Cada ceremonia de los Premios de la Academia tiene sus particularidades. En 2020, por ejemplo, se realizó en febrero para evitar la “fatiga” de entregas de premios, repitieron la idea del año anterior de no tener anfitrión ni anfitriona y, por primera vez en la historia, la ganadora del Oscar a la mejor película no estaba hablada en inglés. En las nominaciones había picado en punta Guasón, pero aquella fue la noche de Parásitos.
Al igual que este año, en el que Sean Baker tuvo que pedir un Uber para llevarse sus cuatro estatuillas, hubo alguien que subió cuatro veces al escenario (aunque técnicamente el Oscar a Mejor película internacional es para el país y no para la persona). El coguionista, coproductor y director de Parásitos aprovechó uno de sus pasajes por el escenario para dejarnos una frase que resuena particularmente en Estados Unidos, pero aquí también: “Una vez que superen la barrera de una pulgada de los subtítulos, podrán ver muchas más películas maravillosas”.
Es cierto que la siguiente película del coreano Bong Joon-ho, Mickey 17, está hablada en inglés. Pero para nosotros la reflexión sobre el subtitulado todavía se aplica.
La adaptación de la novela Mickey7, de Edward Ashton, tiene algunas similitudes con La sustancia. Ambas son historias con elementos de ciencia ficción que tienen en su base una regla inquebrantable o un funcionamiento ajustado que, por razones dramáticas, sabemos que en algún momento se romperá. En la película francesa, Elisabeth Sparkle (Demi Moore) debía mantener el equilibrio con su otra yo; en esta, Mickey Barnes (Robert Pattinson) es clonado cada vez que muere, hasta que deja de ser así.
La acción transcurre en uno de tantos planetas conquistados por privados en una incesante búsqueda de maximizar las ganancias. Nuestro protagonista epónimo huyó del planeta por deudas y la única forma de asegurarse un pasaje rápido fue postulándose como un ser humano “prescindible”. Es un conejillo de indias dispuesto a dejarse experimentar o realizar las tareas más difíciles, a sabiendas de que luego de su muerte será replicado con los mismos recuerdos (en el original dicen reimpreso y es mucho más adecuado, porque a los Mickey los hacen en una impresora 3D).
Todo comienza con la muerte aparente de Mickey 17 luego de un accidente en el planeta helado que están intentando colonizar (infestar, dicen los humanos con total sinceridad). “Fue lindo conocerte, que tengas una linda muerte. ¡Nos vemos mañana!”, le dice su amigo Timo (Steven Yeun) antes de dejarlo a la buena de Dios. Habrá un extenso flashback sobre la historia de los Mickey y las condiciones de su descartabilidad, que incluye a un grupo de doctores bien utilitaristas, con trazas de aquellos que estudiaban a Bruce Willis en 12 monos.
Conocido el funcionamiento correcto del sistema, es hora de que la trama nos lleve hasta el momento en que la cosa sale mal. Resulta que Mickey 17 sobrevive al ataque de unas criaturas nativas que parecen tardígrados gigantes, y a su regreso se encuentra con Mickey 18, quien con toda lógica cree ser el único clon con vida.
El mundo (bueno, en realidad, son dos) que nos pone Bong Joon-ho en la pantalla pertenece a esos futuros muy cercanos que vimos en películas como Her y series como Max Headroom, aunque la referencia obligatoria desde hace un tiempo es la británica Black Mirror. Las filas de personas que sueñan con huir del planeta por ser la única posibilidad de un futuro mejor, así como la estética completamente verosímil, se encuentran entre los mejores elementos de la película.
Otras piezas no funcionan tan bien. La nave colonizadora está comandada por el político Kenneth Marshall y su esposa Ylfa. Y por más que Tony Collette tenga grandes momentos de humor negro con su personaje, el Kenneth que construye Mark Ruffalo no hace más que distraer. Atrás quedó el perverso Duncan Wedderburn de la muy recomendable Pobres criaturas. El villano de esta ocasión es una suerte de mini Donald Trump que nunca consigue ser más que Mark Ruffalo con dientes más grandes.
El otro problema es que todo lo que sucede a partir del encuentro entre los Mickeys 17 y 18 no está a la altura de lo anterior. No lo mencioné hasta ahora, pero desde la voz en off se nota que Pattinson está disfrutando al interpretar a esta serie de tontines con pequeñas diferencias (porque la reimpresión no los hace exactamente iguales). El choque entre dos copias es interesante, y se le suma una relación muy refrescante con Nasha (Naomi Ackie), aunque sobre el final sea este personaje el responsable de un discurso que hace revolear los ojos.
En 137 minutos hay tiempo para sobrevolar un montón de dilemas morales, nuevas leyes e incluso los vericuetos para esquivarlas (como solamente reimprimir fuera del planeta). Pero sobre el último tercio todo se vuelve más predecible, más clásico, y aunque haya momentos de violencia, quedarán muy lejos de la fiestita de cumpleaños de Parásitos.
Mickey 17. 137 minutos. En cines.