Fernán Mirás, el actor que hizo de Tanguito en Tango feroz (de Marcelo Piñeyro, 1993), había hecho un muy buen debut como director El peso de la ley (2017). Quizá sin pandemia de por medio hubiera podido arribar antes a su segunda película. Ahora se tiró a algo totalmente distinto de aquella muy buena película judicial-social: Casi muerta es una comedia romántica teñida de humor negro.
En rigor, es la refilmación de una película española mayormente hablada en vasco sobre un triángulo amoroso que brota en forma medio forzada una vez que la amiga de la infancia del protagonista descubre que le queda sólo un mes de vida y le revela que siempre estuvo enamorada de él. El galán, que hace mucho reside en Barcelona, donde tiene una novia catalana, se desplaza a Bilbao para estar con la amiga, y decide hacer de cuenta que corresponde a su amor para regalarle ese momentito de realización en sus últimos días de vida. Como podrá prever cualquiera que haya visto una comedia romántica, se va a enamorar de verdad.
No vi la película original. En esta adaptación, la dualidad Barcelona/Bilbao se traslada a Montevideo/Buenos Aires. A juzgar por las sinopsis y descripciones, la obra de Aitor Mazo y Patxo Tellería tenía algunas complejidades que acá no están referidas al sentimiento dividido del protagonista hacia ambas mujeres. En la versión rioplatense, la mano viene más bien de descubrir el verdadero amor, que siempre, de alguna manera, estuvo ahí, luego de un tiempo de vínculo fluido pero deslucido.
El rasgo más distintivo es el aspecto fúnebre. El diagnóstico es tajante: a María no le queda más que un mes de vida, y todos son conscientes de ello, incluso ella. Eso da origen a situaciones fuera de lo común, como cuando ella va, acompañada de sus amigos, a la funeraria a elegir el cajón. El funcionario de la empresa comenta, con la circunspección habitual en su oficio, sobre los distintos tratamientos que se le pueden hacer a la muerta y la impresión que van a producir sobre quienes la vengan a velar, y queda consternado cuando se percata de que está hablando de la mujer que tiene delante suyo. La película incorpora esa valorización muy yanqui del sinceramiento absoluto: los amigos y la propia enferma se expresan francamente sobre la inminencia de la muerte y sobre la pérdida, hacen chistes al respecto y terminan todos riendo de alguna situación bizarra que se genera.
Hay algo de teatral dieciochesco en la idea y en la estructura. Javi, el protagonista que vive en Montevideo, y María, la enferma, integran un cuarteto de amigos muy cercanos que se completa con Paula y Lucas. Estos dos personajes son decididamente bufos, mientras que Javi es más bien serio y María sería lo que se decía un mezzo carattere, con algo de comicidad pero más seria que Paula y Lucas. Julieta —novia de Javi— y Mudo —compañero de Paula— completan la clásica cantidad de seis personajes, característica de las comedias de enredos.
Y hay bastante de este género, especialmente cuando Paula entreoye una conversación que entiende en forma equívoca. A partir de ahí tiene una cantidad de conversaciones con distintos personajes con los que comenta ciertas cosas que son entendidas de otras maneras por sus interlocutores. Nosotros, llevados por la narrativa omnisciente, sabemos todo lo que los dialogantes no saben, y es gracioso ver, desde nuestra privilegiada posición de espectadores, los momentos de confusión, temor o desconcierto. Sentimos también cierto suspenso con respecto a que Paula termine develando un secreto que origine una crisis general.
Fernán Mirás intenta trasladar el tono lúdico de la historia a la propia cinematografía, haciendo una serie de chistes estilísticos (un montaje paralelo al inicio, un “plano-contraplano” cenital con los tres amigos en el hospital, un árbol navideño invertido, una comparación entre las gotitas de agua de la ropa colgada y el goteo de la medicación intravenosa administrada a María). El problema es que los chistes son medio bobos, la historia mayormente predecible, el esquema de comedia de engaños medio envejecido, y frente a ello esos adornos visuales, en vez de cooperar con el humor, implican una cierta aparatosidad.
Toda esa irreverencia frente a la muerte no condice con cierto conservadurismo de fondo en el abordaje de las relaciones y del sexo. El momento en la cama entre Javi y María es espantoso. Pocas veces quedó tan claro el motivo de la preferencia del cine más convencional por la posición con la mujer sentada arriba del varón, que es esquivar los contactos de los cuerpos y los besos; a ello se suma que la mujer tiene el sutién puesto para evitar la desnudez en pantalla. Diego Velázquez (Javi) es un muy buen actor pero no parece haberse hallado en el papel y está medio cara de piedra, mientras que Ariel Staltari (Lucas) no sabe qué hacer con su personaje bobo. Lo peor es la música sobreexplicada, casi omnipresente e intrusiva de Emilio Kauderer (el de El secreto de sus ojos), que alterna clisés de Hollywood, música popular y una imitación alevosa de Thomas Newman.
El título de la película, Casi muerta, podría haber sido el de este artículo: se trata de una película desangelada. Lo de “casi”, en todo caso, se aplica a que siempre es un lujo apreciar a la excepcional Paola Barrientos, así como a Natalia Oreiro, quien no escatima esfuerzos para dar sustancia a su papel y logra salir bien parada, en un tono inusualmente ríspido en comparación con lo que suele hacer.
Casi muerta, dirigida por Fernán Mirás. Basada en la película Bypass, de Aitor Mazo y Patxo Tellería (España, 2012). Argentina / Uruguay, 2023. En salas de cine.