Los dilemas que atraviesan a la televisión pública la acompañan desde su nacimiento, o incluso desde antes. ¿Cuál debería ser su finalidad? ¿Cómo tendría que financiarse? ¿De qué forma convivir con los canales privados? Gracias al impulso de una serie de intelectuales batllistas, el Canal 5 comenzó a transmitir hace seis décadas durante un gobierno nacionalista, y en los años siguientes padeció la escalada autoritaria que sacudió al país.

“Entregamos [a la República] esta obra bajo los auspicios de la gloriosa advocación artiguista”, anunciaba el historiador Juan Pivel Devoto en su condición de ministro de Instrucción Pública y Previsión Social durante la inauguración del Canal 5, el 19 de junio de 1963. Las celebraciones y reinterpretaciones que motivó el sexagésimo aniversario de aquella fecha habilitan la advertencia que ya es lugar común: el momento fundacional puede desdibujar el proceso que se condensa en él y llevar a confundir el sentido que tuvo un canal de televisión integrado al Servicio Oficial de Difusión Radio Eléctrica (Sodre, según la denominación de la época) con el momento en que una señal fue sintonizada por primera vez por la perilla del nuevo electrodoméstico hogareño.

Atender la amplitud de este proceso implica reponer los saberes de los técnicos, los discursos de los actores políticos, los proyectos de las autoridades, los recursos económicos asignados, las experiencias de los operadores, actores y periodistas, las publicaciones de críticos y las valoraciones de los espectadores. Tal ambición excede los confines de este texto. Sin embargo, es posible, al menos, observar el proceso más amplio en que se inscribió la inauguración del Canal 5, que inició casi tres décadas antes de 1963, e implicó la elaboración de grandes expectativas sobre su futuro –especialmente en programación y expansión a todo el país– que cambiaron de rumbo desde 1966.

La televisión nacional (que llega tarde y pobre)

En 1936, cuando la British Broadcasting Corporation (BBC) inauguraba su primer canal de televisión, el Estado uruguayo imaginó tener uno como parte del Sodre.1 En los años venideros se enfrentaron las dificultades para la circulación de recursos técnicos que generó la Segunda Guerra Mundial, la confianza inicial que imaginaba al nuevo medio a partir de la experiencia radiofónica –lo que alentaba la expectativa de que su concreción estaba ligada a la destreza y creatividad de algunos habilidosos entusiastas– y el pronto reconocimiento de lo caro que era hacer televisión.

Los años 50 renovaron el impulso en Uruguay y la región. Junto a los primeros canales en México, Argentina, Cuba y Brasil, se autorizaron partidas de dinero y contrataciones técnicas para la televisión del Sodre bajo el impulso de los ejecutivos presididos por el Partido Colorado y de Justino Zavala Muniz desde el Sodre. No obstante, aparecían contramarchas económicas y burocráticas. En 1957 la imperiosa necesidad de generar recursos para avanzar en el proceso impulsó a la Comisión Directiva del Sodre, presidida por Margarita Méndez de García Capurro, a presentar un proyecto de ley que creaba partidas directas anuales destinadas al nuevo medio, así como diversos gravámenes a usuarios de la televisión y empresarios vinculados a su fabricación y comercialización, por ejemplo. La propuesta, que nunca vio la luz, parecía poco atractiva en un país que ya comenzaba a dar indicios de dejar atrás sus años de prosperidad económica.

Durante el primer colegiado presidido por el Partido Nacional (1959-1963) la empresa uruguaya Saceem inició la construcción de la torre de la estación de televisión y se compró equipamiento a General Electric para inaugurar el servicio de transmisiones. Con todo, entre 1962 y 1963, el Sodre acumulaba reclamos de los proveedores contratados por deudas impagas. Mientras, las antenas comenzaban a crecer en las azoteas montevideanas y en el paisaje urbano se erigían varias torres. Por entonces, ya funcionaba desde 1956 el Canal 10 de la Sociedad Anónima de Emisoras de Televisión y Anexos (Saeta), desde 1961, Monte Carlo Televisión Canal 4, y desde 1962, Teledoce Canal 12.

