Bugonia es la refilmación de una película surcoreana de culto de 2003, cuyo título internacional es Save the Green Planet! El éxito y carácter de la película original justificaron la idea de una versión trasladada a Estados Unidos y en idioma inglés, con guion del ingenioso Will Tracy (de El menú y algunos episodios de Succession) y realizada por el mismo director de la original, Jang Joon-hwan. Este, sin embargo, tuvo que abdicar por motivos de salud y Yorgos Lanthimos fue invitado a reemplazarlo.
Por un lado, la película debe ser lo más “de género” que haya hecho Lanthimos. Es la historia de una ejecutiva que es secuestrada por un par de fanáticos conspiranoicos convencidos de que ella es una alienígena representante del poder oculto extraterrestre sobre la Tierra. Hay fascinantes duelos verbales entre secuestrada y secuestradores (la situación tiene mucho del clásico Misery, de Rob Reiner, 1990): ella intenta entrar en el juego de los dos dementes, ellos a veces caen en sus trampas, pero nunca tanto como para facilitar su escape. También hay suspenso, violencia y un buen showdown. Todo eso, sin embargo, se da sin sacrificar una fuerte presencia autoral de Lanthimos: la profunda misantropía, algo de grotesco mezclado con la elegancia y el refinamiento de los diálogos, la observación de mecanismos de poder, cierta aberración sexual (la autocastración de los dos secuestradores).
La misantropía se ve en el hecho de que los dos personajes principales en pugna son medio despreciables. Al estar al frente de una poderosa empresa quimicofarmacéutica, Michelle posiblemente sea responsable de algunos de los maleficios que le achacan. Especialmente pertinente para la película es el hecho de que produce neonicotinoides, uno de los factores que, se sugirió, pueden haber provocado la oleada de colapso de colonias de abejas que pareció amenazar gravemente la ecología y la economía mundial. Teddy, el secuestrador jefe, es apicultor. Una vez que no hay evidencia alguna de que los neonicotinoides tengan algo que ver con el colapso de colonias (y la película tiene a bien aclararlo), la decisión entre antipatizar con “una ejecutiva que destruye el planeta” o con un activista white trash paranoico es mayormente ideológica.
Auxolith, la empresa ficticia capitaneada por Michelle, como tantas corporaciones actuales, busca venderse como progresista y humana. Hay unas cuantas evidencias de que en buena parte es de la boca hacia afuera: Michelle graba su spot sobre la diversidad actuando en forma convincente, pero entre tomas muestra una irritación que no sugiere sinceridad. Dice a sus empleados que pueden ir a casa cuando quieran, salvo que sientan que tienen todavía cosas importantes que hacer, y esto, por supuesto, no es lo más cómodo para ellos (quienes se vayan antes saben que estarán dando muestras de menor compromiso).
Teddy, a su vez, es un compendio de conspiranoia. Uno de los recursos que usa Michelle para embaucarlo es envolverlo con discursos delirantes que mezclan la extinción de los dinosaurios, la Atlántida, el arca de Noé y los “dioses astronautas” en una misma sopa de delirios. Sus argumentos referidos al origen alienígena de Michelle tienen características inquisitoriales, en el sentido de que todo lo que Michelle niega se usa como evidencia de su falta de voluntad para cooperar y justifican un tratamiento más cruel. Si bien no hay referencia verbal al terraplanismo, las imágenes que aparecen anunciando cuántos días faltan para el eclipse lunar muestran una tierra plana, asumiendo irónicamente la que bien podría ser una de las creencias de una persona como Teddy. Y en cuanto a su cómplice, Don, está actuado por Aidan Delbis, un actor autista que hace su primera aparición en pantalla. No sabría decir si su personaje tiene rasgos de autismo, pero es claramente neurodivergente, y se pinta como un pobre diablo. El cuarto personaje, a su vez, es el sheriff local, que, cuando era adolescente, abusó sexualmente de Teddy.
Esta es la tercera película que, en los últimos dos años, rescata al viejo sistema VistaVision. Como las otras dos (El brutalista y Una batalla tras otra), es visualmente formidable. Hay un uso muy creativo de los encuadres planimétricos, con el punto de fuga cercano al centro del encuadre, y se generan zonas bien diferenciadas que, a veces, pueden hacer pensar en el constructivismo torresgarciano. La música de Jerskin Fendrix es muy original y efectiva, y produce un contraste extraño entre unos acordes ominosos atonales con pasajes majestuoso-dramáticos armónicamente convencionales. Las actuaciones de Emma Stone y Jesse Plemons son sensacionales.
La original surcoreana no se estrenó en Uruguay, pero la remake se banca totalmente sin esa referencia. Como suele pasar con el cine asiático de inicios del milenio, Save the Green Planet! tiene una frescura inocente que desaparece en la versión de Lanthimos, que es, en cambio, mucho más elegante, sobria y tiene personajes mejor delineados. Michelle Fuller es un personaje mucho más interesante que su correlato coreano (un varón, en la original). No sólo las líneas generales de la acción se plasmaron en esta versión anglófona: hay montón de escenas, líneas de diálogo y pequeñas ocurrencias de la original surcoreana que transparecen en esta adaptación, incluido el vestido de princesa que usa Michelle en la segunda mitad.
La película queda muy disminuida por un epílogo –derivado del original– que parece buscar ser una vuelta de tuerca, pero en realidad es bastante predecible (deriva del epílogo de Sin salida, de Roger Donaldson, 1987). Siempre es medio barato cuando una vuelta de tuerca se deja adivinar. Acá, para colmo, el giro forzado resulta incongruente, ya que buena parte de la actitud de Michelle frente a Teddy pierde consistencia con la revelación final. Además, el pasaje apocalíptico que da fin a la película, aunque está increíblemente bien filmado y es una muestra más de misantropía trágica, responde, en su uso sarcástico de una suave canción romántica, a otro cliché, fundado por Stanley Kubrick en 1963 con Doctor Insólito.
Bugonia. 119 minutos. En salas.