Engendrada tras una clausura, Guambia nació y se crio burlándose en la cara de los represores, con la complicidad de decenas de miles de lectores. Hace 40 años aparecía el número 1 de una de las revistas emblemáticas de la resistencia a la dictadura, que ahora se ha vuelto un material imprescindible para conocer nuestra historia contemporánea.

En febrero de 1983 las autoridades de la dictadura clausuraron definitivamente la revista El Dedo. “Nos quedamos en bolas con el laburo”, rememora un veterano Antonio María Dabezies.

No se refiere exactamente a su situación personal, porque tenía una imprenta en Ciudad Vieja, cuya infraestructura utilizó para la revista, y además trabajaba en Opción, el semanario del Partido Demócrata Cristiano, que en esos mismos días también había sufrido clausuras. Pero fue entonces que le llevó a la dirigencia del partido la idea de cubrir ese vacío con “una revista de humor”. Le dijeron que no, porque “eso va a ser para mucho lío con los milicos”.

Para ese entonces “la mayoría de los dibujantes más o menos buenos y conocidos” habían partido al exilio, como Fermín Ombú Hontou, el creador de la mascota de El Dedo, que rumbeó a México. Por eso, Dabezies se acercó a una nueva camada de dibujantes –“habían aparecido una cantidad”– y les dijo: “Si ustedes se animan, saquen conmigo una revista de humor”.

Así, en junio de ese año los kioscos exhibieron la portada de una nueva revista. En esa primera tapa aparecía retratado un joven rey Juan Carlos de Borbón, que por esos días había visitado nuestro país, con un mate en la mano, mientras la mascota de la nueva publicación (creación de Tunda Prada) le decía: “Majestad... esto ya está para darlo vuelta, ¿no?”. Lo que había que “dar vuelta”, cabe explicar ahora, no era sólo la yerba, sino el régimen, que estaba en declive pero se negaba a negociar su fin, y el monarca español era visto como un símbolo de la recuperación democrática, dado el rol que había cumplido en la salida del franquismo.

Arriesgar mucho

Dabezies cree recordar que fueron 15.000 los ejemplares impresos de ese número 1, y que se agotaron en un día, aunque “al contrario de El Dedo, que había generado una expectativa cuando salió, porque se había corrido la bola, a Guambia, como toda publicidad, sólo la acompañó un afiche para pegar en los kioscos”. “No hicimos más”, dice, sobre todo por el riesgo económico que hubiera traído aparejado un secuestro de la edición. El último número de El Dedo, el 7, había tirado 43.000 ejemplares, y el número 8, que no llegó a ver la luz ya que fue clausurado cuando estaba entrando a la imprenta, tenía un pedido de la distribuidora de 53.000 ejemplares.

De todos modos, “la gente se dio cuenta enseguida” de que algo tenía que ver una revista con la otra, a pesar de que Guambia, a diferencia de El Dedo, no tenía staff, sino sólo el nombre de una única persona: el del periodista Nelson Caula, su redactor responsable.

“El primer planteo que le llevamos a los milicos era una revista humorística de deportes”, recuerda Dabezies. “Iba todas las semanas al Ministerio del Interior, hasta que en un momento en que pareció haberse aflojado un poco la cuerda me dijeron ‘saquen una revista de lo que quieran’”. Para eso usaron una triquiñuela: “Caula tenía registrado el nombre de una revista que se llamaba Canto Popular, que no salió nunca”.

Ya con el permiso se tiraron al agua. “La Impresora Polo tenía unas máquinas modernas, había un proceso de encuadernación que se hacía en parte a mano y demoraba dos o tres días”, por lo que “mientras la revista estuvo impresa y encuadernada y pronta para salir a los kioscos pasaron dos noches”. “Ahí estábamos con Caula cruzando los dedos para que no pasara nada”, recuerda Dabezies. Les preocupaba que los clausuraran antes de salir: “Sobre todo me cagaban a mí, porque tenía que pagarla de todas maneras y salía un platal”.

Cuando la revista empezó a circular, no sólo la gente se dio cuenta de que algo tenía que ver con aquella otra que había sido clausurada pocos meses atrás. “Los milicos se hicieron los boludos”, cree Dabezies. “Aparentemente se dieron cuenta de que había sido demasiado la clausura definitiva de El Dedo”.

