A las cuatro de la tarde, en una pausa entre dos oficios, Raúl González (53), el Pelado, llega con tiempo para elegir una mesa del bar. Deja su muleta cerca de la ventana y almuerza un sándwich caliente y un refresco sabor cola: “Si quieren, muchachos, sírvanse nomás”, nos invita, en su rol de tempranero anfitrión.
“Ahora vengo de Canelones. Estoy trabajando como chofer y también hago reformas de construcción: sanitarias, cocinas, baños, de todo”, cuenta sobre sus vueltas el carismático frontman, con el aplomo y la serenidad de muchas batallas y una luz de ojos alegres e invictos, distinta a la de su demonio escénico.
Su falta de apuro no disimula sus ganas de volver a cantar sus mejores historias, las de un personaje tallado en las noches y las madrugadas de la posdictadura montevideana, perfectamente verosímil entre los de Mad Max y Apocalipse Now!
“Nosotros agarramos el último coletazo, por suerte nos dio para grabar dos discos”, reflexiona, 15 años después de la separación del grupo, a propósito de su lugar y su destino dentro de la escena del rock de los 2000, marcada por una inédita popularidad, los festivales al aire libre de concurrencia masiva y el nacimiento de los fanatismos musicales con tintes futboleros. En esa época, al frente de talentosos músicos de bajo perfil, convocaba a una masa de pares, jóvenes y veteranos, arrastrados por el filo de canciones como “Todo muy claro” y “Caramelos ácidos”, cargadas de densidad climática y fogonazos poéticos alucinados.
En 2003 habían editado el EP Japonés y se despidieron con su segundo LP, Sapo (2009). Antes de sonar fuerte en las radios, transitaron una larga travesía por escenarios improvisados y de mala muerte hasta que fueron a parar al gigantismo de un Pilsen Rock, ayudados en buena medida por el impacto de un disco en vivo de 2007 que agotó su primera tirada, para sorpresa de su sello, Bizarro Records.
Después del abrupto final, González intentó varias veces reiniciar la actividad del grupo, sin suerte. En ese ínterin se juntó con otros músicos a probar suerte y su hija fagotista lo impulsó a probar con el proyecto Una Ballena, con el que tocaron en una Feria del Libro y en la Marcha Mundial de la Marihuana de 2022.
No fue hasta hace unos pocos días, y gracias a una invitación imprevista, que una llamativa pegatina de un hombre crucificado anunció el regreso de Guatusi, con su formación de Diego Varela en guitarra, Santiago Juan en batería, Paco Pintos en bajo y Nikolás Anastasiadis en guitarra. Sobre cómo sucedió el milagro y toda el agua que pasó, el cantante conversó con la diaria.
¿Quién te acercó al rock?
Creo que fue Tabaré [Rivero]. Porque llegamos a ser compañeros en la Intendencia de Montevideo. Yo había grabado unas bases con la Chancha [Eduardo] Elissalde, que era el baterista de Abuela Coca. Teníamos un personaje en el barrio que se dedicaba a hacer covers y se había armado una banda para ganar un cacho de guita. Ahí aproveché para meter un par de letras y para grabar un casete. Ese casete se lo di a Tabaré en los pasillos del Departamento de Cultura, en el tercer piso de la Intendencia. Y ahí surgió la posibilidad de hacer “Los rapiñeros”, un tema que compartimos con Maxi Angelieri, de Exilio Psíquico, y que se grabó para el cuarto disco de La Tabaré, Apunten… ¡fuego!
Viste que Tabaré cambió muchas veces de músicos. En ese momento Luisito [Machado], de Motosierra, y Pablo Reyes quedan afuera de la Tabaré y ahí empezamos a armar algo.
¿Llegó a tener nombre esa banda?
No, no llegó a nada. Después hicimos algo con Gabriel Brikman, que también tocó en La Tabaré, y ahí empezó un poco la cosa, porque tenía una banda que se llamada Gato Negro, con Daniel Benia [último bajista de Guatusi].
