Con el presupuesto necesario para entradas de cine y suscripciones a plataformas, pudimos llegar a la pasada ceremonia de los Premios de la Academia habiendo visto las diez nominadas al Oscar a mejor película, además de otro montón de cintas que peleaban en las más diversas categorías. Sin embargo, de las 20 personas que iban por las cuatro estatuillas que premian a la actuación, solamente habíamos podido ver a 19 de ellas.

Entre los nominados a mejor actor protagónico, premio que terminó llevándose Adrien Brody (y está por terminar su discurso de agradecimiento), aparecía Colman Domingo por Sing Sing, película que también competía al Oscar a mejor guion adaptado y canción original. Estrenada en julio del año pasado en Estados Unidos, recién llegó en las últimas horas a nuestras salas de cine con el título Las vidas de Sing Sing.

No se trata de una comedia con animales antropomórficos que hacen cóvers de temas conocidos, sino de un drama ambientado en la prisión de máxima seguridad ubicada en el estado de Nueva York, que da nombre a la película. Esa cárcel es uno de los sitios en donde se desarrolla el programa “Rehabilitación a través de las artes”, que ofrece diferentes talleres a los reclusos, en este caso uno de teatro.

Lo primero que hay que señalar, incluso antes de hablar de otros puntos destacables, es que esta es una historia luminosa. Hay numerosos ejemplos de películas ambientadas en prisiones que coquetean con la redención y la libertad para después borrar todo de un plumazo, o de un puntazo. El director Greg Kwedar no busca alejarse del realismo, pero sí elegir, de la infinidad de relatos posibles, uno que encuentra la luz incluso después de atravesar varios momentos de oscuridad.

Todo gira alrededor de Divine G (Domingo), al menos al comienzo. Estamos ante un prisionero modelo, que no solamente forma parte del grupo de teatro, sino que escribe sus propias obras. Además, hasta está preso por un delito que no cometió, como para generar la mayor empatía posible con la audiencia.

Esa es la situación inicial, la de un grupo de reclusos coordinado por el tallerista Brent, interpretado por Paul Raci, de Sound of Metal. Acaban de presentar una obra y se preparan para la siguiente, y todo indica que elegirán un texto del también actor estrella. Pero surgirá un nuevo aspirante a alfa en la manada actoral, en un contexto en que la jerarquía puede ser la diferencia entre la vida y la muerte.

Es el propio Divine G quien intercede y se esfuerza por incorporar a Divine Eye (uno de tantos que en esta película se interpretan a sí mismos). Lo primero que vemos de él es una extorsión fraudulenta a otro recluso. Es claramente el enemigo, el irredimible, el que termina convenciendo a sus compañeros de taller de ir por otro camino, con una comedia que incluye viajes en el tiempo y a Freddy Krueger, basada en una obra escrita por el verdadero Brent. Para peor, le disputa a su tocayo el único papel decente.

Las vidas de Sing Sing se sostiene en el choque shakespeariano, hasta literalmente, porque el rol que se disputan es el de Hamlet. En la primera mitad de los 105 minutos, Divine Eye se come la pantalla en su versión ficcionalizada, mientras que lo de Domingo como Divine G está bien, pero muy lejos de una actuación tan memorable como para ser nominado al Oscar. Es que la tragedia estará a la vuelta de la esquina y entenderemos que el preso modelo tuvo una máscara puesta todo este tiempo, que finalmente se hará trizas.

Estábamos esperando el golpe, pero no es tan obvio. Y ocurre en un momento de la historia en el que da el tiempo para que varios personajes completen sus arcos y para que Colman Domingo demuestre que los votantes de la Academia no estuvieron mal (al menos quienes lo votaron).

La “puesta en escena” que plantean Kwedar y su equipo es más bien práctica. Las conversaciones triviales y las negociaciones del taller se intercalan con tomas que sirven para que nadie olvide el lugar en el que se encuentra y el tipo de vida que lleva. Pero, así como ellos tienen su espacio para jugar, la película también tiene su componente lúdico, en especial en los castings “a cámara” y por supuesto todo lo que rodea la estrambótica obra de teatro.

Todo vuelve a los dos Divine, Divine G y Divine Eye, Colman Domingo y Divine Eye, respectivamente. Dos hombres cansados, dentro de un sistema injusto, más allá de que el grado de injusticia dependerá del ojo del espectador. Golpeados por la vida y las circunstancias, encuentran algo en el teatro, después de haber perdido un montón de cosas, entre ellas su libertad.

Y en un momento tan particular a nivel global, con una violencia latente y la sensación de no future acechando a cada nueva generación, es una decisión política no solamente haber elegido este programa de rehabilitación, sino mostrarlo desde la esperanza y el poder que puede tener el arte incluso en el peor lugar. El arte de verdad, no esa basura de pedirle a una computadora que haga el esfuerzo por vos.

Las vidas de Sing Sing. 105 minutos. En cines.