En 1963 comenzaron las emisiones experimentales de Canal 5 durante marzo, el mismo mes en que asumía el segundo “colegiado blanco” (1963-1967). En una tendencia general a la retracción del intervencionismo estatal durante este período, la permanencia de los integrantes de la dirección del Sodre –salvo por el nombramiento de Pivel Devoto como ministro, antes presidente de su Comisión Directiva– daba cuenta de la continuidad en la apuesta por la televisión del Estado, más allá de las diferencias entre los gobiernos.

La turbulencia de este proceso no afectó la exaltación que significaba la inauguración de Canal 5 en el discurso de sus autoridades. La contribución republicana y artiguista que significaba para Pivel Devoto este nuevo servicio era reforzada por la fecha elegida para su conmemoración: la misma del natalicio del prócer. Estos símbolos del lazo que unía televisión y nación fueron usuales en otros países, pero en Uruguay el vínculo se enraizaba en una concepción de las funciones del Estado que habían signado la creación del Sodre en la década de 1930.

Foto del artículo 'Ilusiones y crisis de la televisión artiguista'

Desde esta perspectiva, Canal 5 era concebido para Pivel Devoto como una herramienta más de la institución “al servicio de la cultura y de la educación”, es decir, para prolongar “la educación estética” y “la obra que el Estado realiza en la Universidad, en el Liceo y en la Escuela”. Este cometido debía extenderse, auguraba el ministro, “a todos los confines del territorio nacional, al más apartado rincón del país; a la casa del rico y del pobre, a la escuela, a la estancia, a la granja, al núcleo formado por los hombres que trabajan y aman la tierra”.

De esta forma, el nuevo medio al servicio de la nación heredaba funciones en su programación y extensión territorial que trazaban continuidades con el Uruguay del Centenario. A la vez, se proyectaba hacia una audiencia identificada con la ciudadanía que era imaginada como “un pueblo plástico, sin resquebrajaduras mentales, sin grandes obstáculos geográficos, raciales y religiosos”, según el presidente de la Comisión Directiva del Sodre, el periodista y escritor Santiago Dossetti.

Aquellos discursos, transmitidos por Canal 5 el día de su nacimiento, representaban una imagen del país en disputa en los entresijos del propio Sodre. De hecho, tres años atrás la institución había censurado la película Como el Uruguay no hay (Ugo Ulive, 1960) en su IV Festival de Cine Documental y Experimental; la obra retrataba la conflictividad social que perforaba aquel retrato de “pueblo plástico”. En sintonía, discursos menos optimistas que el de las autoridades del Sodre veían en el nuevo canal un símbolo de la deriva cultural del país, más que de la exaltación nacional.

Así, el periodista Daniel Waksman manifestaba en el semanario Marcha la sensación de fracaso con que veía al Canal 5: llegaba pobre y tarde respecto al sector privado y a las necesidades del país. La falta de apoyo económico dada al proyecto, decía Waksman, evidenciaba “el pensamiento del país –es decir del gobierno– sobre la importancia que atribuye a la TV así concebida como medio educativo. A esta altura nadie debe sorprenderse. Que se creen los instrumentos culturales y se los mantenga a media ración no es nada nuevo. Los que piensan –los hay– que el Uruguay sostuvo y/o sostiene una verdadera política cultural tienen con el Canal 5 otro cargo para levantar” (Marcha, 14/6/1963).

Dos sueños: programación cultural y educativa para todo el país

En sintonía con los discursos inaugurales, Canal 5 orientó inicialmente su programación según cuatro objetivos: emitir informativos, espectáculos en vivo, películas y programas educativos. El director de Programaciones del canal, Justino Zavala Carvalho, fue el encargado de plasmarlo en propuestas específicas que concretaron parcialmente estas aspiraciones.

La programación informativa se guio por una “rígida neutralidad” política y religiosa que descartaba el uso de servicios de agencias de información para centrarse en las declaraciones de las dependencias estatales y de instituciones privadas dedicadas al arte y la cultura. Por su parte, los programas en vivo se nutrían de presentaciones de la Orquesta Sinfónica del Sodre, óperas, zarzuelas, operetas, espectáculos de títeres y teleteatros, mientras que la oferta cinematográfica era seleccionada tanto a partir de material donado por las embajadas extranjeras como del acervo de la División Fotocinematográfica.

