Con Las brujas de Salem_ es la segunda vez que Andrés Lima dirige la Comedia Nacional: hace dos años montó su versión de Edipo rey en el teatro Solís. Desde entonces, el conocimiento mutuo entre el director español y el elenco uruguayo se ha ido consolidando. “Es un privilegio trabajar con un elenco fijo en un teatro público. Hay muy pocas oportunidades de hacerlo, tal y como está la economía del teatro. Trabajar en profundidad, con tiempo, en una obra compleja, para mí es un placer. Son muy buenos actores, muy dúctiles, pero sobre todo son inteligentes. Es un elenco que no está esperando hacer lo que le digas, sino que se dispone con mucha facilidad a investigar y analizar qué es lo que pasa. Ellos saben lo que hacen, por qué lo hacen y para qué lo hacen. Y eso es un privilegio para un director”, dice Lima.

La semana pasada, Cinemateca Uruguaya organizó, junto con la Comedia, la proyección de una versión cinematográfica de la obra de Arthur Miller que contó con un intercambio entre José Miguel Onaindia, director artístico del elenco oficial, Lima y los espectadores. Allí, Onaindia comentó que se habían estudiado varias posibilidades hasta llegar Las brujas de Salem. Agregó: “Nos decantamos por ella por muchos motivos: por lo buena que es, por la posibilidad que da este trabajo con el elenco y por la situación del mundo. La regresión política que hay en Estados Unidos es brutal. [Donald] Trump representa al neoliberalismo más feroz, con el nacionalismo cristiano apoyándolo. Y esto es exactamente el marco de la obra. En Salem, con los colonos que pueblan Nueva Inglaterra, se origina poco a poco una nueva economía muy rica. Y lo que en un principio son comunidades bastante democráticas, organizadas mediante asambleas del pueblo, se va convirtiendo en algo que favorece los intereses de los que más tienen, apoyados por el poder de la iglesia”.

El personaje John Proctor, con todas sus contradicciones, parece pagar por ser el representante de los pobres. Son explícitas las contradicciones de clase en la obra, y la iglesia juega un rol.

Es muy explícito porque además es un hecho generalizado en la historia. La iglesia –no la religión– sabe dónde posicionarse y normalmente es donde los que más tienen. Y en el pequeño pueblo de Salem se ven todas esas relaciones. La superstición, que va muy unida a la fe en muchos sitios, es utilizada por la iglesia para demonizar lo que no le interesa. Y si este señor está defendiendo a los pobres, o tiene tierras que interesan, pues rápidamente es amigo o está en diálogos con el demonio. En realidad, Arthur Miller lo único que hace es trasladar lo que le pasó a él durante la caza de brujas de McCarthy [en la década de 1950] a la época del origen de Estados Unidos. Es brillante el paralelismo, porque hoy sigue siendo igual. En términos mucho más macro, la relación sigue siendo la misma. Y pagan siempre los más pobres, aunque parezca infantil decirlo. Y entre los más pobres, los de raza diferente. Y dentro de eso, las mujeres. Al fin y al cabo, la caza de brujas tiene nombre femenino y siempre ha estado dirigida hacia las mujeres.

Y al poner la historia con esa perspectiva, no hablando directamente del macartismo que le era contemporáneo, Miller logra que la obra pueda referirse a otros lugares en otras épocas.

La perspectiva histórica es muy importante para cualquier dramaturgo o artista o persona. Los hechos ya constatados hace muchos años son un espejo para nosotros. El estudio del pasado, lo que se llama la memoria histórica, es muy relevante para saber cómo somos y para saber cómo podemos llegar a ser en el futuro. Si vamos hacia la catástrofe o hacia el diálogo para ponernos de acuerdo y que esto sea diferente.

