Pasar mucho tiempo en las redes sociales lo expone a uno a toda clase de trends, modas pasajeras y locuras del momento. Hay memes que tienen sus 15 minutos de fama, celebridades del día (la máxima dice “internet tiene una celebridad por día y la clave es nunca ser ella”) y entretenimientos que se popularizan porque algunas personas hablan de ellos y los demás salimos a ver de qué se trata.
En esta oportunidad todo comenzó con usuarios de la-red-que-siempre-será-conocida-como-Twitter, quienes comenzaron a compartir imágenes de un simpático conejito. Se lo veía en escenarios coloridos, en casitas simpáticas que recuerdan a las Sylvanian Families, esos animalitos de símil terciopelo que se ven en algunas jugueterías. El conejito por aquí, el conejito por allá, hasta que decidí averiguar qué pasaba con el maldito conejito.
Camuflando mi curiosidad con interés periodístico, decidí instalarme el juego La odisea de Tsuki (Tsuki’s Odyssey), disponible gratis en el Play Store de Google. Definido como una “aventura pasiva”, arranca con bastante actividad, pero a los pocos días uno finalmente entiende la categoría.
La historia continúa las aventuras del conejo de marras (Tsuki), quien de regreso a su casita descubre que ha sido desvalijada. El primer objetivo es sencillo: volver a tener una vivienda como la gente. Para ello habrá de contar con la (poca) amabilidad de los vecinos y las diferentes formas de hacer dinero: cosechar zanahorias (la moneda de cambio), ver publicidades de hasta 30 segundos, o pescar y luego vender las presas (también se puede comprar zanahorias con dinero de verdad, pero me propuse no gastar un solo dólar). Acumulando zanahorias es posible comprar muebles, decoración y alimentos para Tsuki, quien al interactuar genera fotos que quedan guardadas en el rincón correspondiente. La casa es pequeña (salvo que compremos la expansión), así que en cierto punto ya estará llena de porquerías (ahí se parece mucho a mi vida real).
Los primeros días son de descubrimiento: por ahí tenemos una cartelera que a veces incluye misiones y otras veces nos recompensa por alguna pesca en particular; se materializan nuevas viviendas y comercios, con personajes listos para interactuar, y hasta ayudamos a fabricar una máquina que permite combinar objetos.
Todo parece ir sobre ruedas, hasta que la odisea se detiene mucho más rápido que la de Ulises y entramos en un loop de tareas repetitivas que nos provoca ansiedad. El juego ya no tenía mucho más para ofrecerme a mí, y sin embargo pasaron semanas y seguí entrando, incluso varias veces por día.
A veces tenía un pequeño objetivo, como el de acumular 100.000 zanahorias para comprar una mochila con más capacidad para guardar esos muebles que ya no entran en mi casa. O desde la cartelera de información me entusiasmaban con tal o cual pez misterioso que podría venderse por buen dinero (zanahorias), o el vecino que necesitaba tal o cual producto que podía comprar por él.
Durante todo este proceso fui consciente de lo poco que el juego tenía para ofrecerme. Detrás de esa sensación de control hay una cantidad de escenarios inútiles como la estación del tren, conversaciones que no llevan a ninguna parte y figuras coleccionables que no son suficientes para llenar el vacío del alma.
Decidí seguir jugando hasta escribir esta nota, así que con esto me despido, consciente de que quedaron acciones por descubrir, como recortar los bonsáis, pero es que nunca apareció la pincita en la tienda.
Basta de hablar de mí. La odisea de Tsuki es un sitio al que entrar periódicamente, jugar a la casita, intercambiar objetos y poco más. La novedad del comienzo se convierte en cómoda repetición que no nos castiga si la abandonamos. A veces es lo único que se precisa.
La odisea de Tsuki, de Hyperbeard y RapBot Studios. Gratuito, con compras dentro del juego. Disponible para iOS y Android.