El inicio de Anatomía de una caída (Francia, 2023) es elusivo y desconcertante. Una escritora concede una entrevista a una joven periodista. El desgano de la escritora es evidente: manifiesta mucho mayor interés en conducir la charla hacia una conversación informal. Para dificultar aún más la entrevista, el marido de la escritora, fuera de campo, acapara todo el espacio sonoro del hogar poniendo fortísimo una versión instrumental de “P.I.M.P.”, de 50 Cent, cuyos steeldrums caribeños quedan curiosamente desubicados en el contexto de un chalet aislado en el medio de la nieve de los Alpes franceses. Una pelotita se cae por la escalera (¿la “caída” del título?, ¿señal hitchcockiana de algún hecho perturbador que pronto conoceremos?). Parecería que la periodista va a ser un personaje central, ya que la cámara la acompaña cuando se retira. Pero no será así: casi nos olvidaremos de ella hasta que regrese, mucho después, en una escena breve. El hecho que nos va a desviar la atención y centrar un poco más el relato es el hallazgo, poco después en la misma tarde, del cuerpo de Samuel, el marido, tirado en la nieve frente a la ventana de su lugar de trabajo.

No queda claro qué pasó con Samuel: ¿se cayó accidentalmente desde el altillo del chalet? ¿Se suicidó? ¿Fue asesinado? Ninguna de las explicaciones cierra: las condiciones locativas tornan improbable el accidente, las motivaciones para el posible suicidio parecen insuficientes para un acto tan drástico, no parece haber motivo ni evidencia para la intromisión de una persona ajena que pudiera cometer el asesinato. No es tanto por circunstancias incriminatorias sino por la falta de explicación satisfactoria que Sandra, la esposa, termina siendo acusada. La película va a tener características de un drama judicial: la mitad del metraje transcurre entre audiencias, testimonios, interpelaciones del fiscal y del abogado defensor.

Una de las muchas cosas curiosas de Anatomía de una caída es entrar en contacto con el formato francés de un juicio por homicidio. Al menos tal como se muestra acá, parece ser más flexible que el cinematográficamente arquetípico juicio yanqui: acusación y defensa disfrutan de mucha más libertad para intervenir durante las participaciones de sus respectivas contrapartes, la acusada está siempre dispuesta para intercambiar.

Si bien aquí también tiene vigencia la presuposición estúpida de que nos acercaremos a algo parecido a la verdad mediante el embate encarnizado entre dos oponentes que sostienen posiciones radicalmente contrapuestas, la versión francesa parece estar amparada en un contexto cultural que privilegia, desarrolla y practica, quizá como ningún otro pueblo en el mundo, la retórica verbal basada en la lógica y en la precisión de los términos. Ese rasgo se evidencia incluso en Daniel, el hijo de la pareja, que tiene 11 años.

En nuestro contexto sudamericano agrietado, en que la discusión ponderada parece ser una práctica en vías de extinción, es un placer apreciar esas conversaciones cargadas de argumentos y frases construidas con claridad. Es curioso, también, porque esos debates están llenos de referencias a aspectos afectivos que no siempre aportan a lo que pueda describirse como objetivo, como si partieran de una madurez superior que reconoce que la mera objetividad nunca es realmente objetiva, y más en una circunstancia en que no hay perspectiva de obtener evidencias unívocas de nada. Por otro lado, es admirable la disponibilidad de recursos de la Policía técnica y del Poder Judicial para hacer experimentos tendientes a testear distintas hipótesis, premisa insoslayable a una Justicia digna de ese nombre.

Se da entonces que la película, a fin de cuentas, es tanto un drama judicial como una especie de drama conyugal, que usa la muerte de Samuel como disparador y el juicio para conducir a una revelación paulatina de distintos aspectos de un vínculo afectivo: el juego de culpas, diferencias, resentimientos, frustraciones, hartazgo, acompañados quizá de unos resquicios perennes de amor consolidado en un hijo púber.

La extensa escena de la discusión, que transcurre a tiempo real, es uno de los más brillantes e intensos momentos de drama del cine reciente, tanto por la concepción de los diálogos como por el retrato de los sentimientos mismos, en las actuaciones sobresalientes y en su posición como punto culminante de la película. La “caída” del título es también metafórica: la degeneración del vínculo de pareja.

