Corrían los años 90 y Hollywood ya se había peleado contra los soviéticos; luego los rusos, los árabes, los mexicanos, los colombianos y todos los otros que pudieran imaginar. Así que por un rato dejaron de mirar al costado en busca de villanos, y miraron hacia arriba.
Fue la época de los asteroides que amenazaban con destruir la Tierra, los extraterrestres que amenazaban con destruir la Tierra y hasta los volcanes que amenazaban con destruir la Tierra. Es cierto que estos últimos no están exactamente arriba, pero para este razonamiento imaginemos lava que cae como lluvia.
Uno de los primeros exponentes del revival del cine catástrofe fue Twister (Jan de Bont, 1996), película en la que Bill Paxton y Helen Hunt iban detrás de tornados, con el objetivo de utilizar máquinas innovadoras para entender mejor a estos fenómenos atmosféricos y así poder preverlos con tiempo suficiente como para dar aviso a quienes podrían quedar a su paso.
Aquella aventura no era nada del otro mundo, pero si hace 30 años los guionistas se quedaron sin villanos, últimamente se han quedado sin ideas. Así que Tornados, dirigida por Lee Isaac Chung, regresa con dos personas que van detrás de tornados, con el objetivo de utilizar máquinas innovadoras para entender... ustedes imaginen el resto. Es importante recalcar que son historias completamente independientes, sin parentescos forzados ni cameos autocomplacientes (salvo el de un tanque con pelotitas adentro, que viene de la historia original).
El mundo cambió en estos casi 30 años, pero lo que se mantiene es la fascinación humana por esas (pocas) cosas que todavía siguen pareciendo más grandes que nosotros. A los grupos de cazadores o domadores de tornados que teníamos en el film anterior, aquí se suman los groupies de tornados, porque bien es sabido que casi cualquier cosa puede generar un club de fans.
Antes de eso, tenemos que conocer a nuestra protagonista. Si el personaje de Hunt perdía a su padre siendo niña y se obsesionaba con los tornados, el de Daisy Edgar-Jones (llamado Kate) recorrió el camino opuesto: una tragedia humana la alejó durante años de la que fuera su obsesión (vieron que son películas muy diferentes).
Ese arranque, comparado pelo a pelo con el de 1996, muestra el avance de los efectos especiales creados en computadora, que combinados con la edición de sonido hacen que la escena asuste, especialmente vista en una sala de cine. Es cierto que no se precisa mucha definición para crear un tornado realista, pero es bastante más fácil de creer en su potencial destructivo y en su verosimilitud.
Luego llegará la trama, porque las escenas de casas destrozadas y objetos que vuelan por los aires (se extraña la vaca de la original) necesitan estar unidas por una historia humana. Kate es contactada por su viejo amigo Javi (Anthony Ramos) para ayudarlo en su emprendimiento de investigación de tornados y comienza a recorrer las zonas más afectadas de Estados Unidos en una caravana de vehículos modernos, prolijos y dotados de tecnología de punta.
No tardarán en cruzarse con sus antagonistas. Si en Twister los “buenos” iban en automóviles destartalados y los “malos” (comandados por Cary Elwes) en vehículos de alta gama, aquí los papeles se invierten. Tyler Owens (Glen Powell) es el líder de un grupo de desarreglados, efusivos, a los que solamente parecen faltarles el bombo y las banderas. A Powell le queda cada vez más cómodo el rol de rudo adorable, y le aporta el condimento para ese toque de comedia romántica que se le suma a la destrucción generalizada, aunque ella queda un escalón abajo en carisma frente a las cámaras.
Como estamos en los años 20, habrá suficientes matices, idas y venidas (ninguna vuelta de tuerca) entre los personajes. Y el guion sabe muy bien qué hacer con todo eso, utilizando fórmulas probadas y presentándolas con una banda sonora con temas country que te dan ganas de tener un gorro de vaquero para sacártelo y sostenerlo con una mano (no hagan esto en el cine).
El problema surge cuando se meten con los aspectos más científicos del asunto. La trama, al igual que en 1996, necesita que los protagonistas comprueben sus teorías sobre el funcionamiento de los tornados, y para eso habrá charlas con terminología tan ajena como la de Viaje a las estrellas y simulaciones en computadora que exigen que uno apague ciertos sectores del cerebro.
Lo mismo ocurre cuando los protagonistas, de uno y otro lado, se convierten en lo que llamé “embajadores del sentido común”. Cuando deben abandonar sus planes de conseguir mejores lecturas de estos fenómenos para ir y decirles a los habitantes del cinturón de tornados que por favor busquen un refugio, como si los gazebos voladores no hubieran servido de advertencia.
Eso sin mencionar las dos instancias en las que se habla de que estos tornados están apareciendo cada vez más, y son cada vez más destructivos, y no hay siquiera un personaje secundario que levante la mano para decir que los científicos tienen una explicación para eso. Me hacen calentar globalmente.
Sabiendo que no hay que rascar mucho, podremos disfrutar de escenas en las que muchísimas cosas vuelan por los aires (falta la vaca), el pulso se acelera y los embajadores del sentido común salvan gente a último momento. A esa altura la presencia de Glen Powell es un bonus track.
Tornados, de Lee Isaac Chung. 122 minutos. En cines.