La promesa de internet como un espacio que venía a democratizar el acceso a la información, a ampliar los horizontes, y las miradas, y a permitirnos una curva de aprendizaje mayor gracias a aspectos tanto culturales como tecnológicos, parece cada día más lejana. Un mar de fake news, creciente polarización y violencia digital, entre otros fenómenos, anuncian algo así como el final de la utopía cibernética de la primera internet. Algo de esto también viene a contarnos el caso de los litigios que ha venido sosteniendo Internet Archive, en especial el de la publicitada demanda que presentaron las principales compañías discográficas en Estados Unidos.

Para algunos expertos, el reclamo excede los costos reales de los daños ocasionados: son 621 millones de dólares lo que los sellos discográficos exigen a la biblioteca en línea Internet Archive por miles de grabaciones antiguas en formatos extintos que ya no se consiguen.

Así, surgen interrogantes como: ¿deberían estas obras ser compartidas, sin fines comerciales, para un bien común?, ¿cuál es la importancia social y cultural de los archivos y bibliotecas online, sobre todo si hablamos de contenido que no se consigue en ningún formato físico y si lo que se está protegiendo es patrimonio cultural de la humanidad? E incluso, aun si no se pudiera alegar un uso justo (fair use) por parte de estas bibliotecas o archivos públicos, ¿es justo el actual sistema?, ¿cómo debería retribuírseles a los creadores?

¿Qué hace Internet Archive?

Conviene aclarar que Internet Archive es una biblioteca digital sin fines de lucro fundada en 1996 por Brewster Kahle, un ferviente creyente en el poder de la web y el rol de las bibliotecas online. Forma parte del Salón de la Fama de Internet, la Academia Estadounidense de Artes y Ciencias y la Sociedad Estadounidense de Anticuarios, y durante la década de 1980 desarrolló numerosas tecnologías de búsqueda y creación de catálogos online que luego fueron compradas por empresas como AOL o Amazon.

Internet Archive ofrece acceso gratuito a colecciones de materiales digitalizados, incluidos sitios web, aplicaciones de software, música, audiovisuales e impresos, como libros. Trabajando en conjunto con entidades públicas, museos, bibliotecas, donantes y coleccionistas privados, ha acumulado más de 145 petabytes a lo largo de años y es una fuente abierta y gratuita de conocimiento para el público.

En este sentido, y como explica un extenso perfil reciente de la revista Rolling Stone titulado elocuentemente “Dentro de la batalla legal de 621 millones de dólares por el alma de internet”, para muchos el archivo es uno de los pocos reductos que quedan donde se respetan los preceptos de apertura y accesibilidad, al margen de la ambición monetaria de Silicon Valley y focalizado en la preservación de cualquier pieza del registro cultural a la que pueda acceder.

Por supuesto, no todos están de acuerdo. La preservación del patrimonio y su libre acceso choca la defensa del negocio y la propiedad privada. Por eso, el proyecto enfrenta demandas que lo han llevado a los tribunales y a comparecer ante la opinión pública. Sus repercusiones financieras, de cientos de millones de dólares, podrían derribar la biblioteca más grande de internet tal como la conocemos.

Kahle dice que “la idea fue construir la Biblioteca de Alejandría para la era digital con acceso universal a todo el conocimiento”, y a eso se abocó el Archivo, más conocido por la preservación de extensiones efímeras de la World Wide Web disponibles a través de su motor de búsqueda, único en su tipo, la Wayback Machine (que contiene copias de una enorme cantidad de páginas o sitios de internet, muchos discontinuados u offline).

Además, esta biblioteca de Alejandría del siglo XXI alberga material cultural obsoleto o agotado al que cualquiera puede acceder: libros, microfilms y microfichas, software antiguo, videojuegos, VHS, programas de noticias de televisión, programas de radio históricos y cientos de miles de grabaciones de conciertos. “Es una biblioteca de investigación. Está ahí para registrar y poner a disposición una versión precisa del pasado. De lo contrario, terminaremos con un mundo de George Orwell donde el pasado puede ser manipulado y borrado”, le dijo Kahle al periodista Jon Blistein con total convicción.

El juego de las grandes casas discográficas y editoriales

En su demanda, a las discográficas las precedieron en 2020 un conjunto de editoriales (John Wiley & Sons, Hachette, Harper Collins y Penguin Random House) que llevaron a juicio a Internet Archive tras el lanzamiento del proyecto Biblioteca Nacional de Emergencia en plena pandemia, que puso a disposición su colección de libros escaneados para prestarlos libremente y sin restricciones en medio del cierre de escuelas, universidades y bibliotecas. Parecía una iniciativa cargada de espíritu altruista en un momento único y sin precedentes, pero las editoriales no lo vieron de esta manera y la consideraron una infracción masiva y deliberada de los derechos de autor. Ganaron un juicio el año pasado.

Esto no fue todo. En agosto de 2023, un conjunto de clientes de la industria musical, encabezados por los sellos discográficos Universal Music Group y Sony Music, presentaron su propia demanda por infracción de derechos de autor sobre otro proyecto insignia de Internet Archive: el Great 78 Project. ¿El objetivo? Digitalizar discos de 78 rpm, aquel primer formato de discos de gramófono que se volvió obsoleto cuando el vinilo apareció en la década de 1940. Es una tarea titánica que resulta fundamental no sólo para explorar grabaciones antiguas y extrañas –que ya no están disponibles o que son muy difíciles de encontrar–, sino también para entender cómo se producía y grababa el sonido en otra época. “Buscamos no sólo las cosas que la gente escuchó, sino también la forma en que las escuchó”, proclama Kahle.

