“Decidí mi vocación marinera hace ya varios años, en una ocasión en que yo me encontraba con los bolsillos vacíos y nada de lo que había en tierra me interesaba. Entonces pensé lanzarme al océano y ver sus maravillas. Mi nombre es Ismael y de vez en cuando me entran accesos de melancolía; cuando esto ocurre, considero que lo mejor es adoptar de pronto una resolución heroica. Y eso es lo que yo hice”. Así arranca Moby Dick, la novela clásica de Herman Melville, y en ella pensó Ernesto Tabárez cuando decidió hacer un disco sobre el mar.

Cinco años después, el cantante y compositor puede bromear sobre la noche en que metió un muñeco de Judas en un patrullero mientras grababa el video de “Ismael”, una de las canciones más rockeras de Plata, el quinto disco de su banda Eté & Los Problems.

“Con Lucía Garibaldi, codirectora del video, queríamos que fuera una nueva versión de ‘El grito del canilla’”, dice Tabárez, orgulloso del trabajo final, rodado a pocas cuadras de su casa en Ciudad Vieja y con la participación estelar de los vecinos del barrio.

En su voz, la pequeña historia cinematográfica fluye, como siempre, de un manantial inagotable de palabras, una de las características de su naturaleza insoportablemente intensa que, después de un tiempo, vuelve a habitar. El año del cantante arrancó con una afección de las cuerdas vocales que lo dejó mudo durante varios meses y lo obligó a cambiar su rutina y su natural talante.

“Pensás mejor, escuchás mejor. En estos meses mejoró mi relación con las personas. De repente mis amigos me contaban cosas de su infancia. Me acostumbré a no hablar, y después me costó pila volver a hacerlo”, dice, convencido del cambio a favor.

El camino de la resta no le quitó imaginación, o lo impulsó a encontrarla en otro lugar. Para salir a hacer mandados preparó una libreta con frases aclaratorias: “No puedo hablar, pero puedo escuchar, usted sí puede hablar”. El rearmado anímico transcurrió mientras grababa Plata, su nuevo disco, y componía unas canciones demasiado ambiciosas para un solo momento de inspiración.

Pasó la pandemia, su hija cumplió cinco años, se quedó medio sordo, y se recuperó, abandonó un estudio de grabación, perdió la voz, se sometió a una operación quirúrgica y mejoró. En todo ese tiempo rara vez salió de la Ciudad Vieja, aunque Tabárez es más preciso con los límites y detalla las claras diferencias entre la Aduana, el puerto y la zona de los oficinistas.

“Me llevó como un año darme cuenta de que podía ser una virtud”, dice sobre el tiempo que transcurrió entre su primera idea y la concreción del álbum. “Era claro que las canciones no iban a responder a un solo estímulo, y que no las iba a terminar de un día para el otro. En muchos casos, retomé mucho tiempo después lo que tenía escrito. Cada vez era reenganchar desde otro lugar y no del original. Eso generó que, en una misma canción, el clima cambiara muchas veces. A diferencia de otros discos, en el que son como bloques, acá tiene cuatro partes completamente distintas, son medio como monstruos”, admite.

Durante ese trayecto, Moby Dick quedó demasiado atrás, aunque siguió leyendo todo lo que tuviera que ver con el mar. Probó sentarse en la arena de una playa y mirar el agua durante horas, sin éxito alguno. En su último día de experimento, con la caída del sol, encontró el color plateado. Una amiga suya encontró una respuesta: “Al menos encontraste el nombre del disco, quedate con eso”. “Ahí empecé a entender que la tarea era inalcanzable. El mar se vuelve plateado en su superficie. Entonces, yo llegué hasta acá, con un disco que acepta su condición y sólo puede contar sobre el misterio del mar”.

La fe y la resta

Para Tabárez, la presencia del argentino Ale Vázquez, uno de los productores de Plata –el otro fue su amigo Sebastián Teysera, de La Vela Puerca–, fue trascendental para sacar las nuevas canciones adelante. “Había días en el estudio en que no podía terminar una frase”, cuenta. “Siempre me había funcionado lo de agitar a todos con mi intensidad cuando las cosas no andaban, pero ahora eso no estaba disponible. La banda jamás me hizo un reproche y Ale me convenció de que iba a salir todo bien cuando yo estuve más deprimido”, confiesa.

“‘Las palomas’ es la canción de cuando directamente no podía cantar”, apunta. “Y lo primero que hizo Ale fue sacarle un verso. Antes decía: ‘No puedo tocar, y además estoy tomando’, y él me la devolvió sin esa parte. Me dijo: ‘Eso habla de vos, no es necesario. No puede ser la canción que cuenta los problemas de un músico’. Mirarse en el espejo y estar viejo, y que te asuste que no te quieran más, es para todos, pero no poder cantar era mío”, dice.

Durante la charla con la diaria en su casa, Tabárez descubre una Biblia envuelta en un pañuelo, un regalo de Vázquez que lo acompañó durante todo el proceso de grabación. “Obvio que este es un disco de fe, y Ale tuvo mucho que ver con eso”, cuenta. “Había cosas sobre el mar que yo tenía claras mucho antes de leer los diarios de Magallanes. Por ejemplo, que en el mar la superstición se transforma en una fe inevitable. Hay muchos que la desprecian. Cuando estás perdido, no te queda otra que aferrarte a lo que sea, una piedra, una estampita. En 1460, a un hombre que se sube a un pedazo de madera con dos sábanas colgando rumbo a lo desconocido no le queda otra que tener fe”.

El mar y la Ciudad Vieja

“Tengo la teoría de que todos los puertos del mundo, de alguna manera, conviven”, arriesga. Desde el balcón de su casa, en el Mercado del Puerto se pueden ver “cinco calles”, “es como un panóptico de la Ciudad Vieja”, dice. “Este es un lugar muy especial, podés percibir que está siempre vivo. Está la abuela que hace mil años que vive acá, los trabajadores del puerto, los dueños de los contenedores, los turistas, la gente que vive en la calle, la prostitución, y todo pasa al mismo tiempo”, relata.

“El 1° de enero a la hora cero suenan las sirenas de todos los barcos. Uno puede ir pensando cosas, pero yo sé qué disco quiero hacer cuando me conecto con la emoción que pretendo que ese disco transmita”, explica.

“Después eso se transforma en una sensación y vas detrás de eso con la música. Pero cuando sonaron todos los barcos juntos, yo lo entendí como una misión”, rememora sobre un momento retratado en la canción “Arariyo”.

“Imaginé un marinero coreano mandando un mensaje de texto de fin de año”, continúa. “Ese mensaje ocupa el lugar de lo que sentí en aquel momento, era una especie de mensaje al mundo. Como un barco tocando la bocina, solo en el puerto, gritándole al mundo: Lo logramos, otro año que aguantamos. No sabemos por cuánto, pero esta vez lo logramos”.

Eté & Los Problems presenta Plata. Viernes 16 y sábado 17 a las 21.00 en La Trastienda (Daniel Fernández Crespo 1763). Entradas a $ 1.000 y $ 1.300 en Abitab.