Publicada en Italia en 1958, un año después de la muerte de su autor, Giuseppe Tomasi de Lampedusa, la novela El gatopardo se convirtió de inmediato en un éxito de ventas. Obtuvo el prestigioso premio Strega y se consolidó rápidamente como un clásico.
La novela cuenta aspectos de la vida de una familia de la aristocracia siciliana a partir de 1860, el año en que Garibaldi desembarcó en Marsala con sus mil “camisas rojas” y, con gran apoyo popular de irregulares entre los que no eran pocos los barones, los condes y los príncipes, avanzó hasta vencer a las tropas del rey de las dos Sicilias, Francisco II de Borbón. La anexión de Sicilia y Nápoles (“las dos Sicilias”) a la Italia en vías de unificación es el comienzo de la etapa final del risorgimento, el proceso de formación de la nación italiana tal como la conocemos hoy.
Para los italianos de 1958, aquellos grandes movimientos políticos estaban aún frescos. Hacía apenas una década que había caído la monarquía, cuyo último representante, Humberto III, estuvo en el trono apenas un mes, luego de la abdicación de su padre, Víctor Manuel III, uno de los responsables del ascenso de Benito Mussolini al poder.
Es posible que la lejanía con que aquellos acontecimientos del siglo XIX se nos presentan hoy, a tantos kilómetros y decenios de distancia, los hagan parecer un amasijo de revueltas, golpes de mano, escaramuzas y batallas diplomáticas demasiado ajenas y dialectales como para interesarnos. Es natural que temamos que la lectura de El gatopardo nos resulte pesada, difícil de entender o cargada de informaciones históricas que nos dejan indiferentes.
Temores infundados: El gatopardo es una obra maestra de la prosa poética, de la ironía, de la observación penetrante del orden social de todas las épocas; sobre todo de las mentalidades vinculadas al poder. Es rítmicamente tan perfecta que se diría que es posible bailarla; tan rica en asociaciones poéticas que el cerebro desborda y el sentido del gusto explota; tan fina en el examen de los personajes que al salir de su lectura uno se siente más sabio.
La novela de Tomasi impuso el engañosamente fácil término “gatopardismo”. “Se vogliamo che tutto rimanga com’è, bisogna che tutto cambi”: si queremos que todo siga tal como está, es necesario que todo cambie. La frase, pronunciada por Tancredi –un coprotagonista de la novela– busca tranquilizar a su tío, el príncipe Fabrizio Corbera de Salina, héroe de la historia. Súbdito de los Borbones, teme perder privilegios si triunfan los partidarios del rey Víctor Manuel, promotor de la unificación.
La novela tiene una trama difusa, en la que los acontecimientos que se desarrollan son reflejos de los acomodos de todas las clases sociales sicilianas al nuevo orden. El punto de vista es el de su protagonista, el príncipe de Salina, llamado El gatopardo.
“Gatopardo” era el felino que figuraba en el escudo de armas de los Salina. No es una palabra de uso común en italiano (sería una especie de leopardo de tamaño poco mayor al de un gato doméstico). Desde la publicación del libro perdió incluso el escaso uso que había tenido para designar al animal, gatopardo, hoy, es alguien que sigue la máxima de Tancredi: cambiar todo con la finalidad de que todo siga igual.
El hilo argumental de la novela se organiza en torno a la suerte de Tancredi, sobrino del príncipe, que ha crecido huérfano y quedó a su cuidado. Carece de fortuna personal; sólo posee los títulos nobiliarios que heredó. El casamiento con la hermosa hija de un político venal, aldeano devenido burgués gracias a trampas y maniobras oportunistas en tiempos de guerra, representa a la perfección la máxima del gatopardismo. El príncipe de Salina desprecia los motivos de Tancredi y los del padre de la novia, pero cree que no hay otra salida. Acepta la derrota del viejo orden y se muestra irónico ante el nuevo, pero aprovecha su posición, respetada por los arribistas con dinero que anhelan codearse con la nobleza.
