Beetlejuice (1988) giraba en torno al fantasma (o superfantasma, como agregaba el título en español) encarnado por Michael Keaton, pero los verdaderos protagonistas de la película eran Adam y Barbara (Alec Baldwin y Geena Davis), una pareja recientemente fallecida que quería expulsar a la familia viva que se había mudado a su casa. Para eso, y pese a las advertencias de la burocracia del Más Allá, contrataban los servicios del bioexorcista Beetlejuice y descubrían que el remedio era infinitamente peor que la enfermedad.
Pasaron más de 30 años y casi 20 películas de Tim Burton, algunas mejor recibidas que otras, y el superfantasma no terminaba de cumplir con sus asuntos pendientes y viajar a su destino final. De hecho, desde 1990 ya se trabajaba en una secuela, así que en esta ocasión no solamente podemos echarle la culpa a la maquinaria de ordeñar propiedades intelectuales en la que se ha convertido Hollywood.
Al final hubo que esperar a que se alinearan los planetas, o las agendas de Burton, Keaton, Winona Ryder, Catherine O’Hara y hasta el compositor Danny Elfman. Con equipo casi completo, salvo la pareja original y el padre de la familia viva (el actor Jeffrey Jones está en el registro de delincuentes sexuales de Estados Unidos), se estrenó una aventura que parece tomar decisiones inteligentes para una secuela: contar una nueva historia sin que parezca una remake de la original. Véanse Tonto y retonto 2 (2014), Star Wars: el despertar de la Fuerza (2015) o Frozen 2 (2019).
Quizás el cambio más fuerte está en que Beetlejuice Beetlejuice es una historia más coral. Atrás quedaron Adam y Barbara como gran dúo protagónico al que se sumaba Lydia (Ryder), la adolescente gótica que compartía techo con ellos. Ahora, además de esta última, la acción tiene como protagonistas a su hija Astrid (Jenna Ortega), su madrastra Delia (O’Hara) y el mismísimo Beetlejuice, que no sufre al tomar un rol un poco más central en el desarrollo de los acontecimientos. Y hay un montón de acontecimientos.
Cada uno de los personajes tiene su trama paralela, a la que hay que sumar a Charles (Jones no aparece, pero su personaje sí), el actual novio de Lydia (Justin Theroux), la ex de Beetlejuice (Monica Bellucci) y hasta un actor devenido en inspector policial del Inframundo (Willem Dafoe). ¿Son demasiados? Y, un poco. ¿A alguno de ellos le falta tiempo en pantalla? A Monica, definitivamente. ¿Dafoe brilla en cada una de sus pequeñas participaciones? Me extraña que lo preguntes. ¿Theroux es lo más flojo de la película? Basta, Ignacio. Sigamos con la crítica.
El guion de los experimentados Alfred Gough y Miles Millar parece dar en la tecla justa en cuanto a la evolución de los personajes, tantos años después. La adolescente gótica se transformó en una versión mediática del niño de Sexto sentido (1999) que le saca el jugo en televisión a eso de interactuar con los fantasmas; su madrastra adaptó el arte conceptual a las nuevas tecnologías; y la joven Astrid coquetea con la depresión familiar, en este caso alimentada por este concepto del no future atado a la destrucción del planeta.
Cuesta unos minutos acostumbrarse a este nuevo-viejo universo, tal vez porque la fotografía de Haris Zambarloukos no logra separarlo de la mayoría de las películas que se estrenan en el circuito comercial. Pero la acción que transcurre en el Inframundo, el uso de efectos retro (maquillaje, prótesis, animación cuadro a cuadro) y en especial las apariciones de un Beetlejuice inspiradísimo elevan sensiblemente el entretenimiento.
El disparador de esta nueva historia es una muerte, que no será la única, y así la familia regresa a la casa de la colina, donde no tardará en cruzarse (otra vez) con el espectro cochinón. Ese que no tiene problema en ensuciarse las manos y sacar las castañas del fuego, siempre y cuando obtenga un beneficio personal. Como comerse las castañas.
La aventura va y viene entre el Más Acá y el Más Allá, con reglas propias pero con la lucidez suficiente como para estirarlas cuando eso beneficia a lo que se está contando. Como en la anterior, parte de la diversión estará en intentar adivinar la causa de muerte de todos los habitantes del Inframundo, ya que el estado en el que permanecen tiene que ver con la forma en la que abandonaron nuestro plano de existencia.
Beetlejuice Beetlejuice tiene la osadía de revelarnos el “origen secreto” del sátiro, en una de varias secuencias filmadas con recursos diferentes. Así descubriremos la razón de la vendetta de Bellucci, que se presenta como la gran villana de la película, pero tiene muy poco tiempo en pantalla como para serlo. Beetlejuice huye de ella, Lydia huye de Beetlejuice y Astrid también tendrá de quien huir, en una subtrama que por suerte se resuelve rápido, porque su vuelta de tuerca se ve venir desde la selva amazónica. El multiplicar a los enemigos es un vicio secueloso en el que Burton ya había caído con Batman vuelve (1992).
Pese a que esta divertida entrega no es un reflejo torcido de la otra, de todos modos habrá tiempo para un karaoke posesivo, si se me permite la expresión. Burton le dedica a esta escena más minutos de los recomendados en este presente frenético, quizás porque a los 66 años hace lo que se le canta, y eso hay que respetarlo (irónicamente, todo pasa en poco más de una hora y media). El humor funciona, Keaton está en su salsa y es la excusa perfecta para ver la película original. ¿Qué más se puede pedir? Basta de hablar solo, Ignacio.
Beetlejuice Beetlejuice, de Tim Burton. Con Winona Ryder, Jenna Ortega y Michael Keaton. 105 minutos. En cines.