Para empezar, debemos hablar del “elefante en la habitación”. Y no me refiero a uno de los animales recreados por computadora para este largometraje, sino al tema de conversación evidente que surgió desde la difusión del primer tráiler y que se refuerza luego de ir al cine a ver la más reciente producción de Disney.

El rey león (Jon Favreau, 2019) es una película innecesaria. Esto no es ninguna novedad; lo mismo se podría haber dicho, y se dijo, de La Bella y la Bestia (Bill Condon, 2017), que recaudó más de 1.200 millones de dólares en todo el mundo. El regreso de Simba, en su primer fin de semana, superó los 500 millones. Así que la necesidad o no no repercute en la taquilla.

Estos dos ejemplos, que se suman a la ola de remakes de Disney de la que hablaremos aparte, parecen un simple esfuerzo de fotocopiar el clásico animado con el que crecieron tantas generaciones, para devolverlo al cine y esperar que la nostalgia de unos y el desconocimiento de otros agote las entradas y vacíe los baldes de pop. Algo que, de nuevo, les está funcionando a la perfección.

Sin embargo, allí está la película. Existe y por lo tanto debe ser reconocida, aceptada y escrutada en busca de sus elementos positivos y de los otros. Y elementos positivos tiene, porque Jon Favreau hizo una fotocopia utilizando la mejor fotocopiadora láser color que el cine haya visto hasta ahora.

La historia es prácticamente la misma y cambiarla hubiera representado una herejía para los padres que hoy llevan a sus hijos al cine. El rey león (Roger Allers y Rob Minkoff, 1994) es uno de los films más queridos de sus “nuevos clásicos”, con momentos icónicos que no podían ser ignorados y canciones redondas que no podían ser obviadas.

Así que volvemos a viajar a aquel rincón africano en el que el poderoso Mufasa junto a Sarabi nos presentaban al recién nacido Simba, que fuera ungido por el mandril sabio Rafiki y luego presentado al resto de los animales, que respondieran con reverencias. Esa recordada escena, coronada por las estrofas de “Circle of Life” (o “El ciclo sin fin”), es reproducida casi toma a toma, como si se tratara de la remake de Psicosis filmada por Gus Van Sant en 1998.

Para peor, aquí no se pueden abrazar al concepto de “las filmamos de nuevo, pero con actores de carne y hueso”, porque no aparece un solo ser humano en pantalla. La muy efectiva adaptación de El Libro de la Selva (2016), también dirigida por Favreau, al menos tenía a Mowgli en medio de las acciones, reaccionando ante un montón de animales de la jungla india que obviamente no estaban allí cuando se filmó.

El director, repitiendo la proeza de crear un mundo salvaje a través de computadoras, va en busca de un realismo mayor, quizás por tratarse de especies que uno ha visto muchas veces en fotografías o filmaciones documentales.

Ojos así

Precisamente ese es el look que nos presenta esta nueva versión de El rey león: durante gran parte de las acciones, cuesta determinar si se trata de unos y ceros moviéndose delante de una pantalla verde o si el equipo de David Attenborough estuvo en la sabana africana y obtuvo las imágenes que ahora aparecen en la gran pantalla.

Claro que, igual que lo que ocurría con Baloo, Bagheera y Shere Khan, estos animales hablan entre ellos y para eso mueven sus boquitas. Favreau opta por mostrarnos lo que sienten sus personajes sin perder el realismo de las expresiones de su rostro, disminuyendo gran parte de la carga emotiva de las acciones.

Dicho esto, hay algo en esos ojos de National Geographic y esos movimientos perfectos que nos hace, de una manera muy diferente, involucrarnos con los leones, algo que (debo confesar) al menos en mi caso se explica por la reciente presencia de un Felis silvestris catus en casa. Después de haber pasado varias semanas mirando a los ojos del gato que me considera su mascota, logré encontrar algo muy similar en Simba, Nala y los demás. Es probable que si hubiera visto la película un par de meses antes, mi experiencia hubiera sido otra.

Lo que también logra el “efecto Attenborough” es que las escenas violentas se vean más brutales, algo que no ocurría cuando los leones que se enfrentaban estaban (bien) animados cuadro a cuadro.

Estaba cantado

Volvamos a las boquitas, que no solamente se animan para hablar. El arma de doble filo de El rey león son sus canciones, tres de las cuales fueron nominadas al Oscar: la mencionada ”Circle of Life”, “Hakuna Matata” y “Can You Feel the Love Tonight”, que terminaría llevándose la estatuilla. Difícilmente se haya barajado la posibilidad de una versión sin temas musicales, así que los bichos realistas tienen que cantar.

Aquí es donde la película sufre objetivamente, ya que las canciones tensan la verosimilitud y por momentos enlentecen las acciones. Digo “objetivamente” porque es difícil escuchar “Hakuna Matata” sin mover aunque sea un poco la patita, salvo que uno esté muerto por dentro.

Hablando del tema acerca de vivir y ser feliz, un aspecto que podría haber dinamitado el disfrute del film es la presencia de la dupla más recordada del original, formada por un suricata y un facóquero (un jabalí, digamos) llamados Timón y Pumba.