A lo largo del libro abundan las reflexiones del protagonista, el humor irónico y los razonamientos inteligentes. El personaje exhibe una elegante displicencia con la que desprecia la bajeza de los burgueses. Estas porciones de texto reflexivo son densas en sentido, jugosas, entretenidas y corren con gran soltura por la página. La clave es que el autor, también príncipe (de Lampedusa), era tan escéptico como su héroe, y no pretende en absoluto enseñar ni convencer a los lectores. A partir de la lectura uno no se enterará de los pormenores de la anexión de las dos Sicilias a Italia, de las causas geopolíticas y económicas ni del mapa de linajes monárquicos de Europa. Se sumergirá, en cambio, en una compleja y hermosa creación artística capaz de hacer entender asuntos más esenciales.
El libro fue elogiado por su calidad literaria, y a veces por su penetración filosófica, pero también fue atacado por la derecha, por el centro y por la izquierda. La derecha no le perdonó a un príncipe escritor que dejara mal parada a una aristocracia como había sido la de las dos Sicilias, tan lucida y patriótica, y al mismo tiempo que pintara a Víctor Manuel II, el héroe de la unificación, como líder de una pandilla de politicastros. Los liberales le reprocharon su mirada ácida y burlona sobre los burgueses oportunistas, ávidos de dinero y poder, aduladores de la aristocracia, pero sobre todo carentes de buenas maneras. La izquierda acusaba al autor de fascista, por el hecho de pertenecer a una familia aristocrática, clase que había protegido y alentado al fascismo, y le recriminaba que tratara al campesinado como una masa carente de conciencia de clase.
Todos tenían razón: eso exactamente hace Giuseppe Tomasi en su libro. Las clases más bajas no son necesariamente las más conscientes; los burgueses suelen ser depredadores inclementes; la nobleza se transformó (dice el príncipe de Salina), de leopardos y leones como lucen en sus escudos, en chacales y hienas disputándose la carroña.
La herencia del compañero conde Luchino Visconti
La serie El gatopardo, recientemente estrenada en Netflix, es la segunda trasposición a la pantalla de la gran novela de Tomasi. El antecedente es ineludible, en buena medida, porque contribuyó a la difusión de la novela: la película de Luchino Visconti (conde de Lonate Pozzolo), estrenada en 1963, protagonizada por Burt Lancaster como Salina, Alain Delon como su sobrino Tancredi y Claudia Cardinale como Angélica, su prometida.
La pertenencia de Visconti a la aristocracia italiana hace pensar en cierta empatía con el autor de la novela. Pero también estaba afiliado al Partido Comunista italiano, y que un comunista aprobara la obra de un príncipe no fue un asunto menor. Visconti había hecho películas indudablemente comprometidas en el más puro sentido sartreano (La tierra tiembla, Rocco y sus hermanos) y, de hecho, la primera tuvo apoyo económico del Partido Comunista. La crítica a las clases dominantes, desde los ojos de Tomasi de Lampedusa, es reafirmada por la película de Visconti; en ambos casos se trata de puntos de vista “desde adentro”.
La película, en su versión difundida en la actualidad, de 187 minutos (la que quería Visconti duraba 205) es muy fiel a la trama y al espíritu del libro, aunque cambia el final, o más bien termina antes que el libro.
La dificultad de adaptación surge de los largos párrafos reflexivos, con poca acción y notable humor y sutileza. No hay más remedio, en la trasposición a cine, que conservar la palabra, y los guionistas eligieron con sabiduría lo más sustancioso del libro.
Una dificultad menor, que fue incluso motivo de críticas negativas al libro, es su uso de la elipsis. Al principio, de un capítulo a otro se escamotean meses; luego años y finalmente decenios. El último capítulo del libro, que ocurre cincuenta años después de la escena del comienzo, agiganta el sentido del total, al mostrar la espantosa decadencia de la aristocracia, que ni siquiera se percata de hasta qué honduras de ignorancia, inutilidad y sinsentido ha caído. La muerte del Gatopardo ocurre, en el libro, muchos años después de las acciones centrales de la novela. Tanto la película como la serie evitan este salto final.
