En las arterias de Maldonado se distinguen unos gigantescos leucocitos que rezan “Rodrigo puede intendente” acompañando el retrato del señor Blás, así como también se puede leer y escuchar repetidamente “Abella ya”, con la correspondiente efigie del hombre del intendente Antía, todos del Partido Nacional. Al mismo tiempo, las publicidades de las demás colectividades políticas son bastante discretas, casi inexistentes, más allá de enterarnos de que el Frente Amplio presenta tres nombres y un sólo programa, y que el Partido Colorado conserva una candidata porque el otro —un exgolero que había reunido incluso más apoyo— decidió abandonar su postulación. Pero no hablaremos de política sino, como dijo Borges, de “lo que se cifra en el nombre”.
El apellido Abella, hasta hace poco tiempo escasa o nulamente nombrado, aparece sonoramente unido al adverbio de modo “ya”, que hace suponer la presencia de un verbo que podría ser votar y que le confiere al apellido del hombre, una palabra grave, una sílaba más que aporta un carácter agudo y juguetón. O como aquellos “llame ya” que vendían caminadores para poner abajo de la cama.
He aquí lo que el lingüista Roman Jakobson ejemplificaba con el famoso I like Ike de una campaña presidencial estadounidense y que bautizó como función poética del lenguaje, caracterizada por la manipulación del significante (los sonidos, digamos) con fines estéticos y, por supuesto, con el motivo ulterior de llamar la atención y obtener algo. Ha sido efectivo: la gente le dice “Abellayá” y la encuesta boca a boca lo señala como posible ganador, con seguridad, a partir de su pertenencia a un grupo muy dominante en la escena local.
El desafiante dentro de la interna nacionalista ha optado, en contraste, por omitir su apellido y colocar “puede” en su lugar. Lo común habría sido que se escribiera “nombre, apellido, intendente”, con lo cual podría entenderse que el verbo se convierte en sustantivo. Tiene lejanas reminiscencias del recordado Maneco de Tranqueras, “que tiene el poder”, sobre quien también se decía “él va a poder cambiar”. Es decir, en ambos casos se presenta al personaje como alguien que ya es poderoso, no en potencia sino en esencia o acaso en una traducción de la idea mágica de que “creer es crear”.
Sin embargo, la reacción de los hablantes frente a la secuencia “Rodrigo puede” (escrita toda en mayúsculas) es preguntarse: ¿puede qué? Basándonos en nuestro acervo de ideas políticas, podríamos postular que los emisores del mensaje esperarían infinitivos como: ganar, gobernar o cambiar, mientras que irónicos detractores podrían completar la perífrasis modal con otros significados menos positivos, sean estos relativos a las capacidades que ya se conocen del político o a sus gestas posibles, futuras y potenciales a concretarse tras un triunfo electoral.
De manera traicionera, se introdujo aquí la noción de perífrasis verbal, que no es ni más ni menos que una construcción en la que hay un verbo auxiliar y uno auxiliado, como podría ser puede ganar, en este caso poder conjugado en presente, tercera persona y singular del indicativo y el infinitivo, que no se conjuga. Las perífrasis, en muchos casos, pueden sustituirse por formas simples como, en este caso, gana, que es mucho más posible que puede, un verbo modal que se caracteriza, justamente, por aportar un matiz de significado —capacidad o posibilidad— al principal. En el caso del político blanco, la operación de sustracción gramatical de la forma auxiliada parece ser una invitación como “complete usted esta perífrasis con su infinitivo exitoso favorito” o, todavía más, la declaración de que “lo puede todo”.
Además, no es un dato menor que se presente jerarquizado en primer lugar un sujeto agente (Rodrigo) a diferencia de lo que ocurre cuando, ya en el gobierno, refiriéndose a la situación de la exministra Cecilia Cairo, el secretario de Presidencia, Alejandro Sánchez, expresó que “se cometió un error y se resolvió”, dos oraciones impersonales que no declaran quién se equivocó ni quién lo resolvió. Naturalmente, cualquier hablante prefiere verse —y ver a los suyos— de manera positiva y a diluir la imagen negativa.
Quienes lean esta nota tal vez sientan la invitación a pensar qué operaciones se están realizando con los nombres de candidatas y candidatos en cada departamento. Por lo pronto, cualquiera que escuche las radios de la capital sabe que los caballos del comisario son Mario, Vero y Salvador, que Lema (bajo el lema “Coalición Republicana”) presenta una canción que dice “ya está” (“la frescura interior”, completará alguien) y que la doctora Virginia Cáceres, expresidenta del Codicen, ahora es Vicky. Parece ser relevante, más que cualquier cosa, darse a conocer, mostrarse de alguna manera, tal vez no la que ya era habitual para cada persona. Si no, no podría entenderse por qué, antes de mandarse a la mierda y tener un contacto físico violento, dos candidatos riverenses se espetaban mutuamente: “¿Quién te conoce a vos?”. Conocerlos, claro está, que necesita su tiempo.