La película se concentra también en la imposibilidad de alcanzar una verdad, ni siquiera sobre una cuestión factual (¿cómo cayó Samuel del segundo piso?), mucho menos sobre los sentimientos que subyacen a un vínculo de pareja: los intentos de llegar a conclusiones fuertes a partir de diálogos grabados, de testimonios, de la opinión de un terapeuta, del estudio de las obras literarias de los involucrados (Sandra y Samuel son escritores) resultan ridículamente insatisfactorios. Un técnico especialista en salpicaduras nos demuestra con gráficos y datos físicos que las tres manchitas de sangre en una pared indican inequívocamente que Samuel fue golpeado en la cabeza por un objeto contundente antes de caer. Enseguida vemos otra declaración de otra técnica que, con igual abundancia de recursos y datos, arriba a la conclusión de que el golpe se produjo como consecuencia de la caída.

La dirección de actores y los diálogos son formidables, con el destaque de Sandra Hüller (la actriz alemana del momento, desde su revelación internacional en Toni Erdmann, 2016) y de ese pequeño prodigio que es Milo Machado Graner, como Daniel. La versión de “Asturias” de Isaac Albéniz tocada por Daniel/Graner, desde los primeros tanteos de aprendiz durante los créditos iniciales hasta una ejecución relativamente fluida al cabo de muchos meses de juicio, contribuye a dar concreción al paso del tiempo, y asombra también cómo el pequeño actor logra incorporar la diferencia importante entre un niño de poco más de diez años y uno con casi 12, pese a que consta que el rodaje se hizo en menos de un mes. Sandra Hüller, a su vez, logra un tono muy exacto y difícil que involucra convicción –fundamental para que mantengamos la empatía con su personaje– pero también cierta distancia, que preserva hasta el final un dejo de duda.

Otro premio para Messi

La cámara actúa como si fuera un personaje vivo, que se asusta, se sobresalta, oscila entre objetos de atención, y al mismo tiempo es súper íntima, buscando una cercanía tal con los rostros de los personajes/actores que es como si pretendiera penetrar sus mentes. A su vez, la “cámara de la película” se alterna constantemente con otros dispositivos presentes (las cámaras de video de los investigadores o de los periodistas). Casi siempre es una narrativa objetiva, pero algunos de los testimonios y documentos de audio del juicio disparan flashbacks que son interpretativos, es decir, no pretenden visualizar la verdad del momento mostrado, sino lo que el declarante conjetura.

La gran excepción es la gran escena dramática de la discusión preservada en una grabación de audio y reproducida en el juicio. Nosotros la visualizamos, lo que contribuye a presenciarla. Sin embargo, cuando llega la ocasión en que la escena deriva en violencia física, volvemos a visualizar el tribunal, librando los ruidos a vidrio roto y golpes (¿quién golpeó a quién?, ¿quién emite un gemido?). Uno de los momentos más expresivos es uno de los testimonios de Daniel, en que la cámara queda centrada en él mientras es interrogado alternativamente por la acusación y la defensa, y la cámara arquea a su alrededor oscilando entre los puntos de vista de los interpelantes, que escuchamos sin desviar nunca la mirada sobre el muchacho.

Siguiendo la tradición más noble del drama cinematográfico francés, la película está llena de rasgos inefables. Parece haber un pasado recargado entre Sandra y su abogado, pero el asunto nunca se toca, sólo se deja adivinar. El perro Snoop contribuye a abrir la cadena causal (es quien encuentra el cuerpo de Samuel) y al final parece poner un punto final en la historia, quizá en una vindicación de una mirada inocente, que no se ocupa en juzgar, y que combina la vocación de servir y proteger con la disposición a disfrutar en forma tranquila.

Esta película sobresaliente ganó el premio máximo en el último Festival de Cannes, en el que el perro, que en la realidad se llama Messi, también recibió un galardón. Conquistó además los Globos de Oro a Mejor película extranjera y Mejor guion (algo poco común en una película hablada mayormente en francés), y está nominada a 11 premios César y cinco Oscar.

Anatomía de una caída, dirigida por Justine Triet. 151 minutos. En salas de cine.