Los libros y sus personajes siguen dando vueltas en la voz de la cantante, compositora y profesora de literatura Maine Hermo. Su continuidad narrativa tiene una marca muy fuerte de inicio y también relativamente lejana para los apuros y los ritmos que corren ahora, ocho años después de la edición de Extravíos, hace tiempo, su primer long play, editado por el sello El Perro Andaluz. Ahí están “Lucía”, los exquisitos arreglos de guitarra de “La ciudad” y las confesiones de “Lejos y al sur” y “Un puerto”, por nombrar sólo algunos fragmentos de un disco irreprochable y sorprendente.

Luego la uruguaya pareció haber desaparecido. O casi: se presentó algunas pocas veces en vivo. Sí dejó en el aire sus melodías, el recuerdo de una artista sensible y notablemente talentosa en los oficios de la poesía y la música. Su voz y su original forma de bajar y subir escaleras emocionales a través de las cuerdas de sus instrumentos conquistaron a más de uno desde ese comienzo que parecía destinado a la construcción de una buena canción, y algo más, todavía no del todo dicho.

El título de su debut discográfico no tenía nada de casual. O por lo menos así lo confirman las canciones compuestas para Del alquitrán, su segundo disco, grabado entre febrero y diciembre de 2022 en el estudio Rubber Soul y recientemente editado de forma independiente. Podría definirse como una segunda zambullida al abismo, mucho más profunda e inconsciente.

Para esta placa, la uruguaya compuso 12 piezas musicales y armó para cada una un equipo de trabajo distinto, privilegiando la participación de colegas mujeres y de disidencias. Su estilo es fácil de reconocer, pero muy difícil de clasificar. Las canciones tienen algo de deforme, o de vuelto a armar de una manera caprichosa y personal.

En “Sé una cuerda para mi guitarra, agua”, la canción que abre el disco, están todas las señales de la poeta. Podría ser una milonga triste de folclore de tierra adentro a la que le llueven notas musicales de otra época y de una tormenta que todavía no empezó; las palabras y la música disparan paisajes fugaces y febriles, el de una ventana de sol sin árboles, el de un galope tranquilizador sobre territorio más conocido. Maine se encarga de la voz y la guitarra criolla, Victoria Gutiérrez de una viola caipira, Gabriel Hermo del bajo y Ernesto Días de la percusión.

Con “Pienso” pasa algo similar: la cantante amaga con una tradición de canción popular y se va de allí, junto a un piano (Irene Porzio), evitando que la atrape un estribillo pop.

En su decir poético y en su universo de objetos cercanos todo resulta vívido, amenazante y demandante, aunque la potestad de titiritera al mando también habilita a la artista a relatar sobre sus amistades y amores, como en “Demonia o Para Lucette”, inspirada en Lucette, personaje de la novela Ada o el ardor, del escritor Vladimir Nabokov; o “Paisaje de Amanda”, una melodía anudada a la poesía de la uruguaya Amanda Berenguer, compuesta a dúo junto con Eloisa Avoletta (Animales de Poder), quien también les pone su voz a estos versos.

“Quiera vivir” tiene otro buen arreglo vocal. Maine suma a su voz y a su guitarra criolla, la percusión corporal, para que se luzca un coro que también integran Emilia Benia, Lucía Santini, María Laura Perdomo, Marisa Riera y Natalia Moreira.

“Afuera de cielo firme” es una declaración a favor de los de su clase, con Fernando Henry en guitarra eléctrica y Lucía Fernández en percusión. Su laúd renacentista aparece en “Mujer que cae” y vuelve en “Culebra duerme”, una pavorosa canción de cuna, con Daniela Figueroa en contrabajo.

Las tres canciones finales suenan en una sintonía algo diferente al resto. En “Curandera”, Lucía Bruce hace espejo con su voz y su guitarra criolla para un lamento de zamba. Luego Maine se queda sola para el regreso de su “Luciérnaga”. Llega la noche y su última canción dice: “Parece mentira que lo que más dolió no se lo lleve el agua, con todo lo que llovió”.

Del alquitrán, de Maine Hermo. En plataformas.