Iban pocos minutos de Ghostbusters: apocalipsis fantasma, la más reciente entrega de los Cazafantasmas, cuando empecé a experimentar una sensación de familiaridad. Como si aquello que se desarrollaba frente a mis ojos ya lo hubiera visto, pero diferente. No era la acción, que combinaba elementos clásicos del folclore cazafantástico, sino la forma en que estaba presentada, desde la fotografía hasta la edición, pasando por la banda de sonido. Luego me di cuenta de que estaba mirando una película de Marvel.
Esto no lo digo como algo malo, en especial si me refiero a la franquicia cinematográfica más popular de todos los tiempos. Nadie podría culpar al director Gil Kenan y su equipo por sacar apuntes de una serie de películas que promedia 900 millones de dólares en la taquilla. Sin embargo, sentí que aquella saga que comenzó a los tropezones, con una historia extraña elevada al Olimpo de la nostalgia por el talento de los comediantes que la protagonizaban, había terminado de pasar por el tamiz de “lo que el público espera”.
El público espera una forma de filmar, una forma de editar las escenas de acción, una música que acompaña sin distraer. Vamos, que las películas de Marvel nos acostumbraron a esa clase de villano con aspiraciones globales, que asusta pero no tanto, con personajes listillos que aportan los toques de comedia, con dinámicas familiares probadas, guiños para un porcentaje de la audiencia y la puerta abierta para seguir contando historias. Quizás algo así había ocurrido con Ghostbusters: el legado (2021), pero en el momento no me di cuenta.
Tampoco es ningún pecado cometer parricidio fílmico. Si algo caracterizó a la película de 1984 era su irreverencia: los personajes fumaban al nivel de Mad Men, sus personalidades eran más fuertes que cualquier guion, y la aventura incluía toques cachondos (desde la transformación de Sigourney Weaver hasta la escena de sexo oral espectral). Encima de todo, el fin del mundo se evitaba disparándole a un gigantesco muñeco de malvavisco.
Esa irreverencia ya no está presente. Es más, creo que esta película peca de exceso de reverencia a la original, algo que creí que se habría agotado con las escenas finales de la entrega anterior. Aquella había sido una aventura cazafantástica alejada de la gran ciudad, con escenas en cuevas y en granjas, que cerraba (de manera entendible) con una despedida al actor Harold Ramis y a Egon Spengler, el personaje que interpretaba.
Ahora, todo lo que podrías imaginar de los 80 está de regreso. Los tres sobrevivientes tienen un poco más de tiempo en pantalla, además de que abrieron una vetusta guía telefónica y consiguieron a la mayor cantidad de personajes de la primera entrega. Es más, el show de la nostalgia es tan grande que regresa uno de los primeros fantasmas que se habían encontrado. Además de Pegajoso, claro, pero aquellos que vimos la serie animada sabemos que Pegajoso es uno más de ellos.
Siguiendo con el razonamiento, aquí hay dos historias en una. No dos películas, porque esto no es Sam Raimi luchando entre el mandato de la industria y sus raíces en Doctor Strange en el Multiverso de la Locura. Pero sí queda claro que los realizadores quieren apuntar tanto a las nuevas generaciones que se engancharon con los personajes de 2021 como a los cuarentones que crecimos con la canción de Ray Parker Jr sonando en nuestras mentes como un mantra.
La consecuencia obvia es que en 115 minutos suceden muchísimas cosas. Muchísimas. Porque hay un elenco extenso, con personajes de las dos generaciones y varios que aparecen por primera vez, lo que deja poco tiempo para cualquier tipo de desarrollo. El foco está puesto en Phoebe Spengler (McKenna Grace), la adolescente que no quiere esperar para hacer cosas de adultos, conoce a una adolescente fantasma y termina aprendiendo un montón de lecciones.
Su hermano Trevor (Finn Wolfhard de Stranger Things) ya pasó al bando de los adultos junto a la madre de ambos, Callie (Carrie Coon), que tiene muy poco para hacer salvo mantener a raya a la hija pequeña. Paul Rudd como Gary completa la familia ensamblada, buscando el cariño de sus hijastros mientras repite los tics que lo llevaron a la fama global con Marvel, justamente.
Hay dos adolescentes más que vienen de El legado, como si el guion no tuviera más remedio que encargarse de ellos. Después está la banda de actores setentones, que corren como Robert De Niro en El irlandés, más las adiciones a la trama, porque además de un nuevo villano fantasma hay una organización secreta que sólo sirve para buscar respuestas a cosas que nunca necesitaron explicación.
Espolvoreada en medio de la acción (que no falla, porque sigue fórmulas probadas) está la película original pero además el furor de la película original. La presencia de locaciones, vehículos, muñecos de malvavisco, temas musicales y hasta publicidades de cereales son esfuerzos constantes de mostrar a las nuevas generaciones (y recordarnos a los viejos) lo que fue Cazafantasmas. En una historia con un Dios malévolo con poderes de hielo en el centro, el fantasma que más acecha en cada escena es la película de 1984.
Ghostbusters: apocalipsis fantasma, de Gil Kenan. Con McKenna Grace, Dan Aykroyd y gran elenco. En cines.