Durante años, Pixar fue un modelo a seguir para la industria de la animación en cuanto a la fluidez de los movimientos de sus personajes, el colorido de las historias y (como insistían ante cada estreno) la cantidad de pelos animados en forma individual en la cabeza o el cuerpo del protagonista de turno. Sin embargo, desde el estreno de la primera película animada de Spider-Man, las miradas, las envidias y las libretas de apuntes están atentas a lo que hace Sony Animation.
Este estudio también contribuyó a elevar la vara en materia de historias. Cuando se hablaba de películas animadas para los más pequeños, desde otras filas llegaban tramas sencillas, que a lo sumo incorporaban guiños para los padres que habían llevado a sus hijos al cine. Pixar demostró que se podía contar historias que nuclearan a diferentes generaciones, sin la necesidad de menospreciarlas. Con altibajos, los demás estudios han comprendido esto y actuado en consecuencia.
Elementos, el más reciente estreno de Pixar, no logrará colarse entre sus mejores títulos (Wall-E, Ratatouille, Los Increíbles), pero lejos está de ejemplos fallidos o que podrían haber salido de otros estudios (Cars 2, Unidos, Buzz Lightyear). Queda en el pelotón, con la dificultad agregada de que su público ha perdido la costumbre de ir al cine, ya que la pandemia obligó al estreno directamente en Disney+, como Soul, Luca o Red. Muy interesantes las tres, por otra parte.
Lo que llegó a la gran pantalla es una suma de elementos presentes en títulos anteriores, lo que no significa que la historia sea una copia, pero sí que le hubiera venido bien un golpe de originalidad, o al menos tomar más riesgos creativos. La historia nos introduce en una gran metrópoli construida a la medida de las diferentes especies que la habitan, y que representan a grupos humanos muy diferentes del mundo real. Algo como lo que hizo Zootopia (no de Pixar pero sí de Disney) con su alegoría sobre el racismo, pero en este caso aplicado a la inmigración y la xenofobia.
En la ciudad de los elementos viven criaturas de agua, de aire y de tierra. Las de fuego también lo hacen, pero en un barrio apartado y con menos comodidades, porque fueron las últimas en llegar. Como ocurrió en otras películas (Intensa-mente, la mencionada Unidos), el guion debe dedicar los primeros minutos a explicar el origen y las reglas de esta realidad que acabamos de conocer. Y lo hace con la agilidad suficiente como para llegar a la trama principal antes de que su público se aburra.
Ember es una joven criatura de fuego, única hija de una familia de inmigrantes y la esperanza de continuar con el negocio familiar. Ella no tiene una idea muy clara de su vocación, pero no parecería ser la atención al público, donde ha demostrado tener muy poca paciencia. El director Peter Sohn es hijo de inmigrantes coreanos y su película se suma a otras que se refieren a las figuras de autoridad en familias orientales y cómo romper los traumas generacionales (la mencionada Red o Todo en todas partes al mismo tiempo).
Claro que es necesaria al menos una subtrama más para mantener la atención y la tensión. En este caso, la que se publicita y sobre la que giran las demás es la historia de amor entre la chica de fuego y el chico de agua (Wade). Lejos de ser unos Romeo y Julieta, se acercan más a la narrativa telenovelística de “la chica de las afueras que se enamora del chico acomodado de la gran ciudad”. Por suerte, la familia de él es bastante progre, tanto que se parecen a los blancos de ¡Huye!, pero sin la vuelta de tuerca (hablé de la falta de originalidad y no he parado de hacer paralelismos).
Lo que unirá a ambas historias será un asunto de infraestructura municipal, pero se oye peor de lo que se ve. Es que lo que se ve, como de costumbre, es irreprochable. Y seguramente surja (si es que aún no lo hizo) algún video explicando por qué la piel en llamas de Ember o el cuerpo líquido de Wade requirieron más horas de computadora que todas las anteriores películas juntas.
Tenemos entonces una aventura que entretiene, que llena el ojo al estilo Pixar y cuya historia recurre a la fórmula de presentar una mitología, mostrarnos un montón de casilleros vacíos, divertirnos un rato y, finalmente, buscar que nos emocionemos cuando la historia hace tic en cada uno de esos casilleros. Una fórmula que sigue funcionando, pero cuyos propietarios deberían pensar en modificar, porque el público está coqueteando con sabores más fuertes en otros rincones de la taquilla.
Elementos, dirigida por Peter Sohn. 102 minutos. En cines.