“Tengo que buscar algo para tranquilizarme”, pensó, “la vida de antes ya no me corresponde”, siguió. Acababa de convertirse en madre y entre otras costumbres había abandonado la escritura. “Mis momentos de inspiración literaria eran los días posteriores a una resaca, cuando me había ido como el culo. Escribía y encontraba un escape”, cuenta la artista uruguaya Victoria Noya, una tarde en Barrio Sur.

En aquellos días ahora desprendidos, bajo su seudónimo Bonnie Bang Bang, había publicado el libro El infierno te odia y tu mamá no puede ayudarte (Yaugurú,2015) y una serie de videos de humor cínico que todavía se pueden encontrar en Youtube.

Antes de seguir hacia adelante, una hazaña antigua: “Es 2006 y Rocket abre sus puertas como un orgulloso emprendimiento de tragos y picadas ubicado en Santa Lucía, Canelones. Cierto día su dueño decide premiar a dos personas, aquellas capaces de ingerir la mayor cantidad de cerveza en una noche, con pasajes y entradas para ver a los Rolling Stones en Argentina. Victoria y su amiga Laura (ambas de 18 años) a punto de mudarse a Montevideo, salen triunfantes del lugar, aunque temerosas por la posible reprimenda de sus padres. Viajan a Buenos Aires y se arrojan a la multitud rolinga en el primer recital de rock de sus vidas.

De vuelta a las preocupaciones cotidianas, un curso de confección de muñecos de torta a cargo de la floridense Irene Maccio toma un fragmento de tiempo casual de su presente más reciente. “Yo nunca había tocado porcelana fría, no tenía idea de que podía dedicarme a esto, ni ninguna aspiración en particular”, reconoce. “En una de las clases Irene nos propone que hagamos un personaje que nos guste mucho. La mayoría pensó en la Sirenita. A mí se me cruzó por la mente Joey Ramone y dije: ‘Voy por acá’. Terminé mi muñeco y quedó buenísimo. Le saqué una foto, la publiqué en mi Facebook y de repente un montón de personas me empezaron a pedir otros personajes. Al principio me enloquecía. Los Ramones son medio caricaturescos, pero había otros más difíciles para hacerlos igual. Yo no le decía que no a nada, aunque no tuviera ni idea de cómo empezar. En la desesperación de resolver cada pedido, me empezaron a salir todos y con la práctica fui perfeccionando la técnica”, asegura.

Victoria lleva tres años haciendo estatuitas y ha convertido este oficio en su forma de vida. “Mi mundo se vuelve cada vez más grande y amo todo”, escribió en la cuenta de Instagram donde sube buena parte de sus trabajos bajo la firma estatuitasbangbang. En la foto adjunta se puede ver: una calesita dorada como escenografía de una muñeca de ojos saltones, otras dos en un puesto ambulante de color rosa, un David Bowie de los años de su disco Aladdin Zane, dos cabezas sueltas, y los robóticos Daft Punk en su look Random Access Memories. Quien se disponga a recorrer esta galería gráfica también se encontrará con el escritor Hunter Thompson, los compositores Bob Dylan, Kurt Cobain y Kim Gordon, a todos los Ramones y a un montón de uruguayas y uruguayos: Marosa Di Giorgio, Horacio Quiroga, Tabaré Rivero, Jorge Nasser y otros menos conocidos, como el gestor cultural y poeta Martín Barea Mattos.

“Hay gente que me dice ‘hay que tener mucho ego para encargar una estatua’. Yo no lo veo de esa manera”, cuenta la artista sobre sus trabajos más personales. “A Martín Barea, por ejemplo, me lo pidió su novia para regalárselo en el Mundial de Poesía. A mí me pareció redivertido y un gesto muy lindo. Si no hice una estatuita mía, es por falta de tiempo. Ya hice abuelas, amigos, madres y también he recibido pedidos de grupos de trabajo que quieren homenajear a un compañero con una estatuita. Nunca te vas a imaginar que te van a regalar un pequeño monumento tuyo. La gente después viaja. Me escriben y me ponen: ‘¡Me robaste el alma!’”.

Medicina casera

“La verdad es que hacer esto me hace muy bien. Es muy terapéutico. La gente me dice ‘ay, qué paciencia hay que tener’, y yo a veces paso 16 horas corridas trabajando en una figura y estoy feliz”, confiesa. “Además, poder trabajar desde mi casa es lo mejor de todo. Yo me concentro pila en esto y me olvido hasta de comer. Nunca entrego un trabajo hasta que no parece que está pronto, y para eso, primero me tiene que gustar a mí”, relata.

Victoria pasó otras épocas “sin saber qué carajo hacer”. Vivió en México y Costa Rica trabajando en bares y restaurantes como moza y anfitriona. “Yo, si tengo que cumplir con un horario, me da un ataque de pánico, me vuelvo loca. Por eso las estatuitas fueron una salvación para mí. Cuando hacés algo que te gusta, el tiempo te pasa volando y no pensás en cosas negativas. Eso también lo notás cuando te encontrás con alguien y tenés una energía mucho más pacífica”, reflexiona.

Ojos, técnica y herramientas

“En la calle te cruzás con gente que te das cuenta de que va completamente en otra. Yo miro a todo el mundo, y a la cara”, cuenta. “A cualquiera, a la señora que va con el bebé, al verdulero. Soy conversadora, pero siempre escucho al otro, y creo que eso tiene mucho que ver con la captación de la esencia de la persona, igual que hago con las estatuas”, cuenta.

Con una estructura de alambre, espuma plast, papel de aluminio y escarbadientes, y herramientas de dentista para tallado, Victoria arma el esqueleto de cada personaje. “Eso lo dejo quieto, le agrego porcelana fría y ahí le termino de dar la forma al cuerpo que tiene la persona. Después le podés agregar acrílico de color”, explica. Las cabezas y los rostros son lo más difícil de su trabajo, pero también su diferencial: “Es lo que me sale mejor. Siempre uso fotos de referencia, pero tienen que ser fotos donde encuentre algo muy específico de la persona. Por ejemplo, en Marosa encontré un gesto de cierto hastío”.

A Victoria siempre le gustaron las herramientas de trabajo y, en su casa, decorada a su gusto, también se encarga de todos los arreglos que sean necesarios. Comenzó con una sierra caladora en una época que dedicó al diseño de interiores y ahora está encantada con un destornillador eléctrico que recibió de regalo. “Si veo un par de tablas tiradas por cualquier lado, pienso ‘con esto voy a armar algo’”, dice, como la cosa que más la entusiasma de sus días.

Además de sus estatuas de personajes más o menos célebres, las estanterías de su taller están ocupadas por otros seres que la tienen tanto o más entusiasmada: “Son unas muñequitas inspiradas en la obra del artista Mark Ryden, que tienen esa expresión de melancolía y tristeza. Es una cosa entre terrorífica e inocente, como una energía medio turbulenta, que no sabés si es felicidad o angustia. No es un realismo ni una caricatura. Es un estilo propio que desarrollé de pedo. Ositos sabía que no iba a hacer”, remata.