Las películas biográficas (o biopics) son un género popular y tiene sentido que así sea. Para los grandes estudios es más fácil convencer a la audiencia de pagar la entrada de cine para ver una historia de vida si se trata de la historia de vida de alguien que ya conocen.
Una vez que se apaga la luz de la sala, comienza la fórmula: una selección prolijamente ordenada de sucesos más o menos reales, que construyen una narrativa en la que la persona famosa supera las adversidades y logra el triunfo, aunque eso siempre dependa (como dijo Orson Welles) de en qué momento dejes de contar la historia.
En ese contexto, el final feliz es ganado, merecido. Y de las luces y sombras de las figuras reales que aparecen en pantalla, el relato editado privilegiará las primeras, sobre todo si las figuras o sus representantes legales están detrás de la producción. Así supimos que los integrantes de Queen eran hombres de familia que le pedían a Freddie Mercury que no saliera tanto de juerga. Así apenas nos enteramos de los hijos ilegítimos de Bob Marley, si no parpadeamos en el milisegundo en el que se hablaba de ello.
Por eso era interesante enfrentarse a El aprendiz (The Apprentice), la biopic acerca de Donald Trump que acaba de llegar a las salas de cine. Porque sabíamos de antemano que estábamos ante un ejemplo de película biográfica sobre el tipo malo, al menos para sus realizadores. Por algo el mismísimo Trump utilizó todo lo aprendido en esta historia para impedir su estreno en Estados Unidos.
Lo de tratarlo como una mala persona no es difícil, más allá de lo que digan las encuestas de intención de voto. Además de las mentiras en innumerables declaraciones públicas y los abusos de poder documentados, incluyendo el intento de anular el resultado de las elecciones de 2020, la justicia estadounidense lo encontró culpable del abuso sexual de E. Jean Carroll, y su primera esposa lo acusó de violación durante el juicio de divorcio, aunque más adelante se retractó.
Trump siempre fue una figura pública polémica. Un empresario inflado por sus propias exageraciones, un chiste del cine, la televisión y hasta de la lucha libre. Causaba gracia hasta que un electorado aferrado a un partido, definido por oposición a otro y obsesionado con la pérdida de privilegios (consecuencia de la igualdad de derechos) lo llevó a la Casa Blanca. Cualquier similitud con fenómenos regionales no es mera coincidencia.
En este marco, el guionista Gabriel Sherman eligió contar una parte de su historia: la que lo tiene como aprendiz (justamente) del despiadado abogado Roy Cohn, quien asistió a McCarthy en la persecución a comunistas dentro de Estados Unidos durante la década de 1950 y que luego adoptara a Trump como cliente y lo acogiera bajo su ala. Cohn sería el emperador Palpatine, y Trump, Darth Vader, pero lamentablemente no se trata de un par de monstruos de la ficción, sino de dos seres humanos reales con conductas monstruosas en el marco de un país que premiaba más y más a los de su condición.
El actor Sebastian Stan (el Soldado del Invierno de las películas de Marvel) fue elegido por el director iraní Ali Abbasi para interpretar al protagonista. En esta historia arranca como un nepo baby de los bienes raíces, desesperado por codearse con los poderosos, y al unirse a Cohn aprende que en la jungla de los negocios hay que mostrar los dientes y rugir con fuerza para evitar el conflicto. Y si ocurre, hay que ir a la yugular.
Su Trump es más humano que el que vemos en televisión —en una escena se permite llorar—, porque sucede en el ámbito privado. Somos testigos de cómo una persona que no fue abrazada lo suficiente de pequeño puede aceptar recibir lecciones de una persona sanguinaria y finalmente convertirse en el alumno proverbial que supera al maestro.
Con una fotografía que busca pegarse a la idea que tenemos de cómo se veían las cosas en los 70 y 80, Abbasi sigue a Trump conquista a conquista: para él es lo mismo la construcción de un hotel, un gigantesco edificio o una mujer con la que quiere casarse (Ivana, interpretada por María Bakalova). Vemos cómo negocia con ella la cantidad de dinero que le entregará luego del fracaso de un contrato prenupcial obviamente fomentado por Cohn.
Como si bailara la danza de los siete velos, Stan va quitándose las capas del Trump joven hasta parecerse cada vez más, pero no del todo, al que conocimos en la última década. Y si hay una chance de empatía por parte del público, esta se va desintegrando con la caída del cuarto o quinto velo, cuando su personaje termina de convertirse en el Damien de La última profecía.
En esa comparación, el trabajo de Jeremy Strong (de Succession) como Roy Cohn es, sin duda alguna, el del demonio tentando a un ser humano, aunque no sepa con quién se está metiendo. Su Palpatine también termina siendo arrojado al reactor de la segunda Estrella de la Muerte, aunque en este caso no marca la redención tardía de su matador sino el parricidio inevitable.
En inglés al cuento con moraleja se le dice cautionary tale, o relato que sirve de advertencia. Llega un poco tarde, pero quizás podamos aprender algo de ello.
El aprendiz, de Ali Abbasi. 123 minutos. En cines.