Ese primer número era bastante tímido. “Tenía que serlo”, recuerda Dabezies, y se ríe: “Era el cagazo que teníamos todos. Yo me jugaba guita, pero además nos jugábamos todos ir en cana, que no era por 24 horas. Mi hermano José Pedro estuvo ocho años y medio, Caula tenía amigos y conocidos que estuvieron varios años adentro... Pensás de otra manera”. Tras el número 2, recuerda, hicieron una juntada de toda “la patota de Guambia” (así pasaron a autodenominarse) en la que “había como 15 que habían estado en cana”.

Foto del artículo '¡Guambia con la cuarentona!'

Había una diferencia importante entre El Dedo y Guambia: la nueva revista traía entrevistas. “Guambia tuvo otra estructura, porque empezamos a incluir reportajes, que eran muy importantes como estrategia política”, dice Dabezies. El primer “Reportaje sin corbata” apareció en el número 2 (del que se vendieron 30.000 ejemplares) y el entrevistado era Julio María Sanguinetti, por entonces referente del sector colorado que había conseguido la mayoría en las elecciones internas de 1982. “Era el único que podía hablar sin que lo llevaran en cana”, agrega Dabezies. El siguiente entrevistado fue Fernando Oliú, del Partido Nacional, “que era el suplente de Wilson, digamos”. En el número 4 le tocó a Néstor Bolentini, “que era de los principales milicos, por lo que cerrarnos la revista hubiera sido muy antipático”, explica.

Jugar al límite

Con el correr de las ediciones y al calor del cariño popular, los guiños, las burlas y las críticas más o menos solapadas se dejaron ver con más facilidad. “Nos fuimos soltando y nos dimos cuenta de que nos estábamos pasando en algunas cosas”, opina el periodista, pero estaban convencidos de que la aventura “iba a durar diez o 20 números”. Es que algunos de esos guiños, “más que guiños, eran patadas de expulsión”, como la de una de las “ediciones anormales”, cuando en una historieta en que se mofaban de Bolentini, por entonces ministro de Trabajo, aparece por primera vez, de fondo, un boliche que se llamaba “Se Vaca Bar” (una referencia con la consigna popular “Se va a acabar/ se va a acabar/ la dictadura militar”).

La primera “edición anormal” de Guambia fue la número 12. La coqueta revista de 48 páginas había prometido “una edición aguinaldo de 80 páginas” para las fiestas, que saldría “el día de los inocentes”, pero en vez de eso sacó una “anormal, que no pasa de medio aguinaldo”: una edición de 16 páginas en papel de calidad inferior. “Que la inocencia les valga”, dijeron, como si hubiera sido premeditado, en una suerte de editorial en el que explicaban a los lectores una nueva medida de la dictadura: la censura previa. Esta obligaba a todos los medios de prensa a presentar a las autoridades cinco o diez ejemplares impresos para revisación de los censores, quienes tenían la facultad de decidir si la publicación podía circular o no.

Esas “ediciones anormales” tenían el objetivo, por un lado, de mantener el contacto con los lectores, y por otro minimizar las pérdidas económicas que hubiera ocasionado que algún viejo vinagre decidiera que la edición marchara a la hoguera. Pero a Guambia no le tocó correr tal suerte, y unos meses después volvieron las ediciones “normales”, que acompañaron hasta sus últimos días a la dictadura. Con el tiempo, la revista vio nacer la “democracia tutelada”, cuando en 1985 Sanguinetti asumió el primer gobierno constitucional en 12 años.

Pero a la dictadura había que empujarla para que se fuera. En aquellos días, en que lo más conveniente era quedarse callado, a Guambia se le dio por regalar con su número 23 un “pegacoche” que rezaba “Guambia que se acaba”. El objetivo era inundar el país entero con su consigna: “Esto se acaba, y queremos proclamarlo a los cuatro vientos”, aclaraban, y llamaron a retirar en su redacción de la calle Juan Carlos Gómez, “sin costo alguno”, más de esos adhesivos para ser pegados “en cuadernos, carpetas, valijas, paredes de celdas, puertas de dirección y hasta baños públicos”, para que “no anden diciendo después que sólo hacemos cosas para los que tienen auto”. Y llamaban a “darle fuerte, que esto tiene que acabarse, muchachos”.

