A las seis de la tarde de un miércoles más veraniego que primaveral el sol inunda los verdes circundantes del Estadio Centenario. Dos fanáticos de pelo rapado, anteojos de sol, bermudas de jean y remeras con la cara de su cantante preferida completan un look de falsos gemelos, y con botellas de agua recién compradas van rumbo al histórico recital.

Fuera del vallado, varias filas de feriantes ofrecen, además de panchos, choripanes y refrescos, vinchas y accesorios de luces, incluida vestimenta de lentejuelas que reproducen el nombre de la artista colombiana sobre telas de color negro y rosado.Algunas de las seguidoras más devotas eligen el dorado en sus disfraces de odaliscas. Un corazón, una estrella y una perla adornan los crocs blancos de una fan que camina rápido junto a una numerosa familia.

“Lo único que quiero es tu felicidad”, canta Shakira cerca de las nueve de la noche. A esa hora, la multitud, compuesta en un 99% por público femenino, llena las tribunas Olímpica, Amsterdam y Colombes, y el campo extendido, y acompaña, entre bailes y agitaciones de previa, los videoclips de la cantante proyectados en la impresionante pantalla de alta definición dispuesta a lo largo y ancho del fondo del escenario y en la emulación de dos bandejas de plata. El artefacto de última generación será la gran figura de la noche.

Pocos minutos después, la pantalla anuncia la presentación de una nueva función de la gira Las mujeres no lloran World Tour, junto a una imagen de la cantante en la que solo se mueve un mechón de pelo.

La primera señal del inicio del show fue un amague, o una mala interpretación de la impaciente – con razón– masa fanática. Desde las escaleras de la puerta 22, la que separa las tribunas Colombes y América, cerca de las nueve y media, un grupo de personas vestidas con trajes de aluminio trajo al recuerdo de una señora los empaques de una rotisería y, a otra, a los parodistas Los Klapers. Los movimientos descendentes de objeto humano y brillante confirmaban la prontitud de las y los protagonistas del show. Sin embargo, con el correr de los minutos, el clima se oscureció de repente.

“Vamos, Shakira”, alguien se animó a gritar en un modo de aliento perfectamente reconocible entre el público uruguayo. Con una mezcla de cansancio, indignación y desilusión, la voz entre las miles quería decir que ya habían pasado más minutos de los previstos según la abundante y precisa información con la que la artista se había encargado de estimular al público local durante todo el año. La improvisada representante popular también quería decir que habían comprado las entradas, no de uno sino de dos estadios consecutivos, en un récord y una muestra de fidelidad pocas veces vista en Uruguay.

Los celulares, que antes apuntaban en forma de selfie a los rostros testigos de la fiesta a punto de comenzar, ahora abrían textos y noticias sobre amenazas de bomba que podían explicar el retraso. El aire enrarecido devolvió a la masa comentarios de quienes decidieron moverse en búsqueda de alguna novedad. “Cerraron una puerta y hay gente que dice: me siento mal, me quiero ir”. “Es que por ahí va a pasar Shakira”, comentó un hombre de camisa floreada, atento e informado sobre los detalles del show, mientras, cerca del escenario, un guardia de seguridad levantó el cuerpo de una mujer desmayada. El sonido intentó cambiar las cosas con “La vida es un carnaval”, de Celia Cruz, sin suerte.

Así se hicieron las diez y media de la noche cuando, por fin, a las luces apagadas le siguió una certeza de comunión. A la vez, las luces en las pulseras de cada concurrente comenzaron a titilar y la pantalla gigante mostró al fin el rostro de Shakira. De lentes futuristas y vestida de astronauta, al frente de su club de fans de aluminio, caminó por un pasillo dispuesto entre el público y abordó una tarima central junto a cuatro robots ejecutores al estilo Kraftwerk. Poco después se sumó su cuerpo de baile femenino, comandado por la española Natalia Palomares, otro de los destaques de la noche.

Arenga revolucionaria

Foto del artículo 'Pop multicultural, realismo mágico en alta definición y emoción en cuentagotas: el primer show de Shakira en el Estadio Centenario'

Foto: Rodrigo Viera Amaral

Desde el comienzo, la puesta en escena del show muestra la espectacularidad de una superproducción al estilo de la televisión europea o la comedia musical de Broadway, filtrada por una infinidad de cámaras que devuelven las imágenes a la pantalla gigante. Todo tiene un significado dentro de un hilo narrativo que avanza a través de las canciones. En “Girl Like Me”, el aluminio cae en forma de rocas como fondo teatral. La primera gran explosión de baile y agite fanático, como pasará a lo largo de la noche, llega con el primer melodrama superclásico en un medley de “Las de la intuición” e “Estoy aquí”.

