Aunque la acción tiene lugar entre fines de 1965 y mediados de 1966, hubiera podido ambientarse en cualquier otro momento, incluso en la actualidad. Por lo normal, cuando ocurre algo así es porque la película se basa en reminiscencias de los autores, porque, de lo contrario, ¿para qué el considerable gasto adicional con la reconstitución de época? Pero tampoco parece ser el caso: el director Neri Marcorè nació en 1966. Lo que sí es que la banda musical está llena de canciones pop italianas de aquellos años, que contribuyen, desde el inicio, a darle a la película el aire de las comedias con Lando Buzzanca o Adriano Celentano. Quizá esa haya sido la motivación: rendir un homenaje a aquella veta de comedias juveniles, sencillas, ingenuas, que constituían un registro mucho menos refinado, crítico y prestigioso que el de la comedia a la italiana, pero que también supieron ser inmensamente populares.

En ese enfoque humilde, es una película simpática. Hay que verla imbuido de espíritu de matiné: cualquier expectativa más elevada llevaría a una seria decepción. Todo es medio pueril, empezando por la premisa: Walter acaba de ser transferido de Vigevano (un pueblo con poco más de 60.000 personas) a Milán para trabajar como contador en una gran empresa. Resulta que el director de la empresa es fanático del fútbol y exige que todos los funcionarios varones participen en los partidos que se organizan semanalmente entre Solteros y Casados –supongo que sólo los de mucha jerarquía, porque una “gran empresa” no iba a tener sólo 22 funcionarios–. No participar es motivo de reproches, y el desempeño deportivo pauta buena parte del estatus interno en la empresa, como si se tratara de un liceo. Pero, hete aquí que Walter, siendo muy inteligente y bien informado, no sabe nada de fútbol ni le interesa. Cuando lo ponen a jugar (le asignan la posición de arquero), es un desastre y por eso le ponen, irónicamente, el apodo de Zamora, por el histórico portero español Ricardo Zamora (1901-1978).

Todos los 1º de mayo la empresa organiza un partido especial en una cancha profesional. Faltan seis meses para eso, pero Walter sabe que, llegada la ocasión, estará en la mira de todos. En tren de no pasar vergüenza, convoca a Cavazzoni, un famoso arquero retirado (ficticio, actuado por el propio Marcorè) para que le enseñe. Mientras tanto, hay varias líneas secundarias: el prepotente goleador del equipo de los Casados, la atracción por una funcionaria –que genera una prominente línea de comedia romántica–, la hermana de Walter que se divorció, los problemas de Cavazzoni con el juego, el alcohol y la mafia, las trancaderas emocionales de Walter. Todo eso está salpicado de unos chistes muy llanos: la secretaria rígida del director de la empresa, los padres moralistas de Walter y Elvira, la torpeza de Walter atajando, la esposa del comendador perseguida con que el marido tiene una amante, el niño travieso que patea la pelota y rompe las ventanas de los vecinos, la decepción amorosa caricaturizada con una intervención de la súper trágica aria operística “Vesti la giubba”, el epílogo con el arquero suplente.

Hay varios detalles medio desencajados. El montaje muchas veces es abrupto: Walter decide irse a Milán / lo vemos arribar en auto y resulta que ya está en Milán, pero cuesta un esfuerzo intelectual darse cuenta de eso, y el motivo es de producción –¿cuánto costaría un establecimiento convincente de Milán en 1965?, y ni hablar de que la película está rodada en Turín, no en Milán–. Otro ejemplo es cuando Walter está comprándose un nuevo par de zapatos y, de pronto, está en la oficina el día siguiente, y esto tiene que ver con que el laborioso episodio del zapato roto fue urdido con la única intención detectable de que Walter conociera a Dorina, que trabaja en la zapatería, pero, justamente, la expectativa generada alrededor de esa intrascendencia nos deja esperando que la escena concluya de alguna manera. La fotografía tiene mucha pinta de años 80, con esa abundancia de humo para generar ambientes difusos, y eso probablemente haya sido un artificio para abaratar costos de dirección de arte. Más allá del sabor de las muchas canciones ítalopop, la música incidental es bastante sentimentalonga.

Marcorè es un actor excelente, y aquí lo vemos en uno de los pocos personajes serios de la película. Él tiene la fama de ser sobre todo cómico y, además, especialista en imitaciones. Es suya esa voz medio caricaturesca en algunas de las canciones que suenan a modo de música incidental y, una observación al paso, qué curioso que un italiano haciendo una caricatura de rockero de los 60 se termine pareciendo a tantos cantantes de rock argentino pesado y pretendidamente en serio. Siendo tan buen actor, sería de esperarse una dirección de actores más destacada, pero son muy pocas las figuras del reparto con un desempeño comparable –quizá únicamente la animada Anna Ferraioli Ravel–.

Es, por lo menos, curioso que, en una película que parece plantearse como homenaje nostálgico a un cine esencialmente ingenuo, haya toda una línea de cinefilia autoral, con referencias a Federico Fellini y a Dino Risi. Y es decepcionante que, en una situación que tiene algo de la premisa de La venganza de los nerds (Walter es tremendo nerdo y le toman el pelo por sus carencias en rubros antinerd como el deporte y el arte de ganar chicas), la cosa se termine resolviendo por fuera del terreno nerd: es como si en una película sobre el racismo la situación se resolviera con el personaje blanqueándose la piel.

Lo que sí es bastante interesante es el desenlace de la línea de comedia romántica, totalmente inesperado y por fuera de las convenciones, pero bastante realista y congruente con los personajes. En otro plano, me resultó divertido ver que los tanos también usan salame como insulto.

El divino Zamora (Zamora), dirigida por Neri Marcorè. Basada en novela de Roberto Perrone. Con Alberto Paradossi, Marta Gastini, Neri Marcorè. Italia, 2024. Life 21, Alfabeta.