“Deberíamos hacer un podcast de esto” debe haberse convertido en la frase más repetida en boliches después de las tres de la mañana (ganándoles el puesto a fuertes contendientes como “deberíamos juntarnos un día de estos”, “si tomás suficiente agua no te viene resaca” y “¿por qué no hacemos una banda?”). Como todo evento que una vez que es localizable ya pasó su pico, es difícil debatir la dimensión del alcance –y sobre todo de la perdurabilidad– de este fenómeno (de éxito tardío en Uruguay), pero es innegable que muy rápidamente los podcasts se incorporaron a la vida cotidiana de un montón de oyentes, no sólo como alternativa a la radio, sino como fantasía de algo realizable, algo para lo que sólo haría falta tener un micrófono, un par de amigos y algo que decir.
Ben Manalowitz (BJ Novak, productor, escritor, director y protagonista de este film) es una de estas personas. No es que no tenga credenciales (ya tiene varios logros periodísticos bajo su cinturón), pero se siente insatisfecho, como si al día de hoy ser “sólo” un periodista de medios impresos y no una celebridad de podcast fuese algo poco sexy y vendible. No tiene mucho que decir, pero sabe cómo decirlo. No sabe qué buscar, pero sabe cómo conectar los datos. El arrebato de inspiración llega una madrugada en la que es arrancado del sueño por el hermano de una exsaliente recientemente fallecida, de la que Ben retiene algunas pocas imágenes, pero que lo consideraba una especie de novio. Sin quererla ni beberla, el protagonista termina arrastrado de Nueva York a Texas, donde la familia lo recibe como uno de los suyos y donde conoce en persona al hermano de la finada, quien dice estar seguro de que lo sucedido no fue una simple muerte, sino un asesinato. A Ben no le toma más que unos kilómetros de ruta agarrar esta idea, empaquetarla y venderla a una directora de podcasts: “Esta es la historia de un crimen existencial. Esto es A sangre fría pero sin los asesinos. Esto se trata de una nueva realidad estadounidense que la gente no puede aceptar, de modo que inventan mitos y conspiraciones para poder erigirse como héroes, porque es muy difícil aceptar la verdad. La muerte de Abilene es la muerte de la identidad del país y la necesidad de encontrar a alguien a quien culpar. Esta no es sólo una historia de venganza. Es una historia sobre la necesidad de venganza. Sobre el significado de la venganza. Chica blanca muerta”.
Ben, que se queda en la casa de la difunta para acumular material para el podcast, habla así todo el tiempo, como si cada cosa que dijera o pensara tuviera que pasar por dos pitchs mentales antes de salir de su boca. Más allá de esta fastidiosa tendencia del protagonista (BJ Novak, que en muchos sentidos parece una continuación de su personaje de Ryan de The Office, quiere que la sientas fastidiosa), la película tiene, más que cualquier otro film reciente, un excelente oído para las cadencias, estratagemas y lugares comunes de estos nuevos formatos periodísticos. Ben, ya abocado al “rastreo” del “verdadero asesino” de Abilene, es como un Sherlock Holmes millennial que todo lo que investiga lo dice en voz alta, pero no para dialogar consigo mismo y ver si llega a un nuevo razonamiento o hallazgo, sino para ver qué tan bien suena lo que piensa. De esta manera, en cierto momento el film logra algo extraño: lograr que vos tampoco veas la película desde la perspectiva detectivesca de un whodunit, sino desde un lado periodístico y fetichista del detalle.
Cuando uno se enfrenta a todas estas cuestiones no puede evitar sentir que Venganza es un producto extrañamente actual, como si la película se hubiese terminado de hacer tan sólo unos días atrás. Esto no es sólo por estas características de los nuevos formatos que han modificado al mundo periodístico, sino por la misma idea de lo que subyace en las especulaciones del protagonista. Tal como le pitchea a su productora, Venganza “es” una película sobre la mitografía de un Estados Unidos completamente partido a la mitad. Una película que ha entendido muy bien los dos bordes de esa grieta que tomó forma definitiva en el trumpismo.
En tiempos de hiperdigitalización el arte de los pósters suele ser algo que ha quedado en desuso a la hora de reseñar películas. Sin embargo, el póster oficial de Venganza es tan poético como perspicaz. En el dibujo vemos a un pequeño hombre parado sobre un trozo flotante de carretera, sobre el que a su vez pende un gigantesco sombrero de cowboy. A simple vista el sombrero parece también flotar, pero cuando uno lo mira con mayor detenimiento se da cuenta de que está sostenido en una rama y que la rama a su vez está atada a una cuerda. Descubrimos así que el sombrero forma parte de esta especie de trampas de pájaros que más de uno habrá hecho en su juventud, la idea de que en el espejismo de investigar e imitar a los cowboys quizás la verdadera trampa es terminar por convertirse en uno.
Esta extraña pulseada entre quién tiene el verdadero conocimiento, quién es el cazador y quién el cazado, es el núcleo neurálgico del film, no sólo por el periplo del protagonista, sino por algo que sucede alrededor del tono y nuestra misma condición de espectadores. El film comienza como una comedia absurda en la que creemos que el humor se dará en la incómoda adjudicación de papeles a Ben, quien apenas conocía a la hija mayor de aquella familia que lo trata como un familiar más. Ahí, en esta cuestión de “pez fuera del agua”, el retrato de Texas parte de algo grotesco, haciendo hincapié en todas las ridiculeces que dominan la vida de estas personas que no tienen nada más que hacer que comer chizitos, ir a rodeos y peregrinar al único restaurante de comida rápida de la zona. En estos momentos nos encontramos con la incomodidad interna de estar demasiado atravesados por la mirada yanqui del sur, como si fuésemos cómplices de la condescendencia de Ben. Sin embargo, la película va tomando un giro más humano, haciéndonos descubrir (incluso más: entender) la bella lógica interna de esa sencillez sureña. Y ahí volvemos a sentirnos incómodos porque pensamos que a lo mejor en las concesiones de equilibrio moral que hace la película pasó de burlarse de las tradiciones confederadas para abrazarlas como representante de cierta pureza emocional. Pero justo cuando estás acomodándote a ese juicio, la película vuelve a cambiar de tono y de esquema.
Es raro ver un film con tantos giros que pueda conservar el equilibrio y la entereza, pero más que nada que pueda posicionarse equitativamente entre estos dos bordes escarpados sin parecer que está haciendo una concesión complaciente. Así, el delirio conspiranoico es realizado por gente que busca conexiones donde no las hay, para justificar algo que quieren creer, pero lo que diferencia a eso de un buen vendedor de podcasts es simplemente la elegancia del marco teórico. Todas las películas demasiado actuales cargan con la maldición de volverse notoriamente viejas una vez que pasa el calor del momento. Sólo es cuestión de tiempo para ver si Venganza pasará como meramente otra película demasiado pegada a una novedad, o si terminará siendo evaluada como una modesta pero clarísima radiografía de lo que fue Estados Unidos en 2023.
Venganza. De BJ Novak. 2022. En HBO+.