La escena se repite a diario, a pesar de que cada día crecen las advertencias sobre el daño que puede provocar en la salud física y mental el uso excesivo de pantallas y redes sociales, especialmente cuando el hábito se profundiza a la hora en que se recomienda ir a dormir. Pero ¿qué pasa si justo en ese momento, después de ver un resumen de los goles del Peñarol de 1994 relatados por Pablo Karslian, Youtube te propone cerrar los ojos con un recorte de las últimas declaraciones del futuro ministro de Economía y Finanzas Gabriel Oddone y luego, por si acaso, te sugiere una explosiva declaración del peronista Guillermo Moreno sobre el escándalo de la criptomoneda del presidente Javier Milei, que deriva en otro video del mandatario argentino entregándole una motosierra al magnate Elon Musk, que deriva, de vuelta a casa, en un llamativo registro de un popular youtuber que te avisa que entró “a los barrios más peligrosos de Uruguay”?
La miniatura llamativa que me compra muestra al simpático Luisito Comunica –uno de los youtubers más exitosos en el mundo hispanohablante– detrás de la carrocería de un auto quemado y patas para arriba, un niño a caballo y un descampado de pasto sin cortar, como parte de un collage diseñado –seguramente– en una versión avanzada del viejo Paint.
Cuando le doy clic al episodio, el tono gracioso de Luisito me predispone de buena manera, igual que las grabaciones de Tangalanga, los videos de Alberto Olmedo y Sin codificar o las participaciones de Norm Macdonald en el programa de Conan O’Brien. “¡Oye, al parecer todo el mundo anda sin camiseta aquí! ¿Qué cuidado debo tomar para andar por acá?”, lanza el comunicador, de paseo por Casavalle. Uno entre un grupo de adolescentes le responde: “No andar solo de noche”. Luisito es educado en extremo, didáctico y entrador, palmea los hombros de los vecinos y les ofrece su confianza con palabras cálidas mientras recorre las calles y los pasillos entre viviendas del barrio, con la alegría de niños y adultos que lo reconocen como una celebridad.
Las preguntas y las respuestas se repiten: en todos los barrios hay gente buena y gente que se equivoca, si no te metés no te pasa nada, el barrio ahora está más tranquilo, acá hay gente trabajadora. Es un día soleado y es todo risas, incluso cuando las bromas sugieren un peligro en el modo de una caricatura, o una ficción que deja a los forasteros finalmente fuera de su realidad y deseosos de conocer un poco más.
Los dos o tres camarógrafos de Luisito registran los chapuzones en una piscina casera, aprendices de raperos, emprendedores, historiadores, vecinos veteranos recostados en los muros, uno de ellos sentado en una silla de playa en la vereda, y a mí resulta entretenidísimo. “Hay algo que anda mal acá”, pienso.
“En media hora podría estar ahí”, me digo. ¿Y? El video no incluye música de suspenso ni zócalos para llamar a ningún 0800, y no hay nadie que vuelva al mundo seguro con una expresión de indignación.
La respuesta podría ser una mezcla de culpa, admiración, terror, atracción, curiosidad y hasta envidia. Luisito gana miles de dólares, y la barra de vecinos uruguayos que lo acompaña a su paso parece la más feliz del mundo. Luisito dice que Casavalle es un “barrio calientón”, y luego cuando ve pasar un niño a caballo exclama: “Ahí va mi carnal, parece una película del Viejo Oeste”.
“El barrio más peligroso de todos es Punta Gorda, donde asesinaron al grafitero Felipe Cabral”, me viene a la mente, que trabaja a cuatro manos para disolver dudas de conciencia.
Cuando vuelvo a abrir los ojos sigo con el argentino Joaquín Joaco Santos, a quien ya conocía por sus videos de barrabravas y de otros barrios peligrosos del mundo. “Los niños pirañas de Malvín Norte” le gana a la senadora Bettiana Díaz en Canal 12 (lo voy a ver más tarde). Joaco tiene puesta una camiseta de la selección uruguaya de fútbol, y un joven vestido de ropa deportiva que logró la llegada de un ejército de peluqueros al barrio para acicalar gratuitamente a muchos de sus vecinos no le pierde paso como garantía de un paseo sin riesgos. Joaco admite –y repite– que pensó que “Uruguay estaba más tranquilo”, y mientras camina rodeado de niños que improvisan ingeniosas bromas sobre armas, delitos y drogas, pregunta si es cierto lo que se dice de un recrudecimiento de la violencia y de las constantes balaceras entre dos bandas rivales. Una señora en moto termina por responder con una sentencia en la que separa a quienes tienen códigos de aquellos que no los recuerdan. “Estos autos son todos míos, acá mando yo”, dice un gurí mientras salta sobre la carcasa quemada de un Volkswagen. “A cualquiera que entre acá, le robo la plata, la ropa, todo”, dice otro, de natural histrionismo. Me río.
Youtube me ofrece un informe exhaustivo sobre la pelea a muerte entre Chespirito y Carlos Villagrán, alias Quico. “Tengo que ir a buscar algo dulce a la heladera”, vuelvo a pensar.