Para construir el Great 78 Project se recurrió al experto conservacionista de audio George Blood, cuyo equipo ya ha digitalizado y subido más de 400.000 grabaciones desde 2017, incluyendo tonadas de folk, blues, country, gospel, alguna joya perdida del jazz, éxitos de big band, comedias, ópera y tango, entre otros géneros tradicionales y locales. La mayoría de los sellos que las publicaron ya no existen más (Victor, Vocalion, Edison, Oriole, Okeh y Brunswick), y se estima que el 95% o más del contenido del Great 78 Project no esté disponible en ninguna otra parte.

Y aquí es donde el escenario se complejiza: los sellos discográficos –que vienen sosteniendo animosidad contra Internet Archive hace tiempo por considerarlo una tienda ilegal de discos– plantean que poner a disposición del público estas grabaciones extintas es “robo al por mayor de generaciones de música”, y que la “preservación y la investigación” es sólo una pantalla. Las grabaciones en cuestión son unas 4.142, y en algunos casos se reconocen artistas históricos que al día de hoy se siguen escuchando como Billie Holiday, Louis Armstrong o Elvis Presley, pero otras son de ignotos (Kahle afirma que las de los artistas más reconocibles ya han sido retiradas).

A su vez, desde el Archivo explican que siempre se ha dialogado con los creadores que se han acercado a pedir que bajen su música por motivos de violación de derechos o por sentir que no los beneficiaba comercialmente. Otras veces se llegó a un acuerdo, como en 2005, cuando ante el pedido de los Grateful Dead se encontró una solución para mantener las grabaciones de conciertos de la banda disponibles en el Live Music Archive.

¿Qué dice la ley?

Desde una mirada comercial, esto es un caso sencillo de derechos de autor de reproducción y distribución, centrado en registros que están en el catálogo (de los sellos), que se distribuyen y están disponibles comercialmente. El argumento es que distribuir cintas oscuras o prácticamente ignotas –cuyos másteres originales probablemente ya estén destruidos– socava el valor de las grabaciones “autorizadas”, lo que escuchamos por ejemplo en Spotify o la radio, que es en realidad lo que genera regalías e ingresos para los creadores y sellos.

“Creo que es un argumento difícil de defender. Lo que están explotando es una versión remasterizada de las grabaciones más antiguas. Y lo que Internet Archive transmite son grabaciones originales de muy baja fidelidad”, explica Jessica Litman, experta en copyright y profesora de la Facultad de Derecho de la Universidad de Michigan.

“Internet Archive es una institución norteamericana que se rige por el common law; en Argentina y casi todos los países tenemos la ley civil. Para nosotros, las excepciones deben ser expresas, por ejemplo usos para museos, archivos, bibliotecas, educación. La excepción debe estar señalada por la ley e indicar precisamente cómo se puede usar una obra sin autorización, y si eventualmente se requiere un pago compensatorio. En Estados Unidos tienen el fair use, menos preciso y más amplio, con lo cual podrían estar amparados en fair use para archivar o para un uso de investigación o preservación, pero no podrían hacer un uso comercial de esos fonogramas”, explica el argentino Gustavo Schötz, del Centro de la Propiedad Intelectual, Universidad Austral y consultor independiente en Schötz & Viascán.

Si bien el archivo propone regirse bajo el llamado “uso legítimo” (excepciones legales que permiten utilizar obras protegidas por derechos de autor si el propósito se considera suficientemente “transformador” o “educativo”), esto no parecería convencer a las discográficas, que ven a Internet Archive como un “centro de distribución online” no muy diferente a Pirate Bay, en vez de una biblioteca pública y abierta. Y quizás allí resida el mayor de los desencuentros.

“El problema de los fonogramas que están fuera de uso o sin uso habitual pero pertenecen a un titular genera una compleja duda que en algunos países está resuelta a través de lo que se llama ‘obras huérfanas’. La obra huérfana es aquella cuyo titular no se conoce o que aun siendo conocido no puede ser encontrado. En esos casos, aun tratándose de obras en dominio privado, porque no están en dominio público, hay regulaciones que permiten hacer uso de esas obras, por ejemplo, mediante una previa búsqueda diligente del titular. Y si así y todo no se encuentra quien esté en condiciones de disponer de la obra, hay usos lícitos por las bibliotecas, museos, que permiten que esas obras no queden olvidadas”, sigue Schötz.

En el corazón de la cuestión subyace un sistema pensado para favorecer a los grandes sellos antes que a los pequeños creadores, y es por eso que en Estados Unidos es tan fácil ceder los derechos (en manos de los que graban la música y otros intermediarios) y tan difícil recuperarlos; basta ver el caso de Taylor Swift. Además existe también una explotación histórica de los músicos afroamericanos –muchos de los cuales nunca han sido compensados de manera acorde–, que aun alineándose con las discográficas para esta demanda, en el caso de algunos, es probable que no vean un dólar. “Este país les debe a los artistas de mediados del siglo XX no sólo una disculpa, sino también un montón de dinero, pero no veo que el Proyecto Great 78 saque nada de ese dinero del bolsillo de ningún artista”, cierra Litman.

La controversia está servida y habrá que esperar la decisión de los tribunales, pese a que para los defensores del proyecto la preservación de material sonoro de otras épocas es demasiado importante como para dejarla en manos de corporaciones, que, por otro lado, no encuentran una manera clara de monetizarlos (nadie escucha ni compra esas grabaciones) ni de retribuir a sus creadores originales.