Entre aquellas películas que buscan asustar o asquear a su audiencia, hay un subgénero que lo intenta mediante las transformaciones del cuerpo humano. Con la ayuda de efectos especiales, muchas veces prácticos, las diferentes partes de nuestra anatomía se deforman en nuevas configuraciones que sacuden esa parte de nuestro cerebro que está atenta a todo aquello que no está bien.

David Cronenberg es el primer nombre que surge al hablar de esto que se conoce como body horror, pero también hay que mencionar a John Carpenter, que en La cosa (1982) utilizaba a un parásito extraterrestre como vector de varias transformaciones que se volvieron inolvidables para todas aquellas personas que fueron al cine o se sentaron frente a un televisor. Ya volveremos a esto.

La sustancia (The Substance), escrita y dirigida por la francesa Coralie Fargeat, se presentaba desde sus avances como el clásico cuento con moraleja que estamos acostumbrados a ver especialmente en antologías televisivas, desde La dimensión desconocida, pasando por El caminante y llegando hasta Black Mirror. No hay intención de camuflar su pedigrí: en pocos segundos se plantea el problema y la potencial solución, que podría tener consecuencias terribles si se abusa de ella.

Entre Gremlins y La muerte le sienta bien

Elisabeth Sparkle (Demi Moore) es una actriz en decadencia por el solo hecho de haber envejecido. El Hollywood que construye Fargeat junto con el director de fotografía, Benjamin Kracun, y la dirección de arte es artificial, tan chicle globo como la Barbieland al comienzo de Barbie, pero con el mismo desprecio hacia el paso del tiempo que el de verdad. En esta sátira descarnada (en más de un sentido), la carrera de la Sparkle tendrá una segunda oportunidad.

El comienzo de esta historia tiene puntos de contacto con La muerte le sienta bien, aquella comedia negra de 1992 dirigida por Robert Zemeckis en la que Meryl Streep y Goldie Hawn eran archienemigas que daban con una poción capaz de darles la vida eterna, aunque luego descubrían que el daño infligido a sus cuerpos solamente se iría acumulando con el tiempo.

Aquí la protagonista también recibe información acerca de una cura milagrosa para el envejecimiento, todo con esa estética pop que salpica toda la historia. Un coqueto USB contiene un video sobre la sustancia de marras y sus sencillos mandamientos: una inyección libera “otra versión” de la persona durante siete días. Luego, ambas partes (¡de la misma persona!) deberán intercalarse, una semana cada una, en perfecto balance. Así como ocurría con los gremlins de Joe Dante, reglas tan claras y concretas existen solamente para romperse.

Pero volvamos al comienzo. El cuerpo de Demi Moore liberará al de Margaret Qualley (luego apodada Sue), pero tanto esa primera liberación como todo lo que ocurrirá entre ellas estará firmemente plantado en el subgénero de las deformidades humanas. Desde el nacimiento de Sue, que comienza con una hermosa mitosis de la pupila de un ojo de Elisabeth, todo es asqueroso y colorido y asqueroso. Como la Barbie “rarita” que interpretaba Kate McKinnon, pero en manos de niñas con vocación de cirujana y ganas de experimentar desde pequeñas.

La película es una sucesión de imágenes impactantes, incluso aquellas más tranquilas, como el pasillo imposiblemente largo que lleva hasta el estudio de grabación del programa de aerobics que parece ser lo más visto de la televisora. Aquí no es necesario poner a los pobres a correr por sus vidas como en El fugitivo, aquella aventura basada en la novela de Stephen King; el narcotizante son las curvas de Moore (y luego Qualley) condenando a los espectadores a ver lo que siempre desearán pero nunca obtendrán, en primera o segunda persona.

De nuevo, la anécdota es sencilla y bastante predecible si vimos dos o tres episodios de las antologías mencionadas. Sparkle obtiene el kit en un callejón sucio, después de agacharse para pasar por debajo de una reja mal abierta como si fuera el piso 7 y 1/2 de ¿Quieres ser John Malkovich?. Al principio todo irá bien, hasta que las diferencias entre Elisabeth y Sue tengan consecuencias cronenberguescas que no tendrán nada que envidiar al famoso episodio de Rick and Morty que homenajeaba al maestro del horror corporal.

En el medio disfrutaremos de un repugnante Dennid Quaid como un productor llamado Harvey, mezcla de Weinstein y Vince McMahon, el zar de la lucha libre. Sus pocas presencias repartidas en 141 minutos incluirán primerísimos planos de masticación y alguna charla con la boca llena que saca las ganas de comer más rápido que cualquier estándar de belleza inalcanzable.

Las dos actuaciones principales son demoledoras, aunque lo de Moore es mucho más meritorio porque Qualley viene mordiéndose el labio y llenando la pantalla de sex appeal desde Había una vez en... Hollywood, de Quentin Tarantino. Estas dos mitades de la misma persona se trenzarán en esperable conflicto y el resultado sumará un gore que por momentos también tendrá ribetes tarantinescos.

La sustancia es una historia muy poco sutil y bastante obvia; se convierte en un entretenimiento ineludible debido a la conjunción perfecta de todos los elementos, tanto delante como detrás de la pantalla. Es cierto que en el último tirón parece que Fargeat no supiera cuándo dejar de contar, pero a esa altura estaremos tan hipnotizados por la preciosa monstruosidad frente a nuestros ojos que nos importará muy poco.

La sustancia, de Coralie Fargeat. Con Demi Moore y Margaret Qualley. 141 minutos. En cines.