Paula Díaz, refiriéndose a su diálogo con Romina Celeste en el que se orquestaba la denuncia falsa a Yamandú Orsi, expresó que la consigna era “cuanti más lo ensucies, mejor”. Se manejaban, por supuesto, posibilidades acerca de qué elementos mencionar para perpetrar un enchastre más efectivo. Sin embargo, un oído educado por Zitarrosa recordaba que no hay que olvidarse del pago cuando uno se va a la ciudad, y que “cuanti más lejos te vayas, más te tenés que acordar”.

El uso del adverbio relativo cuanto expresa “el incremento o la disminución de una cantidad cuyo valor se establece en proporción a otra con la que se compara”, según el Diccionario de la Lengua Española. En este caso, se piensa en aumentar la dimensión de la suciedad. La persona dice “cuanti”, que no figura en ese diccionario, una variante que, como en la canción telúrica, tiene un aire rural. Cabría preguntarse si la persona que habla diría también yo lo vide (vi), si a la hora de usar un adverbio de tiempo diría dispués o si reflexionará, ya condenada pero en las casas, acerca de si cabe adjetivar como indino (indigno) el episodio que entuavía resuena en nosotros.

Alguien raro como quien escribe esta nota se pregunta por la variedad lingüística de la malhadada persona, en parte por una tendencia hipertrofiada a analizar la lengua y, por otro lado, a causa de la contaminación literaria que hace que uno quiera saber de dónde viene el personaje o adónde va, mucho más que el amarronado escándalo político. ¿Proviene del medio rural? ¿O la palabra que dijo figura en alguna parte del repertorio urbano?

Se han estudiado los dialectos portugueses de Uruguay, se registran también los lusismos, los vocablos originados en lenguas africanas, los préstamos del guaraní o el quechua o incluso el crecimiento del yeísmo rehilado ensordecedor en la variedad montevideana (“posho”, para que se entienda), sin olvidar las formas de tratamiento (el tuteo y el voseo). Sin embargo, las variedades rurales parecen haber sido más registradas por la literatura como modo de representar de modo realista a los personajes, desde el teatro de Florencio Sánchez hasta la narrativa de Paco Espínola, sin excluir la poesía, como son los casos de Wenceslao Varela en Diez años sobre el recao o Serafín J García en su monumental Tacuruses. No obstante, no resulta sencillo encontrar trabajos acerca de las hablas rurales o del interior de nuestro español, que seguramente no presenten un panorama uniforme, más allá de El habla del pago de Obaldía, que reúne elementos del léxico en gran parte de Treinta y Tres. Y más difícil todavía es encontrar qué pasa con estas hablas cuando desembocan en el mar de cemento de la capital, eso sin mencionar las variedades subestándar de la propia región metropolitana.

En el caso concreto del cuanti, conviene dejar asentado que la forma sí existe, aunque para encontrarla registrada haya que recurrir, por ejemplo, al Corpus diacrónico del español de la RAE, que presenta ejemplos desde el siglo XIX en España –¡sí, de España!, y del mismísimo Pérez Galdós– hasta, en los casos más próximos, en la obra del poeta criollista Hilario Ascasubi y en la novela de temática rural Don Segundo Sombra de Ricardo Güiraldes en Argentina (siglo XIX), de modo que tiene un largo recorrido.

El hablante, en su hablar, recurre a una forma existente en el sistema, según el lingüista Coseriu, un conjunto de posibilidades de realización, pero, sin embargo, la palabra en cuestión se encuentra fuera de la norma culta, generalmente aquella usada por hablantes instruidos y urbanos, por lo general en situaciones formales. Del par cuanto/cuanti probablemente suele preferirse, en el caso de conocerse ambos, cuanto, que es la forma prestigiosa, mientras que la segunda no suele aparecer, de ahí que se haya hecho notoria a los oídos de quien firma.

¿Es el origen geográfico o la posición social del hablante que determina la elección? ¿Qué otros fenómenos suceden en las voces de las personas de este país? ¿Qué conciencia tienen, tenemos, sobre ellos? Una hipótesis para empezar a pensar podría ser que hay elementos léxicos, particularidades fonéticas y hasta sintácticas que están ahí prontas para ser estudiadas desde una perspectiva sociolingüística que revele quiénes somos y a quiénes generalmente no escuchamos.