Como viene ocurriendo en los últimos tiempos, la película se estrenó con varias opciones para verla en inglés con subtítulos, lo que permite disfrutar de los comediantes Billy Eichner y Seth Rogen, quienes tienen una química envidiable y un buen registro vocal. Lo que pierden desde lo visual, como la escena de 1994 en la que bailaban hula, lo recuperan en gran parte gracias a su ida y vuelta conversacional.

El resto de las actuaciones no logra inclinar la balanza y en el mejor de los casos cumplen un rol digno, como John Oliver reemplazando a Rowan Atkinson en el papel de Zazu. James Earl Jones regresa como Mufasa, aunque su garganta ya no es la misma, mientras que Donald Glover, Beyoncé, Alfre Woodard y John Kani le dan una necesaria diversidad al elenco, sin que ninguno quede en el recuerdo. Quien más sufre es el villano Scar, originalmente interpretado con maestría por Jeremy Irons; Chiwetel Ejiofor no logra sus niveles de maldad, pese a que la historia le da más motivos para ello.

Make Africa Great Again

Con respecto a la historia, tiene unas pocas modificaciones, especialmente relacionadas con el villano. Este león, que perdió una batalla por liderar la manada, tiene una relación compleja con las hienas, a las que Mufasa impedía cazar en forma descontrolada en su territorio.

El fuerte liderazgo del león, que buscaba mantener el delicado círculo de la vida en la sabana, cambia en un momento de la película hacia una economía completamente desregulada, en donde las grandes corporaciones (las hienas) reciben facilidades de parte del gobierno y muestran que quizás no sea tan buena idea dejar que la sabana se regule a sí misma. En especial con tantas hienas. Pero ¿qué sabré yo de esto?

Esta vez, la remake de Disney queda del lado flojo de la balanza, en especial por la falta casi completa de originalidad. Los únicos riesgos que se tomaron están en los aspectos técnicos, pero es que era donde podía llegar a diferenciarse de la anterior. Cierta magia sigue estando ahí, incluso después de pasar por la fotocopiadora láser color, y el realismo hace que uno se involucre con la historia de manera diferente. Y entretiene, siempre y cuando uno no vaya al cine en busca de sorpresas.

Multiprocesadora de películas animadas

Hace más de 20 años, cuando todavía no se hablaba de una “manía incontrolable de Disney por volver a filmar sus películas con actores de carne y hueso”, se estrenaba 101 dálmatas (Stephen Herek, 1996), una adaptación del clásico animado de 1961 que durante mucho tiempo conocimos por estos lares como La noche de las narices frías, título que luego fuera modificado en forma picaresca por la revista porteña.

Allí, Glenn Close deslumbraba como la versión moderna de la malísima Cruella de Vil, ahora dueña de una firma de alta cultura y obsesionada (como siempre) por las pieles animales. Jeff Daniels y Joely Richardson eran la pareja que se conocía gracias a sus perros y terminaba con más de un centenar de ellos, mientras que en los papeles de torpes ayudantes de la villana estaban Mark Williams (Arthur Weasley en la saga de Harry Potter) y Hugh Doctor House Laurie, quien tiene una larguísima tradición vinculada al humor.

La película tuvo una secuela en el año 2000, pero pasaría una década entera hasta que Tim Burton decidiera meterse con otro clásico animado y nos trajera su muy personal secuela de Alicia en el País de las Maravillas. Con actores de carne y hueso, por supuesto.

En 2014 y 2015 llegarían otras dos adaptaciones bastante libres de las versiones Disney de dos cuentos de hadas: Maléfica (Robert Stromberg) contaba la historia de la Bella Durmiente desde la perspectiva de su antagonista, mientras que La Cenicienta (Kenneth Branagh) seguía los pasos de la jovencita, que no eran tan parejos una vez que perdía uno de sus zapatos.

Así llegamos a la mencionada El Libro de la Selva, que permite descubrir dos grandes corrientes en las últimas adaptaciones de Disney. Cuando las anécdotas originales son relativamente sencillas, hay espacio para que los nuevos realizadores profundicen en las tramas. Eso ocurre en este caso, como también en la reciente Dumbo (Tim Burton, 2019), que no solamente estaba pasada por el filtro del director, sino que llevaba la trama a sitios insospechados, como un Disneylandia (à la Burton) inaugurado 36 años antes que el de verdad.

Del otro lado están aquellas remakes basadas en productos más recientes, que no solamente presentaban historias más complejas, sino que el público tiene más presentes. Irónicamente, cuantos menos años transcurrieron desde la anterior, más parecida es la nueva. Ni que hablar si tiene una carga importante de canciones, como el caso de Alladín (Guy Ritchie, 2019). ¿Cómo reaccionaría la audiencia si faltara “Un mundo ideal”?

Mientras que ninguna ha sido fracaso de taquilla, los mayores éxitos llegaron dentro de este segundo grupo, que reduce los riesgos y apenas aggiorna los guiones, como una necesaria transformación de la princesa Jazmín. Aunque se perdieron la oportunidad de suavizar el síndrome de Estocolmo detrás del amor entre Bella y Bestia.

La máquina no se detiene, y para este año todavía queda la secuela de Maléfica. En distintos grados de producción o preproducción se encuentran las adaptaciones de Mulan, La sirenita, El jorobado de Notre Dame y Pinocho, entre otras, más adaptaciones que irán directo a Disney+ (el Netflix de Disney), como una nueva La dama y el vagabundo. Mientras tanto, Frozen, Moana y el catálogo entero de Pixar están en las gateras.