Llega un punto en la vida de las personas en el que las películas de terror ya no pueden asustar más que la realidad. A algunas, lamentablemente, les llega en la infancia o en la adolescencia, pero por lo general es la vida adulta la que te baña de sustos y sobresaltos que se sienten mucho más reales que fantasmas o asesinos seriales. Porque lo son.

Específicamente, las películas de exorcismos seguían estando en mi categoría “mejor veamos otra cosa”, aunque las historias de posesiones demoníacas siguen siendo populares y la verdad es que no se compara el frío de la vía pública con el calorcito de una sala de cine, por más cuellos que giren 360 grados (el mío gira menos de 90 sin importar los relajantes que tome).

Por estas razones terminé mirando Exorcismo, una historia que ya desde su sencillo título recuerda a El exorcista, la aclamada obra de William Friedkin estrenada en 1973. En medio de secuelas, reinicios y otros intentos de aprovecharse de la popularidad de la original (fallando espectacularmente), el director y coguionista Joshua John Miller apostó por lo metatextual, donde las comparaciones no tenían por qué ser odiosas. Sin embargo, el resultado final no la deja en un lugar mucho mejor.

La historia transcurre durante la filmación de una película que se parece muchísimo a El exorcista, porque esa es la idea. Como en esas aventuras de los villanos de Spider-Man en las que el héroe se siente pero nadie puede nombrarlo, la gracia es entender el guiño, porque los abogados del estudio jamás permitirán que sea algo más directo que eso.

Russell Crowe encarna a un actor caído en desgracia cuyas tragedias familiares son explicadas en demasía durante los primeros minutos. Su regreso a la actividad podría llegar gracias al papel del sacerdote que realiza el exorcismo a una niña que está en su cama y gira la cabeza 360 grados (guiño), pero el papel está vacante porque el actor original murió en circunstancias cien por ciento sobrenaturales, así que deberemos prepararnos para lo peor.

Hay unas cuantas ideas interesantes en Exorcismo (The Exorcism), como la de mostrar el decorado de la película, consistente en habitaciones y viviendas enteras construidas dentro de galpones, al mejor estilo de Nathan Fielder y su delirante El ensayo. Tony (Crowe) atraviesa procesos de casting, sesiones de maquillaje y sufre la tortura psicológica del director del film (Adam Goldberg), pero el guion nunca es lo suficientemente endemoniado como para sacarle el jugo a una industria del entretenimiento poseída por toda clase de entidades malignas.

Pasa mucho en esta película. Además de reconstruir su carrera, Tony intenta reconstruir la relación con su hija Lee (Ryan Simpkins), cuya rebeldía se explica por las pésimas decisiones del padre durante las etapas formativas de su vida. Un laburito de asistente de producción permitirá que su personaje esté presente mientras se desarrolla la filmación y su padre vuelve a desmoronarse, esta vez por un demonio que no se llama alcohol ni drogas, sino Molech. No es ninguna revelación: la película comienza desechando cualquier posibilidad de que lo que le ocurra sea de origen terrenal.

Padre e hija se relacionarán con el padre Conor, interpretado por David Hyde Pierce, quien llega al estudio para asesorar a la producción en materias religiosas, algo que no hace en 95 minutos de película. Al final, está solamente para que veamos qué viejo está Niles de Frasier y para la obligatoria referencia a los escándalos de la iglesia católica.

Con todos estos ingredientes asistiremos a la lucha de un hombre contra sus demonios internos… y uno llegado desde el infierno. Suena a frase de póster, pero es la mejor manera de resumir la trama, que cae en algunas repeticiones, como la de poner a Tony en sitios inesperados para asustar a su hija, una adolescente que comete errores típicos de protagonista de película de terror, aunque algunos son mucho más difíciles de tragar que otros y rompen por completo un verosímil que ya estaba en la categoría “pasemos un buen rato lejos del frío”.

En esa categoría también entra la escena en la que el director critica a Tony por su mala actuación, pero Crowe es tan buen actor que no logra hacernos creer que es un mal actor, lo cual, técnicamente, lo convierte en un mal actor, pero ya me está dando jaqueca. Hay otro momento en el que los movimientos de Tony eliminan cualquier clase de duda sobre lo que le está pasando, pero los innumerables testigos apenas si reaccionan. Y en el desenlace hay un error del villano que se lo podíamos justificar al Marqués de Carabás porque el Gato con Botas era inteligente, pero aquí es imperdonable.

Los fans de las películas de exorcismos encontrarán aquí una que se para desde un lugar diferente para contar la historia de siempre, pero que falla en aquello que podía ser innovador y en lo otro no se aparta mucho de lo ya visto antes.

Exorcismo, de Joshua John Miller. 95 minutos. En cines.