Una vez existió una serie española que tomó al mundo de rehén y lo mantuvo así durante varias semanas. La premisa tomaba la típica narrativa del grupito que asalta un banco y la extendía en el tiempo: el asalto se daba en la Casa de la Moneda y los criminales se quedaban allí utilizando esas máquinas para imprimir sus propios billetes.
El éxito de La casa de papel se apoyó en varios elementos. El toque original –dentro del género– estaba apoyado por una historia ágil con actuaciones decentes y un diseño de producción (los mamelucos rojos y las caretas de Dalí) que luego terminaría de explotar en El juego del calamar, también de Netflix. Como luego ocurriría con la serie coreana, los comentarios en las redes hacían que muchas personas quisieran saber de qué estaban hablando, por qué tanto “Bella Ciao” (o la niña coreana jugando al semáforo) y terminaban contribuyendo a la bola de nieve.
Álex Pina, creador de la serie española estrenada en 2017, se despachó con otros proyectos desde entonces, algunos de ellos junto con Esther Martínez Lobato. El que llegó hace pocas semanas a Netflix sonaba como el más parecido a La casa de papel, por lo que presté la suficiente atención como para ser de los primeros y que la bola de nieve no me llevara puesto en un momento de distracción.
La verdad es que El refugio atómico tiene suficientes elementos en común con La casa de papel, sobre todo si uno llega hasta el final del primer episodio, ya que se trata de una serie con vuelta de tuerca. ¿Se acuerdan de Paradise? Era una serie que comenzaba con el asesinato de un presidente, y ese hecho movilizaba toda una trama de investigación detectivesca, pero antes de la llegada de los primeros créditos nos enterábamos de que toda la acción transcurría en un búnker subterráneo después de una catástrofe que arrasaba con la civilización.
Pina y Martínez Lobato hacen exactamente lo contrario, y perdón por contar lo que ocurre en el primer capítulo, pero es para que decidan si quieren ver los otros siete. Un grupo de multimillonarios se refugia en un búnker ante la inminente llegada de la Tercera Guerra Mundial, pero es una trampa de quienes regentean el refugio: afuera las cosas siguen como hasta el momento (al borde del colapso, pero con los multimillonarios fuera de peligro).
No la vi venir, pero la verdad es que nunca veo venir las vueltas de tuerca. Tengo que volver a ver Sexto sentido porque estoy empezando a sospechar que el personaje de Bruce Willis murió. Más allá de eso, el guion te lleva hasta el instante en que los regentes del refugio celebran que los ricachones “comieron” (como decimos por acá) y la escena resulta deliciosa. Es una pena que el resto de la serie no esté a la altura de las circunstancias.
Hay otro punto necesario para continuar esta observación, y es que El refugio atómico es básicamente una telenovela. Hay decenas de multimillonarios encerrados creyendo que afuera se vive un invierno nuclear, pero la historia se centra en dos familias separadas por una tragedia. De un lado está el joven que dejó morir a su novia después de causar un accidente de tránsito, y del otro lado, la hermana de la fallecida, que lo odia con todas sus fuerzas. Lo que ocurrirá con ellos y sus ascendientes podría haber sido el motor de una historia emitida de lunes a viernes por la tarde en televisión abierta (not that there’s anything wrong with that).
El problema es que la serie quiere ser muchas cosas y termina haciendo agua. Vuelven los mamelucos de colores (naranjas y azules) y el espacio reducido. Vuelven los flashbacks y la planificación estratégica de varios sketches (a falta de un mejor término), que se escenificarán periódicamente para que los ricos no sospechen de nada mientras los encargados del refugio... bueno, no voy a decir qué, pero está claro que es por plata. Y ahí hay varios tropezones en uno.
Atrás quedó cualquier intento de plantear “ellos contra nosotros” desde un punto de vista de lucha de clases. “Ellos” son multimillonarios, y está claro que no existen “multimillonarios éticos”, pero quienes los enfrentan no son ningunos trabajadores explotados. Queda claro que tuvieron que conseguir bastante dinero para la construcción del búnker subterráneo, la elaboración de los sofisticados ambientes y la confección de los coquetos mamelucos. Son ricos robando a los ricos, así que no esperen un gran esfuerzo empático.
De hecho, semejante desembolso y el riesgo que toman para pasar a ser asquerosamente ricos los ponen más cerca de los villanos de Ciudad Gótica que construyen armas de rayos que podrían patentar y dejar de trabajar por el resto de sus vidas, pero prefieren usarlas para asaltar el banco, que además trabaja cada vez menos con efectivo.
Si aceptamos esta licencia narrativa, igual tendremos que atravesar alguna interpretación que distrae más de lo que atrapa. Hay numerosos actores y actrices que parecen estar disfrutando de la telenovela (Miren Ibarguren como la “profesora” de turno, Joaquín Furriel, Carlos Santos), pero Pau Simón en el papel de Max Varela (Romeo, y lo más parecido a un personaje punto-de-vista) no logra poner en su rostro las emociones que el guion necesita. Un guion que convierte a los captores en genios criminales o en torpes vigilantes, dependiendo de lo que necesite la escena siguiente.
Sin ser una maravilla y cometiendo errores similares, La casa de papel tenía elementos para enganchar. Ver El refugio atómico se parece más a un trabajo (en mi caso, literalmente). Mejor lean El sulfato atómico, una de las mejores historietas de Mortadelo y Filemón.
El refugio atómico. Ocho episodios de alrededor de 50 minutos. En Netflix.