La vastedad del terreno sonoro ofrecido por Lucas Meyer en su nuevo disco deshilacha casi cualquier seña personal en medio de un paisaje de nieblas. Habrá quienes sepan del origen sanducero del artista, de su apariencia huraña (tal vez lo hayan visto apostado en algún muro del centro de Montevideo con un cigarro de descanso) y de su gusto por el fútbol, especialmente por el club Barcelona.

En 2014, de la mano de El entusiasmo (su tercer LP, editado en 2013), la prestigiosa revista española Zona de Obras lo reconoció como “una de las voces más interesantes del Río de la Plata”. Al año siguiente firmó dos de los discos más importantes de la historia del indie rock local: el fundacional del grupo Alucinaciones en Familia y el que trae “Candy Bar”, cuya portada muestra un muro grafiteado que anuncia a los tres autores: Fernando Henry, Lucas Meyer y Pau O’Bianchi.

En 2017 Meyer sacó El espíritu en peligro, su cuarto disco como solista, y pareció desaparecer del mapa; en 2019 se dejó escuchar con “Visitante”, la canción con la que participó en Sirviendo a un solo amo, un disco inspirado en el libro Fue un susto, de Martín Batallés.

El nuevo invento, editado este mes por Feel de Agua, tiene 100 canciones. El número sorprende, pero sólo hasta cierto punto: es una de esas cosas extrañas con las que podría salir este músico extraño. En abril de 2023, en otra órbita estilística, había aparecido One Wayne G (2023), del canadiense Mac DeMarco, con 199 canciones, y obtenido una excelente recepción de los fans y de la crítica, como le había pasado al estadounidense Stephin Merritt cuando con The Magnetic Fields alcanzó el éxito comercial con su álbum 69 Love Songs en 1999. Más cerca, todavía se recuerda la locura del argentino Andrés Calamaro y su disco de 103 canciones El salmón (2000), pero vaya un attenti para los refutadores de leyendas: aunque no sabemos cuál habrá sido la motivación acumulativa esta vez, Meyer ya había grabado un disco imposible, uno de 60 canciones, el segundo de su carrera, Música para nadie, de 2011, editado por el mítico y desaparecido sello Esquizodelia Records.

El nuevo invento lleva el sello Feel de Agua mucho más allá de las formalidades legales. En la producción participaron varios artistas del colectivo: Fabrizio Rossi se encargó de la producción de 20 canciones y masterizó el disco; Leandro Dansilio estuvo a cargo de nueve canciones); Ignacio de los Campos, de ocho; y Francisco Trujillo, de las otras 50. El resultado final es un mapa de un lugar desolado, con algunas frecuencias melódicas agradables y familiares, especialmente para aquellos que disfrutan de los discos de esta factoría.

La voz de Lucas recorre las canciones aumentando la gravedad de su forma susurrante. Aquí no hay saltos de un género al otro ni cambios de ritmo pronunciados desde una canción mínima y triste a otra grandilocuente y épica, tampoco instrumentaciones que llamen la atención disruptivamente ni ninguna otra alteración pronunciada del comienzo hasta el final del disco. Todos los fragmentos, o cada canción, pertenecen a una unidad que podría pensarse como una ciudad, o un estado de ánimo que invadió todos los pensamientos de una persona. Musicalmente, Meyer habla en su dream pop oscuro, pero lo hace en compañía; a diferencia del resto de sus trabajos, este se sostiene en una gruesa trama de música electrónica, de bases rítmicas y melodías programadas.

“Los versos” se escucha como una luz inesperada en medio de una lentitud especialmente grata; la canción está producida por Dansilio (de Excelentes Nadadores), que también se encarga de un milagroso solo de guitarra. Karen Halty (otra nadadora) canta junto a Lucas y se encarga de los sintetizadores.

“Puede” es un fragmento de los más raros y, también, una muestra del poco apuro y del tipo viaje desprendido de Meyer y Fran Trujillo. A lo largo del disco la marca del cantante y músico de Cielos de Plomo es indisimulable y combina armoniosamente con las formas de Meyer.

En “Mintiendo el pasado” cantan los dos: “Adónde te gustaría ir ahora / Tenemos esta plata / Y ningún contacto”. Recién vamos por el track 10, pero la sensación de sinsentido y amargura incorporada apaciblemente no sé irá a ningún lado hasta que termine el disco. A cierta altura se podrá sentir que arribamos a un destino salvador y será una trampa, o que la reflexión escrita entre sueños no quedará cortada por otro reproche, y será otra trampa. Si fuera posible escuchar sólo la parte instrumental, la aventura sería sólo un poco menos densa.

“Empiezo a creer / no hay nada resuelto / mezclando otra vez / las líneas de tiempo”, canta Meyer en “2020”. Lo que suena es un sentir que es mucho más fácil de reconocer en el aire de un otoño uruguayo que en la historia de una sola persona. El disco tiene las canciones de Meyer y el humor de una generación de músicos: Mux, Excelentes Nadadores, Cielos de Plomo, todos los hijos de Darnauchans y de Jaime, de Onetti, Felisberto y María Eugenia Vaz Ferreira; la incomodidad y la desesperanza traducida en una música que intenta escapar al agobio con imágenes de bosques y grandes terrenos como los de un aeropuerto, vacíos por un rato.

La tapa del disco, una manta cubierta de juguetes usados a la venta en una feria barrial, dialoga en varios sentidos con el contenido interno. Algo valioso debería haber entre tantas figuras de fantasía; más antojadizamente, el origen chino de los objetos también resuena como uno de los colores de algunas de las ondulaciones-canciones de Meyer, que podrían emparentarse con música tradicional del gigante oriental. En “Días hostiles” (el track 76) el cantante avisa: “Alguien te espera / en otro lado”.

El nuevo invento, de Lucas Meyer. Feel de Agua, 2024. Disponible en plataformas.