Je suis Nenette, el tercer álbum de la fernandina Melaní Luraschi, tiene una estela de miles de kilómetros y más de un siglo. La homenajeada es Antonietta Paule Pepin Fitzpatrick, nacida en 1908 en la isla San Pedro y Miquelón, territorio francés de ultramar ubicado en la costa atlántica de Canadá. Durante su infancia, en tiempos de la Primera Guerra Mundial, Nenette y su familia se mudaron a Francia y para mediados de la década de 1920 emigró junto a su padre a Buenos Aires tras los pasos de su hermana mayor Jeanne. Una vez instalada en Argentina, continuó sus estudios de piano en el Conservatorio Nacional de Música y se convirtió en una prestigiosa concertista de música clásica. Comenzó a recorrer provincias con sus actuaciones hasta que en 1942 llegó a Tucumán, donde luego de una gala conoció a Héctor Roberto Chavero, alias Atahualpa Yupanqui. El flechazo fue inmediato y luego de unos años de amor por correspondencia concretaron el vínculo en 1946, año en el que nació el único hijo de la pareja, Robertito Coya Chavero.
A partir de ese momento, Nenette abandonó las tablas y se dedicó al cuidado del niño en su casa de Cerro Colorado, en Córdoba, tarea que intercalaba con la composición musical en coautoría con su pareja, quien escribía las letras. Sin embargo, a pesar de que su legado incluye más de 60 piezas musicales, el machismo imperante en la época la llevó a firmar sus obras con el seudónimo Pablo del Cerro –Pablo por Paule y del Cerro por su lugar en el mundo–. “El arriero”, “Guitarra dímelo tú”, “Luna tucumana”, “El alazán”, “Indiecito dormido” y “Chacarera de las piedras” son algunos de los grandes éxitos de la sampedrina.
Casi 100 años después de que Antonietta viajara de allá para aquí, Melaní Luraschi partió de aquí para allá para estudiar etnomusicología en París. En esas faenas estaba cuando fue contactada por Daniela Massone y Agustín Arosteguy, profesores del seminario “Música y geografía” de la Universidad de Buenos Aires, quienes buscaban una artista extranjera para poder aplicar a un fondo de Ibermúsicas, y aceptaron la recomendación del músico Marcos Expósito.
“Me cuentan la historia y que tenían la idea de hacer una residencia de investigación en la Casa Museo Atahualpa Yupanqui para investigar la vida de Nenette y yo tenía que hacer un producto artístico, podía ser una canción o simplemente estar ahí, escribir algo. En ese momento no contaban con que vivía en París, lo que volvía todo más complejo, pero después fue un plus re importante, porque en realidad toda esta historia tiene que ver con París. Eso le dio una energía muy especial”, explica la cantautora.
Una vez en Cerro Colorado, montó su home studio en lo que fue la cocina de Nenette y Atahualpa y compuso ocho canciones, una por día, inspirada en la historia de su colega y el exuberante paisaje serrano al que don Ata definía como la “antesala a la soledad”. “Empecé a componer desde el segundo día en que llegué a la residencia, todos los días a la mañana. Primero me iba a recorrer lugares, escuchaba algunas historias, también hice algunas entrevistas, fueron dos semanas muy intensas. Las canciones fueron así, una atrás de la otra”. Parte del proceso se puede ver en el corto documental disponible en el canal de Youtube de Luraschi.
Je suis Nenette es un álbum despojado, con el canto de Luraschi al frente y un puñado de melodías que tienen el sabor de aquellas que se hicieron famosas en los vinilos de Yupanqui. Abre con la canción que le da nombre al álbum, carta de presentación a puro bombo legüero y voz, que también sirve como declaración de principios. La idea fue “afirmarla en la existencia. El enojo de las mujeres que pasa de generación en generación es del que hablo”. Quien se imaginaba un trabajo costumbrista sobre la quebrada y el arroyito aquí ya entiende que no es por ahí.
“Bajo este roble viejo ya no es novedad/ imaginar que pronto llegarás/ Todo es cuestión de distancia y entendernos en libertad”, canta en “Milonga del poeta viviente”, tal vez la pista más yupanquiana del álbum. Ese roble, donde hoy descansan las cenizas del cantor, se ve desde la cocina donde se horneó el disco y donde con seguridad Nenette esperaba el regreso de su pareja, tras las largas giras que lo alejaban por temporadas enteras. Por si no quedaba claro que esto no es una postal, “Si supieras” plantea una reflexión sobre la artista que se convierte en madre y todas sus complejidades. Los teclados y, fundamentalmente, el trabajo armónico de Luraschi convierten el rancho del pedregal en una catedral oscura profunda y etérea.
“Romance del piano que navega” cuenta con aire de zamba el viaje por ríos y caminos del aparatoso instrumento para reencontrarse con las manos de Nenette. “Romance largo del tiempo/ amado y verdadero/ contigo crezco, envejezco/ contigo Pablo del Cerro’’. Y en “Confesión del Cerro” Luraschi se inspira en las cartas que Yupanqui le enviaba a su compañera desde París y compone ese diálogo epistolar intercalando el canto en español con el francés.
“Lluviecita del río” y “Si los árboles hablaran” funcionan como una estación experimental. Se entrelazan la naturaleza magnánima con coros en loop, arpegios intrincados y el bombo marcando el pulso a mil por hora. Los misterios de “un paisaje sin principio ni final” cernidos en una computadora portátil, como un coqueteo con ese futuro ancestral que tan bien construye la escena folktrónica argentina.
“No creas que este será mi último tango/ sino el comienzo de una travesía/ Tal vez sea la última vez que venga a este lugar/ pero no, de mí no te olvidarás”, canta Luraschi mientras taconea en el piano en “Mon dernier tango”, el último y aporteñado capítulo de esta semblanza sonora, sobre la cual reflexiona: “Pienso en Nenette que falleció en Buenos Aires y me la imagino también agradeciendo a esa tierra que tanto le dio. Y como me dijo en una entrevista el Coya, el mensaje más importante que nos dejó Nenette es dar lo mejor de sí en una tierra que no era la de ella’’.
Melaní Luraschi exprime este ejercicio con inspiración y hace de las limitaciones una fortaleza. Compone y graba ocho canciones en ocho días sin repetirse, da cuenta de su condición multiinstrumentista, arregla y ejecuta coros, escribe y canta en dos idiomas; todo esto desde el legendario y recóndito refugio de la pareja, en una esquina del río de los Tártagos, lugar de peregrinación para fanáticos. Je suis Nenette irradia el aura del lugar en cada latido del bombo y en cada susurro de la cantante cuando se pierde en los senderos más agudos, pero, sobre todas las cosas, construye un potente tributo sobre una artista eclipsada que merece de una vez por todas su propio candelero.
Je suis Nenette, de Melaní Luraschi. Disponible en plataformas. 2024.