Cosa difícil ser el hijo (o hija) de. Hay que revolverse entre el tironeo cruel de quienes van a criticar a la persona por ser una mera imitadora de alguien que supo ser original y el de quienes manifiestan cierta ansiedad por la perpetuación reencarnada de un artista querido, además del estigma de nepotismo. The Watchers es la ópera prima de Ishana Night Shyamalan, hija de 24 años de M Night Shyamalan, financiada enteramente por su papá y luego vendida (por buena plata) a Warner. Se parece mucho a las peores películas de su padre, y podría haber sido dirigida por él. Uno la puede ver perfectamente como “una película de Shyamalan”, como si el apellido ahora respondiera a un clan y no a un individuo.

Es una película de terror que pretende ser high-concept, esto es, obedece a un conjunto de ideas peculiares y fáciles de describir, y en alguna medida intrigantes. Al final hay una serie de vueltas de tuerca que nos llevan a reconceptualizar todo lo que vimos (M Night Shyamalan fue algo así como el rey de la vuelta de tuerca en los últimos 25 años), y estas vienen acompañadas de breves flashbacks que ilustran el dato nuevo que acabamos de conocer, al igual que en Sexto sentido (1999). La protagonista padeció un trauma en el pasado y, de alguna manera, su proceso de sanación personal va a venir junto con la posible solución al problema en que está metida (como en Señales, 2002).

En el prólogo vemos a un tipo asustado embreñarse por un bosque medio misterioso, y luego de algunas insinuaciones atemorizantes se lo traga la tierra. Cuando, algunos minutos de metraje después, vemos a la protagonista Lucy llegar a un bosque que asumimos es el mismo, ya estamos preparados para que algo malo le pase. Por suerte, antes de que eso ocurra, aparece una señora que la insta a entrar a una cabaña donde, dice, estará segura. Hace varios meses que Madeline, la señora, viene residiendo en la cabaña junto a dos jóvenes. Fuerzas misteriosas les impiden salir de la floresta y ya no tienen mucha esperanza de escaparse. Aprendieron que a la luz del día el exterior no ofrece mayor peligro, pero todas las noches deben encerrarse en la cabaña para que no les pase lo que al hombre del prólogo. Una de las cuatro paredes de la cabaña es un espejo unilateral, y ellos saben que durante las noches son observados por unas criaturas misteriosas, a las que escuchan pero no pueden ver.

Hay mucha reflexión previa en varios aspectos de la película que refuerzan su costado “conceptual”. La acción tiene lugar en Irlanda, lo que dispara reminiscencias del rico folclore local de seres de la floresta (elfos, duendes, gnomos, hadas, etcétera), de quienes los observadores parecen ser una síntesis degenerada. Madeline tiene cara de bruja: se acerca a la vejez, tiene el pelo blanco escurrido y desgreñado, y la nariz angulosa. La hermana de Mina se llama Lucy, y ese par de nombres remite a las dos protagonistas femeninas de la novela Drácula, de Bram Stoker (1897), que a su vez activa el asunto de la vampirización. En Galway, Mina trabaja en una tienda de bichos, y la situación de los clientes que observan a los animales enjaulados anticipa la de la propia Mina y sus compañeros luego, en la cabaña en la floresta, observados por las criaturas del bosque. Mina disfruta incorporar personajes (se pone pelucas, usa nombres supuestos y se inventa profesiones) cuando sale a levantar muchachos de noche en los pubs, y eso también anticipa a los changelings de la floresta, es decir, criaturas capaces de asumir la forma de una determinada persona y hacerse pasar por ella.

Hay algo misteriosamente inquietante en el hecho de que la cabaña tiene elementos de tecnologías obsoletas: gramófono, televisor de tubo, lector de DVD, una computadora Macintosh vieja. El único DVD que tienen, y que los personajes ya saben de memoria, contiene algunos episodios de un reality show, que también evoca la situación de esas personas sometidas a la escopofilia de las criaturas del bosque. La escotilla que da para el subsuelo ricamente abastecido sugiere una influencia de la serie Lost.

La fotografía es muy bonita, especialmente las tomas en el bosque sombreado, entre sus troncos rectilíneos. El montaje es apresurado, lo que puede indicar que tenían mucho material para condensar, lo que resulta en una narrativa un poco abrupta, o que se basaron en una sensibilidad adolescente e impaciente para establecer el ritmo, sacrificando, justamente, la generación de climas, que parecería, sin embargo, mucho más prometedora que la sucesión de eventos, misterios y explicaciones, que no es sensacional.

Junto con el cuidado en la generación de motivos, sorprende el descuido en la confección de la parte psicológica del guion, la construcción de personajes, de comportamientos y reacciones motivadas, y de la capacidad para generar empatía. Mina, interpretada por la casi infalible Dakota Fanning, sería la excepción. Si tenemos a tres personas atrapadas en una situación sobrenatural y llega una cuarta persona, sería lógico que le expliquen cuál es el contexto, así como que ella reaccione con cierta dosis de escepticismo. En vez de eso, Ciara se pone a bailar “El cisne” de Saint-Saëns, Daniel hace unas ironías antipáticas y Madeline asume poses de sacerdotisa represora que enuncia unas reglas de comportamiento obligatorio, y a nadie se le ocurre preguntarle de dónde proceden esas reglas. Y luego, ¿qué onda? ¿Será que esos personajes pasan realmente todas sus noches parados frente al espejo? ¿Dónde duermen? ¿Dónde hacen sus necesidades durante la noche?

La imagen final de la película no podía ser más banal (no creo espoilear nada si adelanto que indica que el mal sigue presente, porque es así que termina la mayoría de las películas de terror del último medio siglo). El eslogan del afiche en inglés dice “Deja que ellos te vean”. El de la versión en español es aún más pobre, ya que al título local, Observados, se añade en forma redundante: “Están observando”. Es medio llano para un alto concepto.

Observados (The Watchers). 102 minutos. En salas de cine.