La educación, como ya se advertía en la inauguración, era el principio rector y aquel que mayor anuencia generaba del sistema político y la prensa. Zavala Carvalho buscaba que la televisión fuera utilizada “por primera vez en el país y América del Sur [...] como elemento único de enseñanza”.2 En este sentido, impulsó teleclubes –es decir, programas de recepción activa y colectiva– y emisiones en conjunto con las instituciones de enseñanza formal. El director de Programaciones imaginó que, respecto a primaria y secundaria, Canal 5 produciría algunos programas para el aula que serían la herramienta exclusiva de enseñanza de algunas materias –como ciencias naturales o geografía–, mientras que otros serían herramientas de apoyo para los maestros durante las clases. Además, esperaba generar emisiones orientadas hacia los niños que reforzaran en casa lo abordado en la escuela. Al mismo tiempo, el proyecto implicaba difundir el conocimiento científico generado en la Universidad de la República (Udelar), así como resignificar y fomentar la enseñanza de la Universidad del Trabajo, cuya relación se expresó en un programa en conjunto desde 1963.

En paralelo, las autoridades del Sodre comenzaron a trazar un plan para la extensión de la televisión en todo el país. En 1963 se creó una comisión para analizar técnica y financieramente los caminos que permitieran instalar dos subestaciones de televisión correspondientes a los canales 6 y 8, y el ingeniero Jaime García Capurro viajó a Estados Unidos para explorar las posibilidades que tenía la institución. La Comisión Directiva optó por el sistema de comunicaciones a través de microondas y escuchó la recomendación del ingeniero sobre el lugar en que debían ubicarse las señales para alcanzar la cobertura de todo el país: en Piedra Sola (departamento de Tacuarembó) y en Batlle y Ordóñez (departamento de Lavalleja).

A pesar de estas sugerencias, tanto el ministro Pivel Devoto como las autoridades del Sodre definieron iniciar la extensión de la televisión en Colonia, una zona tradicionalmente disputada por su alcance a Buenos Aires. La señal le fue adjudicada al Sodre en 1964 mientras la institución proyectaba construir una red de televisión nacional, o Servicio Estatal de Televisión (SET), que implicaba 11 estaciones de televisión en el interior y otras 48 de microondas –que transmitirían desde Montevideo y en cadena para todo el país–, con un costo en equipamiento estimado en cuatro millones de dólares.

Cambios en tiempos de crisis

Desavenencias entre Canal 5 y las instituciones de enseñanza, desacuerdos políticos sobre el rol informativo que debía tener la televisión del Estado y falta de recursos económicos generaron obstáculos en la concreción de los proyectos del Sodre. Así, por ejemplo, el cometido de “neutralidad” convirtió al canal en vocero de las autoridades pero ajeno a los debates políticos que desde mediados de los años 60 cobraron relevancia en las pantallas televisivas comerciales. Tampoco hubo acuerdo sobre la función que debía tener el nuevo medio en la enseñanza. La apuesta por los teleclubes se expresó de forma modesta con el programa Nuestro tiempo, nuestra gente, y recién desde 1966 Canal 5 pudo incluir en su grilla TV educativa, realizado por Secundaria –se había emitido previamente por Monte Carlo Televisión– y desde 1967 Universidad de la República, llevado a cabo por la Udelar.

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En este contexto, el 9 de febrero de 1966 la Comisión Directiva del Sodre autorizó la venta de publicidad comercial en su radio y televisión. La medida fue entendida como la última solución a los recurrentes problemas económicos –con atrasos en el pago a los trabajadores y a las empresas distribuidoras de material audiovisual– y fue tomada tras la frustración de diversas estrategias para financiar al medio con fondos públicos. La decisión tuvo cierta relevancia en el debate público porque los canales privados iniciaron una campaña en contra de la resolución que se manifestaba en placas emitidas por sus señales; el Parlamento se hizo eco de los argumentos de los empresarios y de las autoridades del Sodre, y la prensa cubrió el devenir de estas discusiones.

Menos repercusión pública generó otra decisión de la Comisión Directiva que, no obstante, daba cuenta del cambio en la orientación del servicio de televisión. En mayo de 1966 se comenzó a comercializar espacios de programación de los medios de comunicación del Sodre. En algunos casos, la institución solicitaba la producción de programas a agencias y recaudaba un porcentaje de la publicidad durante el segmento, mientras que en otros contrataba agencias para la adquisición de series –como En el mundo de los pantanos o La isla desierta de Gillibert– y les pagaba a través de la publicidad que la agencia emitía en el canal. En consecuencia, no resulta evidente cuánto control tenía el Sodre sobre la programación y en qué medida la seleccionaba según sus fines.