Dura democracia

Con la novel democracia, una nueva sección de la revista daba cuenta de temas que no se hablaban en otros medios: “Deschave especial” fue una serie de informes en los que Nelson Caula y Alberto Silva daban cuenta de episodios que ya forman parte de la historia reciente: una casa en Punta Gorda que funcionaba como centro clandestino de detención y torturas, la tregua de 1972 entre las Fuerzas Conjuntas y los tupamaros, un misterioso personaje llamado Héctor Amodio Pérez, o “la extraña muerte de Trabal en Francia”.

Foto del artículo '¡Guambia con la cuarentona!'

Hubo varios números especiales en la historia de esta revista independiente que, a pesar de haber sido la publicación de mayor tiraje después de El País de los domingos, fue prácticamente ninguneada por la publicidad oficial. La “edición babosa” se armó una noche de 1987 para celebrar la conquista de Peñarol de la Copa Libertadores, pero un año después apareció la “edición sincera”: “Siempre fuimos bolsos”, aclaraban, y festejaban el mismo título por parte de Nacional. Aunque no todas fueron para celebrar. En abril de 1989 una “edición consuelo” salió a toda velocidad con la intención de “colaborar con la población aventando ese estado de desencanto general” que produjo la derrota del voto verde en el plebiscito contra la ley de caducidad.

Impedidos de festejar con una edición especial el número 100 debido al conflicto que el Sindicato de Artes Gráficas mantenía con la patronal de diarios, debieron recurrir a un número de emergencia con tapa en blanco y negro: el 99 bis. Y la Guambia Mundial, que salió semanalmente durante los mundiales de fútbol México 86 e Italia 90, ocasionó la enemistad pasajera del Maestro Óscar Tabárez, en su primera época como entrenador de la selección, por una tapa en la que aparece Daniel Fonseca haciendo un gol con el culo (en aquel agónico partido contra Corea del Sur).

La última trampa de Guambia llegó en julio de 2000. La edición “397, 398, 399 y 400” decía “chau” a sus lectores: era la “edición póstuma”. “Sin lágrimas”, se despedía “un medio de prensa independiente, peleón y respondedor, cuya única regla de marketing fue no bajar la lanza ni practicar la genuflexión”.

Habían quedado atrás cientos de tapas, muchas de ellas geniales o desopilantes, de plumines irreverentes como los Horacio Guerrero (Hogue), Ombú o Miguel Casalás, así como centenas de historias contadas por Juceca, Conlimón, El Miope, César Di Candia (que firmaba “Dic”) y Maggie, sin hablar de los exquisitos dibujos costumbristas de los hermanos Álvaro y Tata Alcuri, o las maravillosamente gronchas viñetas de Eduardo Hornes y Osvaldo Cibils. También dibujó, con guion de Aquiles Fabregat, el recientemente fallecido Tabaré Gómez, “poema telúrico por entregas” llamado “Café y Bar Quenonino”. Leslie, con sus chistes mudos, y Augusto Pozzi, con sus bromas deliciosamente tontas, son también parte de una historia que contiene muchísimos nombres; todos fueron fundamentales para comprender una parte de la historia que está a la vuelta de la memoria.

La suya

Aquella vieja y rebelde revista que durante años albergó personajes entrañables como El Manicero, Margarito, Guory y Gualy y el Flaco Jesú volvería años después como suplemento del diario Últimas Noticias, pero esa ya será otra revista y otra historia.

Yo me quedo con aquellos viejos números que están llenando de ácaros mi biblioteca y me hicieron comprender buena parte de la historia. Y, por supuesto, con los primeros 12 números de colección que me regaló Antonio, que asegura que fueron encuadernados por la madre de los Alcuri.

Fue hace unas semanas, cuando lo fui a entrevistar, que me confesó que no tenía ni idea ni se acordaba de que la Guambia, su Guambia, estaba cumpliendo 40 años. Él cumplió 80 el año pasado, y en 2019 fue declarado Ciudadano ilustre de Montevideo.