Ya en 2019, cuando se estrenó la nueva versión de El rey león hecha con animación digital, éramos testigos de un aluvión de adaptaciones de clásicos animados de Disney, que en el mejor de los casos ampliaban historias cortas y en el peor de los casos repetían beat a beat el cuento original. Eran innecesarias, pero no dejaban de conquistar la taquilla, y ella es la que da el veredicto en esta clase de emprendimientos.
Antes de que comenzara Mufasa: el rey león (Mufasa: The Lion King en inglés) los espectadores de la sala de cine vimos no uno, ni dos, sino tres (¿tristes?) trailers de adaptaciones con actores de carne y hueso de películas animadas. Dos de ellos eran de Disney: Blancanieves y Lilo y Stitch, mientras que el restante prometía una nueva versión de Cómo entrenar a tu dragón. Parece que el aluvión no se detendrá hasta que la taquilla indique lo contrario.
Dejando todo cinismo de lado (o habría que evitar por completo el cine comercial), lo más importante de la película que comenzó después de los trailers es que terminó entreteniéndome mucho más de lo que pensaba. Es cierto que arrastra algunos puntos negativos de su antecesora de 2019, pero al soltarse de las cadenas narrativas de la historia original, permite que como espectador uno esté con ganas de saber cómo continuará la cosa.
Quizás el sesgo optimista de quien escribe se apoyará en el marco que tiene esta precuela, que permite descubrir cómo fue la infancia y juventud del león cuya muerte en 1994 traumó a generaciones enteras. Es la historia de Mufasa, pero todo comienza luego de que Simba (el hijo de Mufasa) derrotara a su tío Scar y se coronara como el rey león del título. Resulta que la ausencia bastante obvia de Simba y su pareja, Nala, hace que sea necesario distraer a la primera cría de ambos, Kiara. ¿Y qué mejor distracción para una pequeña leoncita que una suricata neurótica y un jabalí tirapedos?
Sí: en la película hay una importante presencia de Timón y Pumba, dispuestos como siempre a hacer añicos la cuarta pared, en especial cuando la anécdota sobre Mufasa, que será narrada por el mandril Rafiki, no los tenga como protagonistas.
Dentro de este marco bastante gracioso y bastante posmoderno, se cuenta entonces una historia más tradicional, más seria en comparación, y que el mismo año de Wicked presenta a otro par de protagonistas, y sabemos que uno de ellos mostrará tarde o temprano su lado oscuro. Porque de buenas a primeras el pequeño Mufasa, alejado de su familia, se hace amigo del también pequeño Taka, a quien (no es un secreto) un día conoceremos como Scar y será responsable de la muerte de su hermano adoptivo.
No nos adelantemos. Tanto el marco como el tratarse de una historia original ayudan al disfrute. Sin embargo, estamos ante otra aventura protagonizada por animales realistas (hiperrealistas, casi perfectos) que hablan. Y que cantan. Y cuyos rostros tienen una fracción de la expresividad que tenían sus contrapartes animadas.
Aquí es difícil saber cuánto es el mérito del director Barry Jenkins (el de la oscarizada Moonlight) y cuánto del nuevo escuadrón de animadores. Lo cierto es que los protagonistas parecen un poco menos duros que los de 2019, aunque en todas las escenas la prioridad sea mantener el verosímil animal antes que el verosímil de "animales que se comportan como humanos".
Cuanto más se parezca a un documental de la National Geographic lo que tenemos en pantalla, mayor será la efectividad. Y cuanto más cerca esté de un musical de Disney, podrán aparecer conflictos. Lo bueno es que, salvo la primera canción acerca de la tierra paradisíaca de Milele, el resto funcionan bastante bien. También es cierto que algunas están más cerca del musical teatral que de las producciones clásicas del ratón, sobre todo desde el fraseo, pero eso es lo que suele ocurrir cuando llaman a Lin-Manuel Miranda. Y vaya si lo extrañamos en Moana 2.
La trama recorrerá caminos conocidos, pero no por eso menos efectivos. Taka/Scar tiene un padre jodido y su crianza es parte de la explicación de su desarrollo. En cuanto a los malos malísimos de la película, son unos leones blancos que recuerdan (mal que le pese a Disney) que su Simba tenía muchísimas cosas en común con Kimba, el león blanco creado por Ozamu Tezuka en los años 50 y animado en los 60. Si hasta Los Simpson se habían burlado en su momento de tanta similitud.
Un elemento que puede distraer, pero que aquí se lo maneja con suficiente espíritu lúdico, es la precuelitis. La historia va introduciendo a muchos personajes de la película original e incluso explica cosas, como la cicatriz que llevó a que el malo se llamara Scar (cicatriz en inglés). No llega a ser la película de Han Solo.
Todo termina como imaginamos que terminaría, que es lo que tienen las secuelas, pero Better Call Saul nos enseñó que aunque sepamos cómo terminan algunos personajes, se puede mantener la tensión. Ojo que no estoy comparando a la serie con esta película, que apunta a un público infantil y familiar y cuya última lección parecería ser que la monarquía absoluta es dañina, pero la monarquía a secas puede ser una buena forma de mantener el ciclo sin fin.
Mufasa: el rey león, dirigida por Barry Jenkins. 118 minutos. En cines.