En 2006, The Walt Disney Company realizó la primera de una serie de grandes adquisiciones que terminarían posicionándola en lo más alto de la industria del entretenimiento. Antes que Marvel, Lucasfilm y Fox, la empresa del ratón compró Pixar, el estudio de animación que venía teniendo un gran éxito de crítica y público con películas que eran distribuidas por Disney.
Parecía que la llegada de tantos talentos sería lapidaria para Walt Disney Animation Studios; sin embargo, terminó ocurriendo lo contrario. Más allá de la virtual desaparición de la animación 2D, la competencia interna llevó a un nuevo (y van...) renacimiento de los films animados de Disney. En 2013, por ejemplo, llegó Frozen: una aventura congelada para hacer estallar la taquilla e incrustar “Libre soy” en nuestros cerebros de aquí a la eternidad.
Mi favorita de esta nueva camada, y una de mis preferidas de toda la historia del estudio, se estrenó en 2016 con el título Moana: un mar de aventuras. Contaba la historia de la heroína del título, que soñaba con cruzar el océano y terminaba haciéndolo para salvar a su gente de una maldición. Debía encontrar al semidiós Maui y juntos devolverle el corazón a Te Fiti para recuperar el balance de la naturaleza. Lo recuerdo muy bien, porque la vi de nuevo un par de horas antes de ir al cine.
Es que hace unos días se estrenó Moana 2 y quería verla con la imagen fresca de la primera y no solamente su recuerdo emotivo. La primera, dicho sea de paso, sigue siendo una joya de los últimos años, mientras que la segunda continúa la historia con lógica interna, pero sin innovar por ningún lado.
Lo primero, y una de las razones para haberlas visto back to back, era comprobar el estado de la animación. Si bien más de una vez me he quejado de la obsesión capitalista por animar cada vez más cabellos, cada vez más partículas, el nivel superlativo de 2016 aquí en el mejor de los casos se mantiene. No hay escenas ni personajes que nos sacudan las melenas (sin importar cuántos cabellos tengan).
Una posible explicación para esto, y para otros detalles del producto final, es que Moana 2 fue pensada originalmente como una serie para la plataforma Disney+, lo que hace unos años hubiera sido una de aquellas “secuelas directamente para video” como Aladdín 2: el regreso de Jafar o La Sirenita 2: regreso al mar (mucho regreso). De todos modos, el éxito de taquilla de Frozen II en 2019 y el hecho de que Moana haya sido la película más reproducida en streaming en 2023 en todas las plataformas llevaron al cambio lógico de querer estrenarla en cines.
Ni que hablar que la apuesta rindió sus frutos: rompió toda clase de récords monetarios (sin tomar en cuenta que las entradas cada vez cuestan más caras, por supuesto).
Como entretenimiento familiar, Moana 2 funciona, incluso gracias a su familiaridad. Hay ciertos beats de la primera que se repiten con poca originalidad, como la canción de la aldea, la referencia a los barcos ocultos detrás de la catarata, el momento de oscuridad y la eventual alianza con Maui, que sigue discutiendo con el mini-Maui animado de sus tatuajes. Hasta hay chistes repetidos en forma idéntica que giran alrededor de Pua y Heihei, el cerdo y el gallo que acompañan a la protagonista en gran parte de la aventura.
Sin embargo, algunas de estas repeticiones terminan convirtiéndose en ecos, y el punto clave es la música. La película de 2016 no solamente tenía varios hits, sino que el tratamiento vocal y musical (que combinaba elementos polinésicos con el talento pop de Lin-Manuel Miranda) lograba una atmósfera atrapante. En esta oportunidad las canciones no pasan del pop genérico, más allá de cuánto logren incrustarse en nuestros cerebros a fuerza de repetición.
Rodeada de música occidental, Moana vuelve a elegir su propio camino en lugar de complacer los deseos familiares, que en ambos casos hubieran condenado a la isla de Motunui a la desaparición. Esta vez, como en esas secuelas en donde se apuesta a la cantidad, su viaje a través del mar necesitará de una tripulación mayor.
Ahí entran en juego tres nuevos personajes: el cínico, la sabelotodo y el fanático, que pese a aportar momentos de comedia empujan a la historia hacia un lado más posmoderno, más cercano a películas como Las locuras del emperador o las de Ralph el Demoledor que al rincón de las princesas. Esto no significa que la primera fuera una fábula etérea; alcanza con recordar la canción “De nada”, que por supuesto aquí tiene su beat equivalente (“Can I get a Chee Hoo”). Al menos ahí los comportamientos anacrónicos estaban contenidos en el personaje cuya voz está a cargo Dwayne Johnson (por suerte había una función en idioma original).
Por último, la promesa de un par de villanos se limita a una segundona que aporta poco y a una fuerza misteriosa que termina de revelarse recién en la escena de mitad de créditos, como si estuviéramos ante una película de Marvel. Dada la recaudación millonaria en apenas unos días, todo indica que tendremos Moana 3 como continuación directa, que continuará emocionando al público menudo, aunque con pocas esperanzas de arañar la excelencia de la original.
Moana 2, dirigida por David Derrick Jr., Jason Hand y Dana Ledoux Miller. 100 minutos. En cines.