Una pequeña pantalla dispara capítulos continuados de las Tortugas Ninja. Un clavo sostiene auriculares para escuchar la voz del artista, entrevistado por el poeta Martín Barea Mattos. En otra pantalla incrustada en los ladrillos de una habitación del Espacio de Arte Contemporáneo (EAC), un papiro virtual desenvuelve notas y garabatos escritos por Víctor Hugo Andrade: “Lo auténtico se refugia en una cantidad penosa de chapas y madera envueltas en nylon para cubrir y resguardar su piel del crudo invierno. Barre su comedor de la calle 25 de Mayo. Fastidia a los transeúntes con un extraño humor infantil en un cuero de 34 años”, deja dicho con brutal autoconciencia.
El resto de la superficie, destinada a la presentación protocolar de la muestra Sin capa pero con vuelo. Visiones erráticas por la obra de Víctor Hugo Andrade, es un cúmulo de letras en imprenta que orbita con debilidad, en un espacio en el que la intensa energía de las obras empuja al paseo por una ciudad de plenitud nocturna.
“Esta exposición no se presenta como una antología; más bien intenta ser una posibilidad en el infinito, un ejercicio que pone en primer plano la riqueza cultural, la dimensión poética, la historia y las reivindicaciones que se manifiestan en la obra de Víctor Hugo Andrade”, resalta en el catálogo de la muestra la curadora Lourdes Silva.
De Andrade, “pintor, bailarín de break dance y boxeador”, también deja saber que nació en Malvín en 1978, creció en el Consejo del Niño (hoy INAU) y luego vivió 15 años a la intemperie, primero en la escalinata del ex Mundo Afro y luego en 25 de Agosto y Misiones, y que le gustan las series del Hombre Lobo, las Tortugas Ninja y El auto fantástico.
El orden de la instalación invita a comenzar por una serie de pinturas inspiradas en el Palacio Salvo. En pastel o pintura acrílica, Andrade descubre al icónico edificio montevideano en el medio de diferentes acciones, nunca muerto o solemne: como la escenografía de una comparsa de tambores, rodeado de lunas multiplicadas a su alrededor, o en una versión de mundo submarino, o junto a una orca, en un cuadro pintado sobre la madera del respaldo de una cama antigua.
Esa sola secuencia resulta suficiente para definir al artista como un impresionista de vanguardia. Su novedad está en las formas en las que, cual MacGyver de las artes visuales, ubica sus imprescindibles luces con perfecto sentido, y en los márgenes de una imaginación de tono nostálgico. De pronto, la escena nocturna es un amanecer de tonos grises, o el cielo oscuro, ahora es agua cristalina. A la vez, sus trazos gruesos tejen imágenes para acercarse un poco más, o pestañear unas cuantas veces hasta volver a intentarlo.
La luz es la de la luna y la de las luces de una ciudad siempre encendida, pero es, especialmente, la de sus ojos. En efecto de falso espejo, Andrade nos mira desde el fondo de cada uno de sus cuadros, a través del rostro de un superhéroe de máscara o antifaz, o el de figuras populares de la cultura en las que ha posado su atención: ¿Miles Davis o Michael Jackson? Bruce Lee y Rosa Luna, unos “poetas de la noche” y otras bandas de jazz o hip-hop en las que se multiplica en Hermanos Andrade y conviven con su Mona Lisa, Marilyn Monroe, Frida Kahlo, Muhammad Alí y también en autorretratos.
En las posturas de sus personajes no hay tristeza ni especial alegría, tal vez algo de picardía, e incluso los hay sin rostro. Lo que se impone en sus criaturas es la fibra de una performance viva, como personajes de una función teatral o una película que sucede mientras observamos sus cuadros.
La acumulación de flashes de esta recorrida, por una muestra curada a partir de piezas de diferentes colecciones y en buena medida centrada en la producción del artista durante los años 2010 y 2011, sugiere una ciudad que es el reverso de lo lúgubre, y que recuerda en su espíritu a la Ciudad Vieja de los cuentos de Julio Sosa, Piel Kanela, con la peligrosidad, la marginalidad intrínsecas a la vida de los artistas que trabajaban en los cabarets del barrio durante la primera mitad del siglo XX, tanto como el glamour y un cierto sentido de pertenencia e identidad ligado al arrojo.
En la selección de las obras se conectan al menos tres universos. Uno ligado a su infancia, resignificado en sus versiones de los personajes de Marvel y DC Comics, o en unas Tortugas Ninjas que seguramente recorren los recovecos del puerto de Montevideo. Otro, el de los artistas nocturnos, con especial énfasis en los exponentes de la cultura afro. Y también el ligado a las figuras religiosas, como una de San Jorge a la que dedicó especial detalle.
En cualquier caso, todas sus obras parecen funcionar como estampitas protectoras, no sólo para su autor, sino para aquellos que decidieron quedarse con alguno de sus cuadros. Los soportes de las pinturas también son múltiples, hasta un trozo de baldosa en el que quedó tallado otro Salvo plateado.
El fondo de la muestra propone una última novedad: un Artigas re loco en densos trazos de rojo y negro.
Sin capa pero con vuelo. Visiones erráticas por la obra de Víctor Hugo Andrade. Miércoles a sábado de 13.00 a 19.00 y domingos de 11.00 a 17.00 en Espacio de Arte Contemporáneo (Arenal Grande 1930). Entrada gratuita.