El núcleo duro de las y los seguidores de Shakira le sigue cada apuesta, pero de verdad revienta con las canciones de su etapa de éxito exclusivamente latinoamericano, la de la Shakira más rockera, de letras trepidantes, mística y reflexiva. “Ya los extrañaba”, dice en su primer intercambio directo con su público. Aquí recuerda que, posiblemente en Punta del Este, escribió “Waka Waka”, entre otros de sus éxitos. Toma una guitarra en “Inevitable”.

La alta fidelidad con la que puede disfrutarse el show también tiene sus contras. A veces es difícil distinguir de dónde proviene el sonido de esa guitarra o el de su propia voz. En este tipo de espectáculos, y en este en particular, donde la artista entrega buena parte de su energía a las coreografías, son habituales las pistas de acompañamiento, que en el mejor de los casos por momentos se apagan y, por tanto, no configuran ninguna novedad. Acaso mucho más fuerte sea el impacto de ver a una artista casi en piloto automático. Por momentos, la pantalla devuelve el rostro de alguien que no está pudiendo disfrutar plenamente de su trabajo, aunque cumpla a cabalidad con la exigente tarea. Su entrega profesional es evidente, pero solo en algunos instantes parece poder entregarse genuinamente al espectáculo artístico.

A su favor, ya pasaron 30 años de la edición de su emblemático álbum Pies descalzos, con el que definitivamente conquistó al público uruguayo, mucho antes de su etapa de fama global, y la narrativa del show, es decir, la supuesta ficción, acompaña su talante triste. Cada canción tiene su propia puesta y Shakira su propio vestuario. La pantalla cambia los fondos con recursos digitales llamativos de animación que envuelven la acción de la cantante y su banda de músicos. Una de las piezas audiovisuales más directas muestra a una loba sola, acompañada por sus lobitos, que lame una herida en una de sus patas. “Como sabrán, los últimos años han sido difíciles para mí”, le confiesa a su público en otro de los intervalos.

Entonces, en uno de los mejores momentos musicales de la noche, solo acompañada de un piano y de manera bastante orgánica, canta una gran versión de “Acróstico”, con la participación especial de sus hijos desde las pantallas.

Foto del artículo 'Pop multicultural, realismo mágico en alta definición y emoción en cuentagotas: el primer show de Shakira en el Estadio Centenario'

Foto: Rodrigo Viera Amaral

La catarata de significados y significantes del espectáculo es abrumadora, aunque entretenida, como el mejor sincretismo cultural de la cultura pop de raíz latinoamericana. Los cambios del telón virtual emulan el realismo mágico de García Márquez, que altera los paisajes y el estado de las cosas. Provoca tormentas de lluvia purificadora y fuegos expiatorios. Shakira comienza actuando los mecanismos de un robot, transita su sangre libanesa en sus tradicionales bailes árabes, se convierte en loba y, justo antes de su redención, es una medusa de cabello y mirada matadora.

Ya pasaron las bachatas, la bicicleta humana, una breve clave de candombe, la monotonía, el “Chantaje” (con participación de vientos uruguayos), varias confirmaciones de una traición –el tema más importante del espectáculo–, la soltería placentera y una declaración a favor del “amor propio” por sobre todos los demás y el recuerdo del dolor. Otra animación subraya que la cantante se levantó del barro para seguir adelante, antes de volver al escenario con una daga en cada mano.

El espectáculo gana en emoción cuando ella misma logra conectarse de una manera más genuina con lo que pasa a su alrededor y olvida toda la parafernalia plástica en la que se sostienen este tipo de propuestas. Así, entre una versión visceral de “Pies descalzos, sueños blancos”, para el mejor de los recuerdos, y cerca del final, lidera un “villancico” de su universo, cuyo significado más profundo quizás solo entienden sus fanáticos de todas las horas. “Día de enero” funciona quizás como la mejor manera de entender el fuerte y algo misterioso vínculo con su público, sobre todo de mujeres. La canción tiene la mejor poesía de la cantante y no necesita ningún artilugio escénico, ni siquiera instrumental, y regresa al escenario en las voces del coro uruguayo.

Foto del artículo 'Pop multicultural, realismo mágico en alta definición y emoción en cuentagotas: el primer show de Shakira en el Estadio Centenario'

Foto: Rodrigo Viera Amaral

Antes de irse, la cantante pone en pantalla los diez mandamientos de una loba, cuyo número nueve se lleva la ovación más grande: “Una loba no codiciará los bienes ajenos. ¡Claramente!”.

El cierre del show es con fuegos artificiales y el baile de la BZRP Music Sessions. Shakira completa la actuación con su contagiosa arenga revolucionaria “Las mujeres ya no lloran, las mujeres facturan”, baja al público para sacarse fotos con fans de la primera fila y, cuando vuelve al escenario bajo una lluvia de billetes verdes, toma uno en sus manos como símbolo de independencia.