Nunca logró un gran éxito comercial, no se destacó mucho como compositor, cantante o showman, y si bien tocaba varios instrumentos, sólo brillaba con la armónica. Incluso para quienes conocen bien su copiosa discografía, es difícil mencionar una canción que lo identifique, pero el inglés John Mayall, fallecido el lunes a los 90 años, fue una figura de enorme importancia para la música popular.

La explicación simplificada es fácil de hallar en internet. A comienzos de los años 60, docenas de grupos de Reino Unido, entre ellos The Beatles y The Rolling Stones, conectaron a millones de estadounidenses con la estupenda producción musical de sus compatriotas negros, que el racismo había mantenido apartada del público masivo. Así le abrieron paso a la explosión internacional del rock y establecieron pautas para todo lo que vino después.

Los participantes en aquella “invasión británica” habían conocido la música negra estadounidense, y en especial el blues, gracias a un pequeño grupo de precursores, y entre ellos Mayall tuvo un papel clave: reclutó para su banda The Bluesbreakers e hizo conocer a excelentes instrumentistas, que luego se volvieron estrellas internacionales. Por ejemplo, los guitarristas Eric Clapton, Peter Green y Mick Taylor, los bajistas Jack Bruce y John McVie, o los bateristas Mick Fleetwood, Aynsley Dunbar y Keef Hartley. Con esto alcanza y sobra para entender por qué abundaron los obituarios desde el lunes, pero vale la pena señalar algunos datos que complican la historia.

El surgimiento exitoso del blues a la londinense fue algo realmente muy extraño e inesperado, como lo habría sido que en aquella época, entre la clase media de Buenos Aires, estallara un movimiento centrado en emular el samba brasileño. Es preciso recordar que el fenómeno se produjo en un período previo a internet, e incluso antes de que fuera habitual la existencia de programas de radio dedicados a difundir música popular de otros países.

Había que acceder a discos de blues estadounidenses, que se producían para un mercado segregado. Llegaban en manos de marineros y soldados negros, pero esto no explica por qué tuvieron una recepción tan entusiasta. Una de las causas fue que antes se había desarrollado en Reino Unido un movimiento de jazz llamado trad, basado en el dixieland más clásico, y los devotos de ese género estaban ávidos de explorar sus raíces bluseras. Otra fue que también se había hecho popular el “skiffle”, con influencias de varios géneros estadounidenses que incluían el blues. Otra, quizá fundamental, fue que la juventud de posguerra estaba en condiciones muy propicias para enamorarse de la emocionalidad del blues, que subvertía la rigidez y la represión cultural inculcadas por sus mayores.

De todos modos, algo esencial se perdió en la traducción. En el caso de Mayall, esto queda claro al comparar cómo canta “Mama, Talk to Your Daughter” con una grabación de su compositor, JB Lenoir. Al primer blues inglés le faltaba lo agridulce del estadounidense: enfatizaba el drama y la melancolía sin permitirse una sonrisa, y su ritmo era menos juguetón, como si incitar al baile fuera una irreverencia. De todos modos, esta especie de “blues lubolo” (en el sentido del carnaval uruguayo, hecho por blancos que imitaban a negros) era mucho más potente y desenfrenado, sobre todo en lo instrumental, que las versiones de muchos jóvenes blancos para público universitario de Estados Unidos, por lo general sin guitarras eléctricas y al borde de lo académico, probablemente bajo el peso de sentirse culpables.

Entre los primeros apóstoles londinenses del blues había varios personajes muy pintorescos, y aun en ese contexto Mayall llamaba la atención. Vivió en la copa de un árbol hasta los 30 años y coleccionaba, además de discos, cómics y publicaciones pornográficas antiguas. Su excentricidad sintonizó con el hippismo y nunca quiso cambiar para lograr un producto más exitoso, como lo hicieron varios de los músicos que pasaron por sus bandas.

La variación de su música fue en otras direcciones, y quizá la última significativa fue el disco en vivo The Turning Point, de 1969, con un grupo sin baterista.

Algunos años más tarde volvió a las fórmulas previas y se estacionó en ellas durante décadas, siempre con buenos músicos pero ya no acompañado por gigantes como los guitarristas de Bluesbreakers with Eric Clapton (1966), A Hard Road (1967), con Peter Green, y Crusade (1967), con Mick Taylor. Este formaría parte de los Bluesbreakers en cuatro álbumes más de 1968, los volúmenes 1 y 2 de Diary of a Band, Bare Wires y Blues from Laurel Canyon, antes de pasar a The Rolling Stones, que sí contaban con un cantante capaz de encarar el blues sin solemnidad. Los discos mencionados suman un buen panorama de la obra más relevante de Mayall, aunque quienes estén dispuestos a escuchar los 35 compactos de The First Generation, que reúne grabaciones realizadas de 1965 a 1974, podrán apreciar que en ese período mantuvo un nivel muy satisfactorio.