En 1984 llegó a los cines de todo el mundo la película Ghostbusters o Cazafantasmas, en la que un grupo de investigadores interpretado por grandes figuras de la comedia del momento (como Bill Murray, Dan Aykroyd o Harold Ramis) se enfrentaba a un montón de fantasmas que azotaban la ciudad de Nueva York, y todo terminaba en un gran enfrentamiento a punta de disparadores de protones. Cinco años más tarde el director Ivan Reitman regresaría para una secuela, en la que el cuarteto (que incluía a Ernie Hudson) debía regresar del ostracismo y enfrentar a otro poderoso enemigo. Si me preguntan a mí, la primera está un pelín sobrevalorada y la segunda un pelín subvalorada. Pero por suerte nadie me preguntó.

Pasaron los años y la mitología de los cazadores de espectros se mantuvo vigente con series animadas, historietas y la pasión de los fanáticos, que no supieron cómo reaccionar cuando en 2016 se estrenó una nueva Cazafantasmas, esta vez dirigida por Paul Feig, con un sesgo todavía más humorístico y cuatro mujeres (Melissa McCarthy, Kristen Wiig, Kate McKinnon y Leslie Jones) en los papeles protagónicos. El film tuvo buenas críticas y no perdió dinero, pero la conversación de una minoría muy vocal en las redes sociales era algo así como “esta no es la película que queríamos”.

Finalmente, a fines del año pasado llegó la película que querían, titulada Ghostbusters: el legado, que pasó por nuestras salas de cine casi exclusivamente doblada al español, pero que ahora puede alquilarse en servicios como Google Play Películas o NS Now y disfrutarse en su idioma original. Con la dirección de Jason Reitman, hijo del director de las dos primeras, es un ejercicio de añoranza que por momentos nos acerca demasiado al 24 de agosto, pero que será disfrutado por los viejos fans y las nuevas audiencias.

La historia gira en torno a la familia de Egon Spengler (Ramis, fallecido en 2014) y el regreso del mismo villano que les complicó la existencia 35 años atrás. Ahora la acción no transcurre en una gran ciudad sino en Oklahoma, porque no todos los conquistadores del mundo empiezan por Nueva York. Allí comienzan a aparecer señales de que algo extraño está por ocurrir, mientras los descendientes del Cazafantasmas original descubren su legado.

La joven McKenna Grace es Phoebe, una ñoña de diez años que inadvertidamente sigue los pasos de su abuelo Egon, bajo la atenta mirada de su hermano Trevor (Finn Wolfhard, de Stranger Things) y la madre de ambos, Callie (Carrie Coon). Quien personifica al fandom fantasmeril es Gary, interpretado por el reconocido actor Paul Rudd. Él es quien recuerda las aventuras originales del cuarteto y quien ayudará a los jóvenes a entender lo que está sucediendo.

Este film ronda las dos horas, y en su primer tercio quizás el ritmo no sea el que nos tiene acostumbrados la taquilla del siglo XXI. El guion introduce a los personajes, sus relaciones entre ellos y con los habitantes de la ciudad a la que acaban de mudarse, mientras lentamente descubren qué tramaba Egon y por qué los abandonó hace una punta de años. Las escenas de acción irán apareciendo junto con el desafío final, que (de nuevo) es idéntico al de 1984.

Como ocurre en películas del Universo Cinematográfico de Marvel o en otros revivals ochenteros y noventeros, hay suficientes cameos pensados para pellizcar el corazón de los veteranos. Y presenta a un nuevo elenco que podría encabezar otra aventura, aunque esperemos que no sea enfrentándose a una nueva versión de Vigo el Carpatiano. No estaría mal un poco de originalidad entre tanto recuerdo.

Ghostbusters: el legado, dirigida por Jason Reitman. Con McKenna Grace y Finn Wolfhard. 124 minutos. En alquiler digital.