En la película, la guionista Suso Cecchi d’Amico resolvió el cierre de manera notable. Para eso propuso que se ampliara la importancia de una escena del libro, en la que el príncipe de Salina por primera vez piensa en la muerte. Esto ocurre durante un baile en un palacio de Palermo. Cecchi propuso convertir la escena en el punto culminante de la película. La muerte del príncipe y la historia posterior de la familia se simbolizan con una simple y bellísima toma final que muestra a Salina de camino a su casa, a pie, luego de salir del baile, adentrándose en una calleja oscura y miserable de la ciudad, hasta hundirse en la tiniebla.
Con semejante antecedente, proponerse rodar una serie sobre la misma obra maestra hace pensar que sus promotores estaban locos, muy seguros de sí mismos o ambas cosas.
La jugada políticamente correcta de la serie
La novela tiene sólo un protagonista, el príncipe, y una historia que no es suya: el casamiento por conveniencia de su sobrino, que entrega a la novia el título de princesa a cambio de su fortuna. Salina es un sujeto elegante, afecto a mirar las estrellas a través de un telescopio, a quien le gusta recorrer el campo matando perdices y liebres (aunque el mundo ha decaído tanto que ahora apenas hay conejos). La maestría de Visconti confió en la larga secuencia del baile para coagular una trama difusa, y lo logró. La serie se declara vencida por el presente, e introduce cambios para mantenerse en un carril políticamente correcto.
Para mostrar un personaje femenino positivo, contrapeso de la linda aldeana que pesca al noble Tancredi, los productores de la serie hacen crecer el protagonismo de una de las hijas del príncipe, Concetta. En el libro se da a entender que luego de la muerte del padre es la que se ocupa de los asuntos de los feudos familiares, pero en la serie es dueña de muchas escenas y de una historia de relieve protagónico a lo largo de los seis capítulos.
Cecchi, libretista de la película de Visconti, una mujer que guionó más de cien grandes películas de la historia del cine, no consideró que hubiera que hacer nada al respecto si no se quería falsear la historia. En cambio, los guionistas británicos Richard Warlow y Benji Walters quisieron empoderar a toda costa a un personaje femenino. Por fortuna, si bien el ascenso de Concetta a coprotagonista acerca el tono de la serie al risco melodramático, el núcleo de la historia es tan potente y el elenco es tan solvente que nadie cae al vacío.
El final de la serie se aparta un poco del simbolismo elegante de la película de Visconti, y también evita el epílogo decadente del libro, aunque insiste con la reivindicación de una emancipación femenina absolutamente imposible a mediados del siglo XIX.
Lo que la salva de estos resbalones es la enorme maestría de fotógrafos, puestistas en escena, escenógrafos y vestuaristas, y, sobre todo, el desempeño de un elenco que supera con creces al de la película de Visconti.
En la película, Burt Lancaster compone un príncipe incómodo que no sabe moverse y que más bien parece un actor estadounidense tratando de hacer de príncipe siciliano. Kim Rossi Stuart, el protagonista de la serie, es la perfecta encarnación del príncipe de Salina. Cada gesto que insinúa, cada movimiento que hace, cada frase que pronuncia es un resumen de una clase social del pasado o de una idea de aquella clase, que se consideraba a sí misma –y si nosotros hubiéramos vivido en aquellos tiempos, probablemente también la habríamos considerado de esa manera– superior.
La serie es notable en lo visual y en lo actoral, y, a pesar de los trastabilleos melodramáticos, no traiciona al libro de Lampedusa. La película es una gran obra. La novela es una obra maestra absoluta. Elijan las tres.
El Gatopardo. Seis capítulos de una hora. En Netflix. El Gatopardo. Traducción de Ricardo Pochtar. 328 páginas. Anagrama, 2019.