando su relación, confabulando una sucesión de ensayos que conforman una especie de film dentro del film. Aquel documental era algo pequeño, mínimo, pero su mera existencia estaba justificada como un experimento, condición que le quita al film esa vara específicamente sancionadora o medidora de cada recurso empleado.

La película que quiere filmar Fernando también tiene esa cosa medio indefinida, pero más por el lado de la estratagema que por el de lo experimental. Nunca entendemos del todo la estructura ni el concepto del supuesto film, pero intuitivamente sabemos que aquello es una mera excusa para seguir manteniendo atada a su nieta. No es casualidad que la principal fuente de inspiración sea el nido de una torcaza, como una forma de rodear esa angustia de un nido vacío.

En este detalle se encapsula un problema importante del film. Aunque en esta especie de subgénero de documentalistas que filman gente anciana hay obras de excelente, mediana y mala calidad, con el tiempo se ha percibido cierto agotamiento de la temática. Es decir, hace un tiempo parecían muchas películas, pero últimamente se sienten demasiadas. Incluso la frase “Uruguay es un país de viejos” –que justifica la necesidad de filmar a esta población– ahora, de tantas veces subrayada, comienza a hacer agujeros en la hoja.

No hay por qué quedarse en una crítica de algo que excede al film y que tiene más bien que ver con un ecosistema artístico de nuestro país. El problema principal es que la película dentro de la película no funciona más que como escenario para que se cristalice el conflicto inherente entre abuelo y nieta. Lo que vemos de esta dinámica está más fuera que dentro de esa película que realizan y no hay nada de lo estrictamente fílmico que genere efectos o transforme el leitmotiv del amarre de Fernando con Valentina.

Para tratar de explicar este asunto mejor, podemos citar como ejemplo virtuoso el film Santiago (2007), de João Moreira Salles. El documental trata sobre un mayordomo que supo dirigir la casa del joven –y adinerado– director, pero también sobre un nuevo montaje de esas entrevistas filmadas en 1992 y no tocadas por más de una década. Ahí, el documental dentro de documental hace que el mismo director tome noción de que en la forma en que su mayordomo se para y se presenta en cámara, lo que más pervive en él, es el anhelo de complacerlo; esa instancia todavía real, aunque invisible, de tierno servilismo entre mayordomo y amo. El dispositivo cinematográfico y documental se despliega y genera cosas, y el film, su relectura y su reedición ya no vuelven a ser los mismos. Es, así, una película sobre relaciones de clase, pero también una película sobre lo infranqueable e inherentemente desequilibrado de la relación retratista/retratado.

Evitando el esnobismo de decir “todo documental es una película sobre la posibilidad de hacer un documental”, un film de este género sí tiene que mantener bien ajustado los distintos anillos del dispositivo que plantea entre técnica y contenido. En Ese soplo, por el contrario, la idea de la película a filmar entre los dos siempre se siente –real y cinematográficamente– más bien como una excusa.

Más allá de esto, hay que señalar que Valentina Baracco Pena tiene buenos dotes de documentalista: sabe dónde poner el ojo y cuánto sostener un plano para generar las emociones que quiere generar. Hay, también, un pulso interesante en cómo articula lo filmado en la casa de su abuelo y las escenas del nuevo hogar construido entre ella y su pareja. Y, fundamentalmente, tiene una buena intuición por detalles y la manera en que por sí solos logran construir una atmósfera (en este sentido, es un film que logra de manera muy eficaz traducir el frío y el invierno montevideano, incluso bajo la clemencia del sol). Basta detenerse en momentos como un plano detalle de las manchas de piel en la espalda del retratado para tener la impresión de que hay muchos más films ahí afuera, esperando ser descubiertos. Sólo es cuestión de salir un poco más, como el mismo Fernando.

Ese soplo, de Valentina Baracco Pena. Producida por Andrés D’Avenia y Monarca Films. 81 minutos. Desde el 1° de junio en Cinemateca. Sala B de Sodre. Funciones gratis con el equipo en el Centro Cultural Florencio Sánchez (jueves), Centro Cultural Artesano (viernes), Cine Espacio Miramar, Piriápolis (10 de junio), Centro Cultural La Experimental de Malvín (18 de junio), Sala Lazarroff (21 de junio) y otros puntos del país.