Estos cambios y debates se enmarcaron en un año electoral, lo que sumó a las disquisiciones sobre la financiación y función de la televisión del Sodre, diferencias sobre el uso oficial y la autonomía que tenía el discurso político de sus medios de comunicación.3 Probablemente alentó también la búsqueda por mostrar al Canal 5 como una apuesta exitosa del gobierno.

En este sentido, los mayores ingresos de 1966 impulsaron sólo en parte la estrategia trazada por el canal desde sus inicios. La búsqueda por aumentar la rentabilidad del servicio dialogó con transformaciones en su programación y estrategias para extenderse en todo el territorio uruguayo.

Más entretenimiento desde Montevideo y Colonia

La emisión desde Canal 5 del espectáculo del aclamado cantante Charles Aznavour en mayo de 1966 evidenciaba un cambio en la orientación del medio, aunque no era del todo nuevo. Desde fines de 1963, Zavala Carvalho se preguntaba cómo atraer a las audiencias sin hacer concesiones a lo “inferior”, mientras los críticos de Marcha advertían con temor que la apuesta por la calidad no fuera sinónimo de aburrimiento.

¿Cómo hace la televisión del Estado, pensada para educar, para no perder a su público? La respuesta a la que se arribó fue sumar a sus objetivos aquello que era propio de la televisión comercial: entretener. Así, el canal comenzó una tensionante oscilación entre mantenerse fiel a los principios del Sodre o asemejarse a la programación privada y disputar su audiencia.

Aunque hubo diferentes valoraciones en el sistema político sobre la decisión de comercializar publicidad, las variantes en la programación congregaron muchas voces críticas. En el Parlamento se advirtió sobre la “desnaturalización” de los cometidos culturales y educativos del Sodre porque sus principios rectores eran incompatibles con la competencia comercial y porque el entretenimiento no podía ser una aspiración de la institución.

Pero, además, en la prensa se criticaba el elevado costo para el Estado de estos espectáculos. La observación se enmarcaba no sólo en el creciente proceso inflacionario que vivía el país, sino en el cercano “crack” de 1965, que implicó el cierre de varios bancos de la plaza, escándalos de corrupción, movilización social replicada con la aplicación de medidas prontas de seguridad, el retorno de Ortiz al ministerio de Hacienda y un conjunto de medidas económicas que incluyeron el incremento del cambio oficial en un 150% y la unificación del mercado de cambios. En este contexto, pagar el “caché” de las estrellas internacionales era especialmente caro. De hecho, la prensa rumoreaba que la contratación que hizo el canal de Aznavour y de Celia Cruz, unos meses después, había roto el “pacto antidólar” que tenían las señales privadas televisión.

Mientras Canal 5 exploraba estos cambios en su programación, el Sodre reforzaba su apuesta por Colonia como rumbo inicial fuera de Montevideo. Alentó esta estrategia la concepción fundante de la televisión como enraizada en la nación y preservadora de su identidad, que tenía como contraparte la defensa soberana ante lo extranjero. Si esto valía tanto para Brasil como para Argentina, el golpe de Estado de Juan Carlos Onganía en Argentina en 1966 estimuló los ánimos. En esta línea, Atilio Menafra –que había sido director general de Telecomunicaciones– pensaba al canal de Colonia como una “pared para detener la sincronización y predominio de los canales argentinos en la zona” (Marcha, 24/6/1966: 6).

Pero, además, desde 1966 el canal de televisión en Colonia se había vuelto más atractivo porque podía comercializar publicidad que llegara a Buenos Aires. Como advertía Zavala Carvalho, en una entrevista posterior, si “un minuto de un programa equis valía 100 transmitido para Montevideo y sus alrededores, ese mismo minuto de ese mismo programa transmitido para Montevideo, sus alrededores, más Buenos Aires y todo eso valía muchísimo más”.4

En consecuencia, comenzar a expandirse por Colonia permitiría financiar no sólo el canal de esa ciudad, sino también los del resto del SET. Se generaba así una situación paradojal: si la comercialización de publicidad había estimulado el entretenimiento que no formaba parte de los principios fundamentales de la institución, por otro lado era una fuente indispensable para cumplir otro de sus proyectos fundacionales, es decir, brindar servicio a todo el país.