Nos reunimos en la casa de Daniel, allá en Corrales, y ahí sí, con el baterista Irving Carballo y el guitarrista Alejandro Lavandera, hicimos el primer grupo que sí tocó y que se llamaba La Cosa Nostra. Con esa banda llegamos a actuar en Paralelo 27, un boliche que estaba en 18 de Julio y Río Branco. Ahora ahí hay una casa de animé; me llevó mi hijo el otro día a comprar algo de Naruto.
Y antes de eso, ¿qué escuchabas?
Mi banda siempre fue The Who. Siempre me gustó un poco esa fuerza y la simpleza de las guitarras. Pete Townshend no era un violero de solos, era más bien muy expresivo. Y después escuché mucho rock de acá, porque mi adolescencia coincidió con la salida de la dictadura. Con casi 14, 15 años estaba escuchando a Los Traidores, Los Tontos, Los Estómagos, Polyester y, enseguida, La Tabaré, El Cuarteto de Nos, cuando estaban vestidos de viejas todavía. Todo eso me voló la cabeza. Empecé a estudiar guitarra y canto, empecé a escribir, sabía que tenía que ir para ese lado.
¿En qué barrio te criaste?
La Unión. Rousseau y Sanguinetti. Es el barrio todavía, porque viste que todavía uno tiene gente conocida.
Esta vuelta de Guatusi se da un poco por casualidad, ¿no?
Sí, cayó esta fecha por una invitación de Montevideo Music Box. Me llega un audio de Whatsapp: “Che, habla Fulano, soy de MMB y les propongo tal día con tales condiciones”. Y así como recibí el audio, le dije al loco: “Mirá, yo no estoy mucho en contacto con los demás integrantes del grupo. Tenemos contacto, pero no muy fluido”. Entonces les reenvié ese audio y no tuve más noticias.
¿Nadie respondió nada?
Nada, por un mes y pico. Hasta que un día me cae un Whatsapp con un video de los cuatro ensayando y un audio que decía: “Mirá, pelado, queríamos saber cómo estábamos, pero tocamos cuatro o cinco temas y están saliendo, así que venite cuando quieras que le prendemos”. Para mí también era un gran desafío, hasta me había olvidado de algunas letras. Vos pensá que fueron 15 años, te pasa la vida entera.
Las canciones de Guatusi tenían una música que parecía seguir la forma de tus textos. ¿Cómo escribís?
Las letras las tengo armadas en la cabeza. La mayoría de las veces llego a un ensayo y las tiro: “Che, quiero cantar esto”. Y después con la banda se va armando un rompecabezas de esto va con esto o con tal letra, alguien propone un determinado arreglo o se arma una base que a mí parece que puede ir con algo que yo llevo. Siempre insisto mucho en lo que quiero decir o transmitir. Entonces se termina acomodando la música a la poesía. Además, yo nunca fui un cantante melódico, soy más bien un decidor. Por eso las guitarras también hacen el trabajo de luminosidad y de música para complementar lo que yo aporto desde el canto.
¿De dónde viene tu poesía?
Nunca fui lector. Me cuesta muchísimo ponerme a leer cosas, pero escribir me sale solo, como algo natural.
Las imágenes como la de “Sapo”, por ejemplo, ¿de dónde salen?
No sé si puedo responder eso, pero ahí va un acercamiento. Fue Santiago el que me dijo: “Escribí una canción que diga ‘fuiste como un sapo drogado’, pero yo nunca compuse así. A mí las frases me vienen de otros lados. Yo escucho mucho. Me encanta, por ejemplo, esto de estar charlando con vos. Yo soy un loco que ha tenido mucho boliche de esquina. Me encanta charlar con los viejos acodados al mostrador. Y eso viene de chico. Mi padre me mandaba a comprar cigarros al Apolo 11, el boliche del padre de un amigo de la escuela, que estaba en la esquina donde yo nací. Al principio, con mi amigo nos quedábamos afuera, en unos cajones del almacén que estaba pegado, comiendo papitas y tomando Sprite. Después, de más jóvenes, ya podía curtir el bar, que terminó heredando mi amigo. Y ahí es como dice Discépolo en “Cafetín de Buenos Aires”: “filosofía, dados, timba…”. Yo siempre estaba atento a lo que pasaba ahí.
