Reconocida por su trabajo como cantante y compositora, Malena Muyala asumió en noviembre de 2020 la responsabilidad de dirigir el teatro Solís. Con ella conversamos sobre las transformaciones y las perspectivas de la institución en esta etapa.

¿Qué cosas es el Solís hoy? ¿Cuántas cosas es, además del edificio que se puede ver desde la calle?

A casi cuatro años de la gestión, estoy empezando a ver los frutos de un plan, de una estrategia planteada en el inicio, que tiene que ver básicamente con un momento histórico del teatro.

Ninguna gestión es fundacional, y mirando en retrospectiva, creo que hoy llegamos a una instancia que fue desarrollada desde la sensibilidad de todo el equipo de trabajo: tratar de generar un teatro que estuviese mucho más cerca del colectivo artístico y de la ciudadanía. Y además, ampliar la visión de qué es la ciudadanía, tener en cuenta lo heterogénea que es. En definitiva, que la gente sintiese este lugar mucho más cercano, mucho más accesible, mucho más propio. Por eso, por un lado hay convocatorias abiertas, como una invitación a artistas a presentar sus propuestas, y también lo que tiene que ver con las visitas guiadas que cada vez son más variadas: hay visitas técnicas, hay visitas sustentables que atraviesan los ejes de trabajo y las perspectivas del teatro hoy. Hay también nuevas salas, como la sala Recrea, pensada para las infancias. Creo, por la repercusión y la devolución de la gente, que estamos logrando que se sienta al teatro más cerca, mucho más próximo, no sólo como vos decías, como ese edificio tan emblemático y tan icónico de las artes escénicas y de la cultura, sino en su faceta más humana, como un lugar para habitar, un lugar para desarrollarse, para expresarse, y que está en un diálogo continuo con la ciudadanía y el momento social.

¿Y cuál era la idea que vos tenías antes de hacerte cargo de la dirección, como ciudadana y como artista?

Como mucha gente, tenía esa idea de que era un lugar que había que transitar mucho para llegar. Después, como artista, tenía una visión absolutamente unifocal, que era el objetivo de poder llegar alguna vez a ese lugar añorado. Era como una gran consagración poder llegar al teatro Solís. Hoy por hoy, con el tránsito dentro de la gestión y dentro de la dirección del teatro, primero entendí todo el engranaje que funciona dentro de una programación global, integral. Comprendí también muchas cosas que desde el lugar de la artista, con tu impronta, con tu proyecto, querés que se realicen, y te parece que el Solís tiene que tener absoluta disposición de todos los recursos, pero a la vez hay otros colectivos artísticos en las salas, hay otras propuestas. Empecé a entender cómo se da ese diálogo e intercambio.

Encontré también la enorme cantidad de gente que trabaja, que muchas veces no se ve, todo lo que ocurre para que un evento artístico se concrete, la convivencia con tres elencos, que además son emblemáticos e icónicos para Uruguay.

Articular todo eso es manejar un engranaje muy delicado. Creo que también entendí el factor humano fundamental que está ahí adentro, que no se puede perder. No es solamente “se prende una luz, se apaga una luz”: hay personas, hay sentires, hay un montón de diálogos, hay consensos que se tienen que lograr.

Ha sido, entonces, un período de muchísimo aprendizaje. Me ha ayudado mucho en general, también para mi vida, poder ver un espectro mayor de lo que veía antes.

Coinciden los 20 años de la renovación del teatro con los festejos por los 300 de Montevideo. ¿Qué pensás de esa sincronía?

Las efemérides sirven para justamente esto, para hacer un repaso de lo que significan esos lugares, para volver a repasar la historia, para ver cómo se fue construyendo y cómo llegamos al hoy. Por eso son momentos de mucha emotividad; lo vivo también en el equipo y en el entorno. Hicimos una invitación a la gente a venir un día y contarnos, en uno de los palcos y mirando la sala, qué significaba el teatro Solís. Hablaron de un lugar que los atraviesa a nivel humano. No es simplemente un edificio donde ocurren artes escénicas, con toda la onda expansiva que tiene cualquier presentación escénica, sino que la gente vincula el teatro con cuestiones personales. El Solís ha sido testigo de gran parte de la historia de la ciudad. Ha sido reflejo de la historia, ha vivido las alegrías y también los momentos desafortunados del proceso de la ciudad. Una persona lo dice también: “Testigo de mi vida, testigo de la historia”. Creo que esa combinación es una excusa, en el buen sentido de la palabra, para volver a mirarnos, a reflejarnos en un espejo histórico y dimensionar cómo llegamos con todos esos aprendizajes a nivel social.

¿Cómo te imaginás el teatro en diez años?

Creo que en este momento estamos cambiando como sociedad. Los contenidos artísticos, y sobre todo contenidos artísticos históricos, sea la lírica o el teatro, van a seguir existiendo; quienes vamos cambiando somos las personas a nivel social, a nivel humano. Vamos interpretando, leyendo y dándoles una resignificación a esos contenidos. Hoy estamos en un momento bisagra donde hay un montón de perspectivas que se nos van abriendo y que tienen que ver con lo comunitario, con ese acceso real al teatro y a todas las expresiones artísticas, sea quien sea la persona creadora. Me imagino que de aquí a diez años va a haber una profundización de la convivencia entre las artes escénicas. Tal vez estoy hablando de una añoranza o un deseo, pero creo que va a ser un teatro cada vez más poroso y un teatro cada vez más cercano, un lugar de acceso absoluto y de pertenencia.