En 1968, Charlton Heston llegó en una nave espacial a un planeta donde los simios eran inteligentes y dominaban a las demás especies, lo que incluía a unos humanoides torpes y mudos. Atravesaba varias peripecias hasta que descubría que no había viajado en el espacio sino en el tiempo, y que aquella era la Tierra. La Estatua de la Libertad no dejaba mucho margen a la especulación.

Aquella película dirigida por Franklin J Schaffner basada en una novela de Pierre Boulle se convirtió rápidamente en una franquicia, con cuatro secuelas en cinco años y dos series televisivas (incluyendo una animada). En 2001 Tim Burton quiso comenzar una nueva historia, pero desde entonces el público ha fingido demencia, y fue en 2011 cuando los simios volvieron a la carga con una saga que hasta el momento no ha parado de entretener.

Dirigida por Rupert Wyatt, El planeta de los simios: (R)Evolución contaba el fin del planeta de los humanos. Una droga experimental contra el Alzheimer dotaba de inteligencia a los simios y desataba un virus mortal que se propagaba rápidamente y aniquilaba a nuestra especie. Sonaba simpático por entonces.

Matt Reeves, actual timonel de las aventuras cinematográficas de Batman, contó los siguientes dos capítulos. Estos seguían girando alrededor de César, personaje creado en 1971 que en la era moderna se convertía en líder de los simios y buscaba su coexistencia con los pocos humanos que habían sobrevivido, como una especie de profesor Xavier de los X-Men que tenía en Koba a su Magneto.

Por allí nos enterábamos de que el virus había mutado, que afectaba el área del cerebro relacionada con el habla y llevaba a las personas a un estado primitivo. Este dato, que acerca este mundo al que conoció Charlton Heston, es de los pocos elementos necesarios para disfrutar de El planeta de los simios: nuevo reino (Kingdom of the Planet of the Apes) y aparece convenientemente destacado en un texto al comienzo de la película.

Esta vez quien está a cargo de la dirección es Wes Ball, el mismo que comandó las tres entregas de la trilogía de Maze Runner. Y desde el primer minuto nos prepara para un espectáculo en el que los efectos especiales se vuelven invisibles para no distraernos de la aventura, que transcurre muchos años después de la muerte de César, pero que lo sigue teniendo en un papel preponderante.

Noa Noa

Noa (Owen Teague) es un joven chimpancé que forma parte de un clan que, además de montar a caballo, ha logrado domesticar águilas. Todo comienza con su ritual de iniciación, para el que debe llegar al nido más alto y conseguir un huevo de estas aves, y esa escena nos demuestra que estamos en buenas manos. El guion de Josh Friedman en manos de Ball, con ayuda de los mencionados efectos y de la banda de sonido, logra mantenernos al borde del asiento durante las numerosas escenas de acción.

Si vieron alguna de las tres películas anteriores les resultará familiar el movimiento de los simios (Andy Serkis, rey de la captura de movimiento, era César) y su forma de hablar, que por momentos recuerda a Sheela, la mano derecha de Osho que conocimos en Wild Wild Country. Lo importante es que se mantiene la verosimilitud construida en las entregas anteriores, mientras se presenta una aventura que avanza a este universo, acercándolo simbólicamente (y no tanto) a la primera de las películas.

Lamentablemente para Noa y los suyos, es necesario el conflicto. Y llega de la mano del reino del título, comandado por el malísimo Próximus César (Kevin Durand), gobernante despótico capaz de estirar la leyenda del César original para sus malévolos propósitos, como si se tratara de esos ideales artiguistas que son citados desde cualquier lugar del espectro político.

Mientras se suceden los guiños a la era Heston, incluso desde el diseño de producción, descubrimos que el tirano anda en busca de una mujer humana (Freya Allan) y será capaz de esclavizar clanes enteros para capturarla y utilizarla para un plan tan misterioso que no fue revelado en los tráilers, pero que movilizará la segunda mitad del film.

Tenemos por un lado un nuevo conflicto ético, aunque representado por sucesores de aquellos simios. Tanto Noa como Próximus tendrán su forma de interpretar aquello de “los simios son fuertes juntos”, además de diferir en cómo debería continuar la evolución de los simios, ya sea poniendo un énfasis en el conocimiento o en el poder destructivo.

Todo esto, que está contado a muy buen ritmo (no se sienten las dos horas y pico), podría caerse si no nos creyéramos lo que estamos viendo. Pero cada una de las escenas, que incluyen cacerías en los pastizales, explosiones varias y restos de la civilización anterior (la nuestra) están logradas con efectos especiales de primer nivel (que demuestran que los esfuerzos a medias de las últimas entregas del Universo Cinematográfico de Marvel mejorarían si contaran con el tiempo y la fuerza de trabajo suficiente).

Hay acción, tensión, y el potencial de que este planeta de los simios en particular continúe en nuevas entregas. Recemos a César para que el apuro por recaudar unos dólares no arruine la calidad visual (y las historias dignas) a las que nos tienen acostumbrados.

El planeta de los simios: nuevo reino, de Wes Ball. 145 minutos. En cines.