Lo de “Sapo” lo terminé cerrando con la personalidad de una de mis ex, que siempre justificaba sus acciones por otras cosas malas que le habían pasado en su vida. Por eso dice: “Ibas por el mundo enfermamente, manteniendo abierta siempre tu herida, sangrando”.
¿Y “Japonés”?
Casi no me acuerdo. Yo había llegado de Brasil, donde había estado detenido por un tema de tráfico de drogas. Entonces, cuando habla de que “ya me fui y me alejé de tanto humo”, alguien puede pensar que se me fue la cabeza, pero mi intención era la de decir que me había alejado de ese mundo.
Por algunas cosas que has contado antes y ahora, se podría decir que has tenido una vida muy agitada. ¿Cómo vivís este momento?
Siempre he sido un buscador y por eso mismo me he metido en problemas. Por suerte, también, como digo en una de las canciones, la vida siempre me tironeó de vuelta para este lado. Creo que hay una base ahí también, de los viejos, de la escuela, por más que vos te quieras ir, eso siempre está.
Ahora, como mucha gente, vivo trabajando más de 12 horas. Salgo a la mañana para manejar, vuelvo a casa y me voy a pintar una azotea o a picar una pared, a destapar una cámara, y la gente se pone contenta cuando vos le brindás una solución. Ayer a las siete de la tarde me fui al ensayo con la misma ropa de trabajo y estuvimos hasta las diez de la noche, pero es una vida que me gusta.
¿Qué lugar ocupa la música en esa mezcla?
La música siempre sigue en la cabeza. Yo paso muchas horas manejando con la radio prendida, pero prefiero escuchar programas periodísticos antes que música. Ya escuché un montón de rock y de tango, que también me gusta mucho; he escuchado también mucho tango. Prefiero escuchar conversaciones, porque la música la tengo, sigo escribiendo y me siguen bajando cosas.
A veces, cuando termina el día y me tomo un vino a última hora, de repente, me aparece alguna melodía y me pongo a escribir algo que se me ocurrió al mediodía. O sea, hay un mundo musical que yo lo vivo de forma permanente.
Anunciaron un único show. ¿Cómo sigue Guatusi?
Es que pasaron muchas cosas. Hubo un intento previo. Nos juntamos para un asado y no pasó nada, y terminó funcionando la cosa cuando nos encontramos en un ensayo a tocar, que era lo más lógico. De mi parte estoy seguro de que vamos a hacer otras cosas. Ya estamos charlando y uno dijo: “Yo también tengo algo”. La consigna principal es la de disfrutar de este momento con la gente. Vamos a registrar el concierto en audio y video y seguimos concentrados en los ensayos para sonar bien.
Un personaje clave en la historia de Guatusi es el caramelero que recita en “Caramelos ácidos”. ¿Qué sabés de él?
Mirá qué ironía: el caramelero, Nelson López, es la única persona con la que siempre me mantuve en contacto durante estos 15 años que pasaron. Hemos pasado cumpleaños y navidades juntos, con mi familia y la de él. Me ha enseñado alguna cosa de laburo, yo le he enseñado a él otras cosas. Siempre nos hemos ayudado mutuamente. Es el amigo que tengo. Ahora está ensayando con nosotros y está contento con esta vuelta. Para Nelson, Guatusi es un lugar en donde se siente de otra forma. Es una persona que ha sufrido mucho, con una vida muy pesada desde niño, que sigue adelante, siempre con humor; eso yo lo valoro muchísimo.
Nelson siempre está tirando energía positiva, que es lo que también tratamos de hacer con Guatusi. Todo lo que he pasado, momentos malos en la vida, he tratado de convertirlo en canciones que digan algo positivo o que, por lo menos, muestren alguna puerta de salida. Mientras estemos de pie, no se termina la vuelta. Te despertás al otro día y la acomodás.
Guatusi. Sábado a las 21.00 en Montevideo Music Box (Av. Dámaso Antonio Larrañaga 3195). Entradas a $ 800 y $ 950 en Redtickets.