Norma Salvo, encargada de administración, recuerda sobre los tiempos previos a la inauguración: “Hasta que no se terminó la obra no pudimos ir a las oficinas, entonces estábamos en un salón enorme donde también estaban todos los arquitectos. Como podíamos, se trabajaba. Fue una adrenalina impresionante. Habíamos puesto un almanaque que iba diciendo cuántos días faltaban para el 25 de agosto. Mi trabajo era de ocho horas y de repente estábamos diez. La propuesta de Gerardo [Grieco] de la producción era impresionante. Estábamos a full todo el tiempo, no había descanso”.
También reflexiona sobre lo que desencadenó el cambio: “Esta reforma permitió una democratización. Fue preciosa la venida de la gente del interior, porque lo disfrutaban. Venían al primer teatro del país desde lugares en los que de repente no conocían un teatro. Haber participado en algo así y haber dejado una semillita fue muy importante para todos. Fue una época muy muy intensa, muy feliz. Gerardo formó un equipo precioso y mantenemos la amistad”.
Mercedes Olivera fue encargada de eventos y trabajó durante dos décadas desde el 2 de agosto de 2004. “La forma de ingresar al teatro cambió. Los que iban a los pisos altos ya no entraban por el costado. Toda la audiencia pasó a ingresar por la sala principal, por el centro. Es un cambio sustancial y tiene que ver con el enfoque en la ciudadanía, en la democratización”, afirma.
“Especialmente en los primeros años después de la reapertura había una gran curiosidad. Se hacían colas muy grandes y nosotros queríamos que el sistema fuera dinámico, pero a veces no había manera de evitarlo, como en el Día del Patrimonio”, recuerda.
“La gente al principio nos preguntaba ‘¿Qué tengo que ponerme?’, y no existía para nosotros un código de vestimenta. Alguna gente tenía miedo de acercarse, pero la idea era que llegaran todos los que quisieran. La Comedia Nacional y la Filarmónica hicieron muchos espectáculos que fueron de alcance muy popular y se llenaban las salas”, agrega.
“Trabajar en este lugar fue mi elección. Yo decidí presentarme porque me encanta. Es un honor, un orgullo, una felicidad. Fue bueno compartir todos estos años con la gente del teatro, que le pone, además de mucho amor, mucho mucho trabajo”, afirma.
Eduardo Guerrero es coordinador de Escenario y trabajó en una empresa de luces cuando el Solís estaba cerrado por la reforma. “Nos contrataban para iluminar durante el Día del Patrimonio, porque estaba en ruinas, se estaba demoliendo para prepararlo para la construcción”, aclara. “Hubo un montón de actividades antes de la reapertura que se hacían entre las ruinas del teatro, que también fueron interesantes”, recuerda.
Jorge Apolo González trabajó en varias salas desde 1977 y se jubiló en 2022. “A mis 70 años me ofrecen entrar en el Solís para dejar un poco de conocimiento, de experiencia, a los jóvenes que estaban entrando. En El Galpón trabajaba con consolas de luces que estaban muy adelantadas en ese momento, así que fue una transición normal. Se mejoró la calidad del trabajo, por supuesto. Se mejoró la seguridad laboral que antes no existía”, destaca.
Su balance es claro: “El cambio fue maravilloso. Se perdieron algunas cosas que añoramos, como el olor a teatro. Es un teatro nuevo y es todo de hormigón ahora, mientras que antes era todo de madera y había otro clima. Ahora, en mi carrera llegar al Solís fue uno de los puntos más altos. Cuando me llamaron dije: ‘Sí, voy. Aunque sea a cambiar bombitas’. Después se hicieron los concursos y quedé en la maquinaria. Tengo pasión por el teatro. Fue hermoso, un oficio hermoso”.