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El Sodre no fue el único que vislumbró estas posibilidades. En el mismo año de 1966, mientras la institución avanzaba en el proceso de licitación pública para la adquisición de equipos y construcción del Canal 6 de Colonia, el Partido Nacional terminaba de asignar las frecuencias televisivas en el interior, en medio de denuncias de clientelismo. En Marcha se señaló que las licencias “fueron concretadas, y aquí viene lo peor, luego de que cada consejero [integrante del Consejo Nacional de Gobierno] eligiera el canal que sus partidarios reclamaban con mayor insistencia. Así como la mayoría de las radios pertenecen a los batllistas, los canales han sido adjudicados para los blancos” (Marcha, 24/6/1966). Para reforzar su tesis, el crítico Danubio Torres mostraba en el artículo los vínculos y lineamientos políticos que unían a cada adjudicatario con diferentes sectores del Partido Nacional, mientras que la Asociación Pro Televisión del Interior (APTI) negaba las acusaciones.

En este contexto, se adjudicó el Canal 3 de Colonia del Sacramento a María Dolores Gonzales, que mantenía vínculos con Walter Carlos Romay –de la familia dueña de Monte Carlo–, que pasó a ser cotitular del canal algunos años después.

El fin de los inicios

En los primeros meses de 1967 el nuevo Ejecutivo –colorado y presidencialista–, encabezado por Óscar Gestido, manifestó su oposición a la venta de publicidad del Sodre al tiempo que expresaba su cercanía a los reclamos del presidente de la gremial de radios y televisoras privadas, Justino Jiménez de Aréchaga. La actitud estaba en sintonía con la proximidad que tuvo su ejecutivo con los grupos económicos importantes. A pesar de la defensa de Luis Hierro Gambardella a la medida tomada por el Sodre (como senador batllista primero y como ministro de Cultura después), sin el apoyo presidencial renunció toda la Comisión Directiva del Sodre.

La crisis institucional y la necesidad de mayores recursos llevaron a la deriva el proyecto de la televisión en el oeste del país durante estos años, mientras que la apuesta privada del Canal 3 de Colonia se inauguró en 1968. En Montevideo se acusaba a las nuevas autoridades del Sodre de mantener vínculos con el sector privado de la televisión. Los trabajadores iniciaron una huelga y la conflictividad con las autoridades escaló.

En el contexto del creciente autoritarismo bajo el gobierno del colorado Jorge Pacheco y en medio del recrudecimiento de su conflicto con la Udelar, se denunciaron censuras al Canal 5: se prohibió al programa Universidad de la República proyectar una placa en homenaje al estudiante Líber Arce al mes de su muerte y se negó el uso de la frase de Artigas “El poder de los tiranos no es bastante para contrastar el poder de los hombres libres”, aquel que había condensado en su figura el ideal del nuevo canal.

Este artículo divulga resultados del trabajo realizado por la autora (investigadora de la Facultad de Información y Comunicación de la Udelar) para su tesis de maestría en comunicación y cultura (Universidad de Buenos Aires), dirigida por las doctoras Mirta Varela y Mónica Maronna.


  1. Lo hizo en la norma que reformó la institución (Ley 9.638, 1936) y expandió sus cometidos rectores, la difusión cultural e informativa, a la televisión y a la cinematografía luego de siete años de experiencia en la radiodifusión –con CX6 Sodre–, mediante su Discoteca Nacional y a través de sus cuerpos estables. 

  2. “Informe de 1963 sobre la futura programación del Canal 5”, de Justino Zavala Carvalho. Copia en posesión de Paula Zavala, a quien agradezco por permitirme el acceso al material. 

  3. El tema fue objeto de especial polémica cuando el ministro de Hacienda, Dardo Ortiz, usó las ondas radiales y televisivas del Sodre para explicar las negociaciones que mantenía con el Fondo Monetario Internacional en 1966. 

  4. Entrevista inédita de Carmen Estrugo a Justino Zavala Carvalho.