Kill viene siendo descrita por doquier como “la nueva The Raid”. La referencia tiene que ver, sobre todo, con que ambas son películas de acción sangrientas ubicadas en espacios confinados y habladas en un idioma del sur de Asia. La historia se parece mucho más a Duro de matar (1988): el lugar (edificio en Duro de matar, tren en movimiento en Kill) es ocupado por un grupo de bandidos. Entre las personas amenazadas está la novia del héroe (policía en Duro de matar, oficial del ejército en Kill). Para mala suerte de los malhechores, el propio héroe está presente y empieza a enfrentarlos con el doble objetivo de salvar a su amada y combatir el mal.

La comparación con The Raid tiene que ver también con el tono ominoso, y con que aquí se reduce a un mínimo el empleo de armas de fuego, generando oportunidades para truculentos y movidos intercambios de piñas, patadas y cuchillazos. Supongo que la comparación intenta, sobre todo, alardear de algo así como que se trata de un título “igual de bueno que The Raid”, pero, si es así, ay, qué lejos estamos.

Aquella película indonesia de 2011, dirigida por el galés Gareth Evans, realmente sentó un nuevo estándar para el cine de acción, que esta película india ni empieza a asumir. El guion es burdo y la cinematografía caótica. Ninguno de los actores parece ser especialmente destacado en artes marciales, y si lo fuera, el montaje tiene tantos cortes con cambios de ángulo que es imposible apreciarlo. En una acción ubicada en un tren se supone que debería ser básico orientarnos en el espacio (por ejemplo, “fulano tiene que llegar dos vagones más adelante donde está su novia, pero el vagón intermedio está infestado de bandidos”). Esto se lograba perfectamente, por ejemplo, en las coreanas Invasión zombie (2016, de Yeon Sang-ho) y El expreso del miedo (2013, de Bong Joon-ho). Aquí lo que vemos son, esencialmente, piñas y cuchillazos en pasillos angostos o en camillas del tren, y de vez en cuando alguien es tirado hacia afuera, pero ni el guion ni el montaje construyen en forma competente la claridad espacial para que la cosa trascienda la sucesión de despliegues catárticos de energía localizada.

El “Bruce Willis” del caso es Lakshya, un actor que ganó fama en series televisivas y hace su esperado debut cinematográfico. Su presencia es anunciada como algo largamente aguardado: un plano de espaldas, de pronto el personaje se da vuelta y la música remarca la importancia de su aparición. Tiene un físico bárbaro, pero es un actor bastante limitado y desangelado.

Hablando de la música, lo remarca todo. Amrit recibe un mensaje de la novia: acordes sentimentales, guitarra folk melosa. Uno de los líderes de los villanos siempre aparece acompañado de unos acordes de flamenco —no me lo hubiera esperado en una película india—, lo que nos deja a corta distancia de un ambiente de spaghetti western. Tal vez no veo suficientes películas de Bollywood, pero me sorprendió lo contaminados de inglés que están los jóvenes hindihablantes. Los diálogos están salpicados de palabras o frases como engagement, I’m back, I love you more, Yes or no, etcétera.

Más allá de la pavada referida a The Raid, se dice que es la película más violenta del cine indio, y bien puede ser. Abundan los cuchillazos, de los letales y de los que sólo aportan que la persona termine bañada en sangre. Hay una verdadera manía por agarrar las cabezas de los contrincantes y reventarlas contra superficies duras hasta reducir el cráneo a papilla, todo eso con el sonido a huesos fracturados y sesos desparramados. A uno le encajan una latita de combustible en la boca y le arriman un yesquero encendido, y su cabeza se incendia. Un personaje se encuentra con el tipo que mató a su novia y le revienta el pecho a martillazos, y a cada golpe el montaje añade un plano de la muchacha reminiscente de algún momento sentimental.

A propósito, hay una curiosa obsesión con la venganza. Los bandidos son todos parientes entre sí; cuando llegan a un vagón por el que pasó Amrit y dejó un rastro de cadáveres, hay un diluvio de llantos (¡hermano!, ¡papá!, ¡tío!), luego de lo cual los más destacados entre ellos deciden perseguir al héroe aún con más saña. Amrit está en la misma: los malos van matando a su gente querida, y a cada muerte se redobla su furia justiciera. Cuando ese efecto empieza a debilitarse, siempre hay alguien que hace algún comentario burlón sobre la persona fallecida y su muerte, y esas provocaciones tienen sobre él el efecto de la espinaca de Popeye o de la poción mágica de Obélix: sin importar qué tan cortado, perforado y golpeado está, el tipo se alza, se liberta de las ataduras y sale a matar más enemigos.

El que hace esos comentarios malvados es sobre todo Fani, el más malo de los malos, y quizá la única actuación notable de la película, a cargo de Raghav Juyal. No es que su personaje incluya algún tipo de sutileza psicológica ni nada, pero es un villano en estado puro. Es tanta su maldad y villanía, combinado con los pocos toques de humor de esta película sesuda, que termina trascendiendo su mera condición de extremo negativo maniqueo para convertirse en el elemento más destacado.

Kill (masacre en el tren) (Kill), dirigida por Nikhil Nagesh Bhat. 105 minutos. En Life 21, Movie Montevideo, Portones.