En paralelo con su carrera artística, Rubén Olivera lleva adelante, desde fines de la década de 1970, múltiples y variadas tareas en docencia, investigación y divulgación musicológica. Por momentos, en esa ecuación –no de opuestos, sino de complementarios– ha ponderado al escenario y, en otros, a la mesa de trabajo y el aula. Sin embargo, en su escala y a su manera, es desde entonces –entre sonidos y silencios– una figura insular de la música popular uruguaya; le hubiera alcanzado sólo con ser el coautor de “A redoblar” para hacerse un lugar en ese partenón. Hace unos días, y 25 años después de Una tarde de abril, su anterior trabajo discográfico inédito y de estudio, presentó Una mirada, noticia que provocó la bienvenida de colegas y melómanos.
El álbum fue grabado a lo largo de dos años, “en cuentagotas” y con la intención de que en el proceso surgiera la magia de la composición, cosa que ocurrió: seis de las 11 canciones brotaron en el estudio. Y a pesar de que, salvo puntuales invitados, se sostiene a pura voz y guitarra –como es la tónica del protagonista–, es una obra en esencia colectiva que parte de esa aparente simpleza para expandirse. Según el autor es un disco de reconocimientos, y son tantas las referencias o colaboraciones que al repasar los créditos descubrimos una docena de nombres involucrados de una u otra manera sólo en las canciones. En ese sentido, cada surco es un pequeño universo que merece adentrarse con intención exploratoria y que deja más ventanas abiertas que postigos.
Para empezar, el tema que le da nombre al disco –y que funcionó como adelanto con su correspondiente videoclip– repasa cuatro fotografías históricas de Uruguay. Trasladar un soporte iconográfico al mundo de los sonidos ya es de por sí un desafío, pero, además, cada fotografía tiene su fotógrafo –Aurelio González, Alejandro Arigón, José María Silva, Américo Pepe Plá–, sus fotografiados, su contexto y su intención. Olivera ordena toda esta data respetando métricas y estructuras. En poco menos de tres minutos y subidos a un arpegio que trota con paso marcado, recorremos casi un siglo de historia, y, como si fuera poco, el estribillo cambia de rumbo hacia una mirada personal. El videoclip, en el que aparecen las fotografías entre acuarelas de Jorge Di Pólito, aporta a transitar las historias.
Pero ese es sólo el inicio. En “No sabía”, parte de un poema de Circe Maia y de un fragmento de “Extravío”, primer movimiento de la pieza para guitarra “El poncho del diablo”, de Gonzalo Victoria, el guitarrista participa en la canción junto con los teclados de Riki Musso –también responsable de la grabación–. De ahí al milongueo de “Consejos del alfarero - Desde el río”, en el que el autor de “Interiores” musicaliza al artista visual y ceramista Tomás Cacheiro. Es secundado en el canto por su compañero de generación Fernando Cabrera, que aporta su característico fraseo a los versos “Al barro por ser tan blando no le impongas tu saber/ Es bueno esperar callando lo que el otro puede ser”. A continuación, la luminosa “Pensar así”, una coautoría con su habitual socio de los últimos lustros, Diego Kuropatwa. Ya incluida en el disco Herencia, de Kuropa, en esta nueva versión se sostiene con el canto de ambos y las cuerdas de Olivera, que llenan lo que una orquesta.
El cantor también se calza el traje de intérprete y lleva a su terreno obras de otros músicos. En “Darno” zurce fragmentos de varios temas de Eduardo Darnauchans y los transforma en una obra unitaria. Allí están “Canción 2 de San Gregorio”, “Nieblas y neblinas” y “Canción de trasnoche”, entre otras. Mientras, “Bajos de blanco”, de Popo Romano, permite disfrutar su calidad guitarrística en el primer instrumental de toda su discografía. También hace suya “Interferencia”, de Leo Maslíah, otro momento de alta performance en el que las seis cuerdas cargan con el desafío de traducir los teclados originales.
“Cuál es la culpa del distraído/ pensaba otra madre que pedía en la calle/ apretando a un niño ya grande/ que fingía dormir/ Cuál es la verdad del abrazo, la medida del amor/ pensaba el niño”. En “Sobrevivientes”, Olivera y Ernesto Díaz –otro de sus habituales parceiros– construyen una atmósfera que se acerca a un blues acriollado; lo cierto es que la actitud es rock y la letra una catarata de imágenes entre la denuncia social y la protesta pura y dura, pero sin patoterismos ni panfletos. Un gran momento también cargado de referencias, por ejemplo, la estrofa final que pertenece al poema “Muerte de Emilio Jáuregui”, de Juan Gelman: “Pequeños asnos abrigados/ detrás de un planteo político/ teóricos de la pacífica/ con metafísica y paraguas/ o parleros de la violenta/ chantas, turros, sobrevivientes”.
También hay lugar para otras canciones que tienen tiempo rodando, como “Propósito”, registrada en el especial televisivo Autores en Vivo en 2013, y “Fundación”, un homenaje a Coriún Aharonián –“el hombre de calva ardiente y de altivo gesto armenio” – y Graciela Paraskevaídis –“la mujer de pelo blanco y de bellos ojos griegos”–, referentes de la composición, la musicología y la docencia que dejaron un amplio legado hoy resguardado en la Fundación Archivo Aharonián-Paraskevaídis, de la que Olivera fue integrante. Para cerrar un disco de reconocimientos, “Mi guitarra de Hilario”, una milonga de poco más de un minuto y una décima que el cantautor dedica a Hilario Barrera, el lutier que construyó el instrumento que lo acompaña desde 1979.
Rubén Olivera domina las sutilezas como un perfumista. Cada componente tiene su justa medida y ninguna fragancia opaca a las otras. Además, nada es estridente, aunque haya de todo en el alambique: crítica, evocación, melancolía, bronca, humor, esperanza. Como ejecutante y cantor muestra una vez más el talento que lo llevó a ser un referente para toda una generación de la música popular, como si estos 25 años de ausencia hubieran sido un soplido. Más allá de lo que se pueda decir, que siempre será un torpe ejercicio, Una mirada es un álbum clásico, de los que exigen el tiempo y el ambiente necesarios para su disfrute.
Una mirada, de Rubén Olivera. Ayuí Tacuabé, 2023. En plataformas digitales y en Ayuí Discos (edición física limitada).