El problema principal de Die, my love, de la realizadora escocesa Lynne Ramsay, no lo tiene la película, sino quienes leyeron la novela de la escritora argentina Ariana Harwicz antes de verla. Nuestra cultura digital suele expresar la cuestión con el meme que enfrenta realidad versus expectativa.

Grace (interpretada por Jennifer Lawrence) es una escritora de ciudad que se traslada con su esposo Jackson (Robert Pattinson) a un pueblo rural de Estados Unidos, de donde es oriunda su familia y donde heredó una casa de su tío. Su suegra, Pam (Sissy Spacek), aún vive cerca de esa casa espaciosa pero deteriorada. La maternidad y la vida doméstica van minando la cordura de una mujer que parecía medianamente funcional al inicio de la película.

La novela Matate amor, publicada en 2012, abordaba con salvajismo y desesperación el hastío y hasta la violencia que empieza a brotar dentro de esta pareja a partir de la llegada del hijo. Entre la alucinación y el sincericidio, el nudo que Matate, amor torsiona con cada vez más intensidad alrededor del cuello de su audiencia que tiene una lectura corta y otra larga. La corta consiste en reducirlo a un relato sobre el puerperio de la protagonista, marcado por la depresión y los subidones maníacos.

Una segunda lectura permite ir más allá. De hecho, según Lynne Ramsay, su última película no tiene que ver con el letargo postparto exclusivamente, sino que es el retrato de un atascamiento creativo y de la descomposición de la familia nuclear: “Pensé en películas como Repulsión, de Roman Polanski, y obviamente en Una mujer bajo influencia, de John Cassavetes, esa clase de tragedia donde el amor existe, aunque no hay forma de que los personajes se comprendan mutuamente”.

Los días siniestros

La película explora la desilusión que surge de cierto lugar común: escapar de la ciudad hacia un lugar aparentemente más puro y mejor. En este caso, más por la imposibilidad de pagar un alquiler en Nueva York que por una convicción bucólica. Con el transcurso de los meses, la joven pareja se ve atrapada en un plan que va tomando una forma distinta a la que esperaban. Lo rural no resulta ser un espacio pacífico, sino un caserío donde es tan común tener perros y caballos como dormir con escopeta al lado de la cama, y donde el fuego que cada tanto amenaza los bosques aledaños parece estar siempre a punto de tragarse a todos.

Jackson, tan insípido como el marido del libro, es un hombre cuya vida se reduce a cuatro elementos: la cerveza, su camioneta, su hamburguesa preferida y el trayecto que recorre del trabajo a su casa, con algún mínimo desvío ocasional. Grace no aguanta su apatía. El deseo frustrado se transforma en sospecha, y la sospecha en furia.

En la vida de pueblo de Grace no hay mucho más que hacer que intentar leer unas líneas de corrido, limpiar los restos de papilla que el bebé le deja pegados en el cuerpo o fantasear con un vecino que es casi un fantasma. La relación con su suegra le aporta un aire, una ventana de identificación. Ambas generan un juego de espejos quebrados y una complicidad en silencio. Están unidas por dos formas distintas del duelo. El vínculo nuera/suegra tal vez sea uno de los aspectos mejor logrados de la película, ya que esquiva los clichés asociados al tema. Pam, que se acaba de convertir en viuda, le ofrece a la madre primeriza un consejo que refleja que entendió todo: "Si tu hijo llora tanto que te destruye y sentís que estás a punto de perder el control, huí”.

En la novela de Harwicz, la historia se narraba a través de un monólogo interior frenético que hacía dudar al lector si los eventos eran reales o producto de la fantasía de la protagonista. El cortocircuito entre el libro y la película se produce en la medida en que la densidad psicológica de la narradora del libro le va quedando grande a la interpretación de Lawrence, y tal vez a la dirección actoral. La película no logra una progresión en su modo de contar que desemboque de manera verosímil en el estado de colapso mental al que llega la protagonista, una mujer que pierde el control, arremetiendo contra su marido, contra sí misma, contra el perro, contra el mundo.

Además, los mundos culturales de los protagonistas del libro eran radicalmente distintos, y esta diferencia de origen complicaba y enriquecía la experiencia de la narradora, quien, a la deriva en su aislamiento, se permitía ser irónica incluso sobre su asimilación imposible a la cultura en la que debería tratar de integrarse. El factor extranjería era en la novela clave para contar la demolición silenciosa de esta familia de tres, y también para narrar en primera persona la experiencia de enajenación de una madre primeriza sin rumbo. Sin embargo, este elemento fundamental es desechado en la película: los dos integrantes de la pareja son norteamericanos.

Una oportunidad perdida

En Die, my love se mueve en el límite entre los hechos y las fantasías de la protagonista, pero nunca juega al absurdo. Por eso es difícil entender por qué aparecen tantos elementos fuera de lugar: puntadas sin hilo, sugerencias, pistas que aparecen, pero que nunca se terminan de conectar con el resto de la trama ni con el desarrollo de los personajes.

Por ejemplo, el suicidio poco convencional del tío de Jackson, lo que sucede durante la internación de Grace en un neuropsiquiátrico, la demencia degenerativa del suegro, ciertos eventos traumáticos de la niñez de la protagonista que se introducen de manera abrupta como un recurso de último momento para explicar su estado mental. En ninguno de estos puntos se profundiza y dejan el sabor de que no se ha querido o no se ha podido ir a fondo.

Hay que decir, sí, que Lawrence y Pattinson dan tremendamente bien en cámara. Con una fotografía que cuida cada detalle de las atmósferas, en Die, my love cada cuadro abona a una propuesta visual global muy lograda. Pero allí mismo encuentran sus límites el trabajo actoral y la dirección, que dan la sensación de no dar en la talla en el desafío que planteaba llevar al cine un libro con el grado de crudeza que tiene el de Harwicz. Narrar la locura desde dentro no puede quedarse a medio camino.

Matate, amor. 118 minutos. En Cinemateca, salas Movie, Torre de los Profesionales, Life Cinemas 21 y plataforma Mubi.