“Funeral”, de Lucía Romero (adelanto de Magia pagana)
De su segundo disco, Lucía Romero ya había adelantado la telenovesca “Cintura”, una canción de mensaje directo — “será porque me gustas tanto” y “tu cintura tiene todo lo que quiero” — y melodía synth-pop con la que parecía alejarse un poco de las elevaciones barrocas de su primer álbum, Doblaje (2022). En “Funeral” la cosa vuelve a cambiar y se equilibra hacia la versión mejor definida de la compositora uruguaya.
Con virtuosismo vocal y un teclado que juega entre lo lúgubre y lo épico, la cantante y multiinstrumentista despliega un dramatismo mítico libre de vicios del folk y modismos sensibles del indie. “Mi próximo disco es como un altar de canciones”, adelanta en un corto documental en el que puede verse parte de la elaboración de Magia pagana (Little Butterfly Records). Lucía cree en los milagros sin religiosidad, y ahora sabemos que canta: “Prendo una vela/sostengo un puñal, cruje el cielo/escucho el mar cantar”.
Yakisoda, de Yakisoda
Si esto fuera punk pop, sería del gusto salado, si fuera emocore, le faltarían lágrimas. En el enjambre de nuevas bandas uruguayas de rock cercanas a Nirvana, el noise y el hardcore, los Yakisoda sobresalen como alumnos bien atentos de la mejor historia del punk, capaces de provocar un pogo con facilidad, tal como se pudo observar en la segunda edición del festival Indieween, en noviembre del 24. La banda se identifica con el garage punk y no casualmente algunos la conocimos por su ajustada versión de “I wanna be your dog” de Los Stooges.
En Yakisoda, su EP de presentación, los yeites bien aprendidos se sostienen en una síntesis fresca y original y en canciones existenciales y de interrogantes juveniles.
Constanza Olivera en voces, Fabricio Tiscornia en guitarra rítmica, Alex Azarian en guitarra líder, Eugenia García en el bajo y Juan Ortiz en la batería (actualmente suplantado por Mariano Ríos) se combinan con fluidez en la pegadiza “Repetición” —“¿Qué necesito?/no lo sé”, dice el estribillo—, la pesada “Cómo estoy”, y mi predilecta, “Pensar”: punk podrido para un relato de toxicidad: “Me ahogaría en él/Sin querer volver/Sé que me va a hacer mal/Nunca dije que fuera normal”.
Música ideal para fanáticos de Elástica, los Wire, PJ Harvey y los angelinos X.
Filosofemme, de Ertie Ruffian
No mucho se sabe de Ertie Ruffian, salvo que en sus redes se anuncia como una rapera y productora experimental uruguaya a la que también se la conoce como Martina Turren, aunque exactamente lo contrario podría afirmarse después de escuchar su LP Filosofemme. “El viejo facho de Salle me la recontra mama”, lanza en “Pstd”: un rap minimalista y drill para una historia de drogas y complicaciones de la salud mental. La placa sigue en el modo de una catarsis cruda y en primera persona sobre bullying, sobrepeso, celibato y abuso de sustancias. Aquí la protagonista se mueve entre afirmaciones de exaltación de triunfo gangsta propias del género y confesiones depresivas de malestar y soledad de encierro. La música, producida y grabada por la propia artista, tiene hallazgos en arreglos y beats oportunos, como el funk brasileño que elige para “Tengo un problema”.
El tercio final del disco sorprende con un cambio de frente: tiene una reflexión social sobre el Uruguay violento, un rap romántico retratado en una carta esperanzadora, y un homenaje de tono familiar. Fantasía y realidad de trazo urgente.
Kumbaku Kungue, de Joseph Ibrahin
El disco número 11 del prolífico músico uruguayo Joseph Ibrahin (guitarras, zitara, teclados, sintetizadores y voces adicionales) es una enciclopedia ficcional sonora entretenida y de formas bellas. Con la percusión como gran disparadora de imágenes —Federico Campos se encarga del sonido analógico de congas, bongos, derbake y tambor Alegre— Kumbaku Kungue (Osmosis Records) es un viaje onírico al continente africano, por momentos futurista, por momentos ancestral, por momentos alucinado y deforme, por momentos de acompañamiento turístico.
La fórmula incluye trompetas (Nicolás Lapine), flautas y guitarras eléctricas (Manu Quintans) que se entrecruzan en pasajes de jazz, música de meditación y ritualista, música árabe, trazas de reggae y lounge y electrónica al estilo de Tangerine Dream, o los actuales Lazerhawk y Miami Nights 1984.
Cualquier mejunje como este implica un riesgo elevado de explosión o sereno fracaso. Ibrahin sale ileso del experimento y agrega a su discografía elegantes piezas de world music como “Mewoo”, “Espirales” y la cinematográfica “Zamboo”.
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