Con Anatomía de una caída la realizadora Justine Triet se ha convertido en la tercera directora en ganar la Palma de Oro en los 76 años del Festival de Cannes, y en la segunda francesa en ganarlo, después de la que Julia Ducournau (miembro del jurado en esta edición) la obtuvo por Titane hace sólo dos ediciones.

Triet es una criatura de Cannes. La conocimos por su opera prima, La batalla de Solferino, de 2013, que formó parte entonces de la programación de la Quincena de Realizadores. En ella ya mostraba una gran solidez en la construcción de personajes creíbles y quebrados, en aquel caso, una relación de pareja truncada en el marco del día del balotaje de 2012 entre Hollande y Sarkozy. Con un humor mordaz y una magistral dirección actoral, Triet logró llamar la atención de la crítica y en 2019 accedió a la disputa por la Palma de Oro con la irregular Sybill.

En Anatomía de una caída (Anatomie d'une chute) Triet desarrolla un thriller policial cuya estructura innovadora reside en la profundización en los elementos psicológicos dentro de una trama de cine de juicios en la que se obvian los elementos más teatrales del género, como giros de guion o golpes de efecto. En su innovadora forma de abordar el cine de tribunales, Triet prefiere indagar en elementos más propios de la autoficción: la tóxica relación de pareja y sus secretos de matrimonio que culminan en una muerte accidental o provocada.

La historia es la de una escritora exitosa acusada del asesinato de su esposo, también novelista. La directora hace un formidable trabajo de guion (junto a Arthur Arari), una construcción sui generis en cuanto al modo en que va dosificando la información y desvelando una complicada trama de celos, culpas, manipulación y competencia profesional entre los cónyuges.

Esos méritos, sustentados también en un extraordinario trabajo de la actriz germana Sandra Hüller, no sitúan a la película en el primer nivel de las participantes en la competición. Es decir, que estamos ante una muy exagerada Palma de Oro, porque en una posición de clara superioridad creativa se situaban las películas de Aki Kaurismaki y la opulenta resurrección del gran cine italiano, con la representación triple de Marco Bellochio, Nanni Moretti y Alice Rohrwacher, todos en un estado soberbio, si no genial.

Pero ninguna de estas películas italianas alcanzó reconocimiento alguno por parte del jurado presidido por el director sueco Ruben Östlund. Tan sólo hubo galardón para el finlandés Kaurismaki, y fue apenas simbólico: el Premio del Jurado, que viene a ocupar el cuarto lugar en el podio.

Las imágenes de Las hojas muertas, de Kaurismaki, están preñadas de esa humanidad de las –sólo en apariencia– pequeñas cosas, y de una poética de la huida subversiva de los desheredados. La sospecha de que quizás esta fuera la favorita de algunos miembros del jurado, pero no de Östlund, su director, queda fundamentada en una entrevista que este concediera en 2017, en la que declaraba: “Nunca doy dinero a un mendigo. En Escandinavia esto es un problema, una responsabilidad del Estado, del sistema, no es asunto mío. Cuando veo las películas de Kaurismaki, pienso que es un idealista completo. Es una postura que me parece inútil”.

Lo cierto es que el finlandés, que desde hacía seis años no filmaba (recibió el Oso de Plata en Berlín por El otro lado de la esperanza), ha tenido la mala fortuna de retornar a Cannes justo en el año en el cual su juez principal era el sueco.

Pero si bien se va de la Croisette sin la Palma, Kaurismaki vuelve a dejar un film inteligente, mordaz y profundamente humano en la construcción de esa especie de realidad alternativa que sabe encontrar para sus entrañables personajes, y en donde cabe un tango de Gardel, “Arrabal amargo”, y un perro llamado Chaplin que bien podría haberse llevado el premio al mejor actor.

La zona de interés

El Gran Premio del Jurado para La zona de interés, del norteamericano Jonathan Glazer, era de hecho la apuesta más plausible para la Palma de Oro de casi toda la crítica internacional. Se trata de una dramatización –quizás la única abordada como ficción– del concepto de la banalidad del mal teorizado por Hannah Arendt.

A partir de un personaje real, Rudolf Höss, el jerarca nazi encargado del campo de concentración de Auschwitz, Glazer construye el retrato de un burócrata del Zyklon B y de los hornos crematorios, y singularmente de su entorno familiar, de su mujer –encarnada por Sandra Hüller, quien de esta forma se convierte en la gran vencedora del festival sin recibir ella ningún premio expreso–, que se preocupa trivialmente por su mejora del propio nivel de vida al considerar la casa con jardín propio que ocupan en los lindes del campo de Auschwitz una justa adjudicación del lebensraum, el espacio vital en el cual necesitaban extenderse los alemanes según las ideas de Adolf Hitler.

El film, cuyo guion está muy libremente basado en una de las historias que conforman la novela de Martin Amis The zone of interest, se presentó en Cannes el 19 de mayo, el mismo día en que el escritor se extinguía tras padecer un cáncer de esófago.

Premio Fipresci para una coproducción uruguaya con Cristina Morán

» El Mejor director, el vietnamita Tran Anh Hung, que recordamos por aquel film de hace 30 años, El olor de la papaya verde, su ópera prima ya premiada en Cannes, volvió con un film, La pasión de Dodin Bouffan, esta vez francés y protagonizado por Juliette Binoche y Benoît Magimel, sobre alta gastronomía y tradición culinaria francesa, que peca de academicismo y, sobre todo, repetitivo y aburridísimo ritmo de fogones y ollas, estéril si no detallan las recetas al final.

» El guion de Monster, lo nuevo –o nacido ya viejo– del japonés Kore-Eda, es una reedición con pie forzado de la estructura de diversidad de puntos de vista en torno a un suceso central que Akira Kurosawa ideó para su ya canónica Rashomon y no merecía el premio a la Mejor escritura de su historia.

» Creo que tampoco merecía el de Mejor actor Koji Yakusho –legendario actor japonés conocido a través de las obras de Kiyoshi Kurosawa, Takeshi Mike o Imamura– por su interpretación de un limpiador de baños públicos de Tokio en la soporífera película de Wim Wenders Perfect Days, a la que lo único que salva del sueño profundo del espectador es el completo y variado repertorio internacional de rock & pop, la bellísima música diegética que acompaña al protagonista durante todo el metraje.

» Mención aparte merece la coproducción brasileño-uruguaya Levante, ópera prima de Lillah Halla, que obtuvo el galardón a Mejor película de la sección Semana de la Crítica, otorgado por el jurado de la crítica internacional. Un film intenso sobre la sororidad de un equipo de vóleibol femenino frente a la necesidad de una de ellas de que se le practique un aborto en un país –el Brasil de Bolsonaro– donde esto sigue siendo ilegal. La película, que podría semejar un superficial drama costumbrista en su arranque, poco a poco se dibuja como un thriller asfixiante donde la protagonista es acosada por una sociedad ultraconservadora y asediada por su entorno, en un Brasil cooptado por el evangelismo. La actuación de Cristina Morán, casi un cameo, es clave para dejar claro que Uruguay es visto como un oasis de los derechos civiles en el continente y que la nacionalidad uruguaya podría de hecho salvar a muchas de estas mujeres.