Tengo una sensación de déjà vu. ¿No acabo de hablar de una película de Steven Soderbergh? Es que, por esas curiosidades del mundo de la distribución cinematográfica, la cartelera ofrece dos películas de este director estadounidense: el recomendable drama familiar (con fantasmas) Presencia y la historia que paso a comentarles.

“Código negro” (black bag en inglés) es una forma de decirle a cierto tipo de información que no podés compartir ni siquiera con tu pareja. Y Código negro, la película, es una de espías, de gente con secretos que trabaja manteniendo otros secretos y que cada tanto ve cómo alguno de esos secretos llega a los oídos incorrectos y debe hacer algo al respecto. Si hiciéramos el ejercicio rápido de definir la película con otras referencias del género, podríamos decir que es una mezcla de Sr. y Sra. Smith con las novelas de John Le Carré.

George (Michael Fassbender) es un oficial de la inteligencia británica a quien le entregan una lista con cinco sospechosos de haber cometido alta traición. Su misión, que decide aceptar, es utilizar sus capacidades para detectar las mentiras ajenas y encontrar al culpable. Para ello organizará una cena para seis en su casa: los cinco sospechosos y él. La complicación es que uno de esos cinco es su esposa Kathryn (Cate Blanchett) y el deber patriótico se verá puesto a prueba por el deber matrimonial.

El guion de David Koepp (La muerte le sienta bien, Parque Jurásico, Spider-Man y decenas más) se combina con el oficio de Soderbergh para contar una historia sin necesidad de demasiadas explosiones, aunque alguna hay. Mientras contemplaba la escena de la cena pensaba que esa puesta teatral podría haberse llevado gran parte de la película y el resultado hubiera sido satisfactorio, pero es solamente el comienzo.

Los seis comensales son, además de compañeros de trabajo, tres parejas afectivas. Por si fuera poco, una de las mujeres es la psicóloga laboral de todos ellos (uno apenas puede imaginar el lío que tendrá el Departamento de Recursos Humanos de esa división). Las sospechas comenzarán antes de la comida y, entre plato y plato, irán apareciendo secretos y mentiras de sus vidas laborales y sentimentales, minuciosamente introducidos por George para descubrir al traidor o la traidora.

Además de los dos protagonistas, los otros invitados también son caras conocidas. Están Marisa Abela, de Industry, Tom Burke, de CB Strike, Naomie Harris, de Piratas del Caribe y James Bond, y Regé-Jean Page, de Bridgerton. Sumando a Pierce Brosnan como el jefe de todos ellos, tenemos un plantel corto (porque la historia es pequeña) pero súper efectivo.

Presencia está filmada desde el punto de vista del espectro, pero aquí Soderbergh decide no innovar. Más allá del plano que sigue a Fassbender en la primera escena, cuando debe encontrarse con su superior, la cámara siempre está en un lugar sencillo y adecuado para que se entienda lo que está ocurriendo, y casi siempre en interiores, manteniendo la esencia teatral de la (primera) cena. Hasta la música tiene una onda retro, aunque termina llamando demasiado la atención en una historia bastante atemporal, pero claramente desarrollada en nuestros días.

Entre los condimentos que mueven la trama más allá de los personajes hay un software peligroso, una red de satélites, el escape de un ruso (que ni siquiera se muestra) y un plan que podría costarles la vida a “miles de inocentes”, aunque cuanto más conocés a los espías, más podés apostar a que no se les va a mover un pelo si el plan se concreta.

Como le ocurrió a otro personaje interpretado por Fassbender en El asesino, de David Fincher, todo es tan metódico y tan frío que eso termina jugando en contra de la obra. No solamente por las pocas ganas que le ponen a salvar nuestro pellejo (suponiendo que uno crea encontrarse entre los miles de inocentes), sino en particular por la relación entre George y Kathryn, que se presenta como fundamental para entender la historia.

Ella es una posible traidora y lógicamente habrá tiempo para que el marido desconfíe de su propia mujer y se genere la tensión más fuerte. Sin embargo, se les pide tanta frialdad a los actores que la química entre ellos parece difícil de encontrar. Como si estuvieran en un laboratorio de una base antártica, nos dicen lo que podrían o no podrían hacer con sus parejas, pero (hablando de señales y de mentiras) sus ojos parecen decir cualquier otra cosa.

Esto es importante, pero no llega a dinamitar el disfrute. Entre charlas con momentos picantes, sesiones de polígrafo y una cena que en algún caso realmente será la última, Steven nos lleva de la mano hasta la resolución del misterio. Código negro es un poquito vueltera de más, es cierto, pero de todos modos nos dejará satisfechos de haber degustado un segundo plato de Soderbergh en tan poco tiempo. Será el último de este año, así que a saborearlo bien.

Código negro. 94 minutos. En cines.