En 2023 se cumplieron los primeros 100 años de Disney, la compañía de entretenimiento más grande del planeta. Desde sus estudios cinematográficos y sus parques temáticos (sumados al merchandising infinito), Disney se ha posicionado como ese sitio confortable en donde se puede creer en los sueños por un rato, ya sean 90 minutos en una sala de cine o el living de un hogar, o un día paseando por sus atracciones.
La construcción de esa imagen comenzó con el mismísimo Walt Disney, quien en 1937 produjo el primer largometraje animado de la historia (Blancanieves y los siete enanos) y dejó la cancha marcada para su gestión y la de sus sucesores. Una y otra vez volverían a los cuentos de hadas clásicos como base para contar sus historias acerca de sueños, que solían estar protagonizadas por bellas princesas que alcanzaban la felicidad al ser encontradas por bellos príncipes.
Con el paso de los años, las jóvenes protagonistas de aquellas historias se volvieron más independientes, fueron ellas en busca del amor o simplemente tuvieron aventuras en las que el interés romántico era secundario y los sueños a cumplir eran otros. Al mismo tiempo, Disney se atrevió a escribir sus propios “cuentos de hadas”, pese a que nunca se preocuparon por ser fieles al material original (o a su versión más popular).
Así, en 2013 la compañía encontró oro al abandonar la idea de adaptar La reina de las nieves, de Hans Christian Andersen, y terminó produciendo Frozen, una de las películas animadas más taquilleras de todos los tiempos. Diez años más tarde, en pleno festejo del centenario, intentó repetir el éxito con otra historia propia que remite a los cuentos de hadas, que además incluía numerosas referencias a su rica historia animada. Pero esta vez el sueño no pudo hacerse realidad.
Wish: el poder de los deseos comienza con una referencia directa a los primeros clásicos de la compañía: un libro se abre y allí contemplamos el comienzo de una historia. Pero si en Cenicienta (1950) o La bella durmiente (1959) unas pocas páginas eran suficientes para llevarnos directamente a la acción, aquí hay que explicar. No solamente porque se trata de algo original, sino porque está construido de tal manera que es necesario andar explicando, lo que atenta contra el espectáculo.
Por supuesto que si algo ha caracterizado a Pixar, el estudio de animación que desde hace años forma parte de Disney, es dedicar los minutos de arranque de una película a las reglas que demarcan el mundo que estamos conociendo, ya sean monstruos que hacen gritar a los niños para alimentar sus centrales eléctricas, emociones antropomórficas que viven en nuestras mentes o parientes fallecidos que necesitan que los recordemos para seguir existiendo. Pero en estos ejemplos el funcionamiento de cada realidad se intercalaba con la acción en forma orgánica.
También hay ejemplos de infodumping en películas como Encanto (2021), cuya protagonista comenzaba cantando al ritmo de Lin-Manuel Miranda tanto la composición de su numerosa familia como los dones (superpoderes) de cada uno de ellos. Pero de alguna manera lograba que funcionara.
Aquí la encargada de explicarnos, para luego protagonizar su propia historia, es Asha, una joven de 17 años que vive en el reino de Rosas, creado por el hechicero Magnífico, quien se había obsesionado con hacer realidad los sueños. Cada habitante de Rosas, cuando cumple la mayoría de edad, entrega su sueño al rey (en forma de esfera brillante), y cada mes se realiza una ceremonia en donde cumple uno de ellos. Pero ¡atención! Las personas olvidan su sueño cuando se lo entregan, así que no saben lo que deseaban hasta que el sueño se cumple. Si es que eso ocurre, porque son muchos habitantes y pocos deseos cumplidos en total.
Lo que Asha quiere es convertirse en ayudante de Magnífico y así cumplir el sueño de su abuelo, que ya tiene 100 años y no sabe cuántas ceremonias más le quedan de vida. Con un objetivo encomiable, nuestra protagonista solamente aspira a abusar un poquito del poder. Antes de que eso suceda descubre la turbiedad detrás de las acciones de Magnífico, encuentra una estrella (lo mejor del film) que sí es chévere en eso de ayudar a cumplir deseos ajenos y se suceden momentos de acción y de emoción hasta que el bien triunfa, como corresponde.
Uno esperaría una mayor fluidez en una historia, que por momentos recuerda a una comedia musical de Broadway y que debe ocuparse de siete amigos de la protagonista con características que recuerdan a los siete enanos, en una de las decenas de referencias al nutrido catálogo de Disney.
A esto se le suma un estilo de animación 3D que distrae por los bordes que simulan 2D (algo bastante visto en animés modernos) y que realmente no parece estar a la altura de lo que la compañía venía ofreciendo. Si ante cada estreno se jactaban de animar más y más miles de pelos en las cabelleras de los personajes, acá el único cabello que tiene algo de movimiento es el de Asha; el resto de los personajes tiene gorros de pelo con animaciones muy limitadas.
Si bien los puntos flacos parecieran superar a los otros, se vuelve simpática la cacería de referencias y el gran homenaje a la fábrica de sueños, aunque algunas veces parezca reflejarse en el mismísimo villano. Finalmente, el público latino tiene la posibilidad de escuchar al gran Francisco Colmenero como el abuelo Sabino. Colmenero, de 91 años, interpretó a decenas de personajes memorables, tanto animados como de carne y hueso, y uno no puede dejar de emocionarse al escucharlo. Uno desearía que hubiera más elementos que hicieran lo mismo.
Wish: el poder de los deseos, de Chris Buck y Fawn Veerasunthorn. 95 minutos. En cines.