Porque como comento muchas veces, el problema de Salem no es el señor Danforth, el juez, que legisla por medio del terror y de la amenaza. El problema hoy en día de cualquier comunidad, sea grande o pequeña, somos nosotros mismos. Estamos dentro de un sistema democrático y lo paradójico es ver cómo lo estamos malversando votando a personas que prácticamente son dictadores. No sé en qué punto nos perdimos o si siempre hemos estado en esta situación de abandonar la comunidad igualitaria para convertirnos en rebaño que obedece a través del miedo. Y recién cuando te empiezan a acusar de brujería te vuelves de oposición.

Las acusaciones aumentan, más que por convicción, por miedo, y luego de que el mecanismo está en marcha hasta los ricos empiezan a temer.

Claro, cuando creas un sistema de terror y de amenaza basada en la mentira nadie está libre de la quema. Pero el porcentaje de los que son quemados suele ser mayor de lo que es previsible. La primera que cae es Tituba, que es la criada caribeña. A mí lo que me interesa de todo esto es que esos saltos de tiempo, esos anacronismos que utiliza Miller como metáfora, hoy siguen funcionando. Yo pongo la obra con los diálogos tal cual el primer guion original, pero mi puesta en escena establece un principio de distanciamiento como el que hace Miller. La función empieza con “YMCA”, de Village People, que es la canción buque insignia de Trump. Es un principio festivo, porque es una fiesta el hecho de que los colonos lleguen a Nueva Inglaterra y se instalen. Un grupo de personas perseguidas que consiguen generar una ciudad y una nueva sociedad desde cero tiene que ser emocionante.

Al mismo tiempo, nos sitúa en el hoy, para ver qué ha pasado con toda esa ilusión del Mayflower y cómo se ha conducido todo eso. Y cómo los poderes que operan siguen siendo los mismos. El nacionalismo cristiano está detrás de la victoria de Trump, son los que le ayudan a conseguir el voto. Los principios de una sociedad gobernada en el nombre de Dios por un líder que va a hacer y deshacer lo que le dé la gana de una manera totalmente autocrática están en Salem y están hoy. ¿Y qué estamos haciendo como pueblo?

En tu versión de Edipo rey había bastante protagonismo del pueblo encarnado en el coro. ¿Qué lugar tiene el pueblo en esta puesta?

El pueblo está continuamente presente en mi versión. Otro de los aportes desde la puesta en escena es prescindir de una escenografía que ilustre la casa de tal señor, o el campo, o la horca. El Solís se transforma en un foro que representa el tribunal. Lo único que hago es poner más asientos en el escenario, que rodean la escena, y el público se convierte en parte del pueblo, que está permanentemente en escena. El público no tiene que hacer nada, pero al estar junto con los actores sabemos que Salem, hoy, es Montevideo.

Onaindia habló de lawfare, vos hacías referencias a las fake news. ¿Cómo se traslada a la puesta esa lógica de acusar y sentenciar al mismo tiempo?

En realidad, bastaría con que sonara “YMCA”. O cuando las niñas empiezan a acusar gente, que ponemos a todo volumen “Born in the USA”, de Bruce Springsteen. Esas contradicciones te colocan directamente; no hace falta hablar de las fake news, las ves directamente relacionadas. La acusación ha vuelto a estar de moda, la acusación popular, el señalar con el dedo sin tener ningún tipo de pruebas está de moda en todo el mundo. Y está de moda en foros de derechas y de izquierdas. Es un procedimiento que debemos revisar y tener cierta autocrítica, porque se utiliza para acabar con la vida pública, social o personal de alguien. Es un sistema que tiene más que ver con la delación que con la justicia.

En realidad, es una manera, para citar la religión, de tirar la piedra y esconder la mano. Son procesos que no resuelve Miller ni lo hago yo en la puesta en escena, pero son preguntas que se lanzan al espectador. ¿Por qué la injusticia, sea la de Dios o la de los hombres, impera sobre la verdad?

La música es bastante protagonista en la puesta, entonces.

Sí. En Edipo rey trabajé maravillosamente con Santiago Marrero, y en este caso podría haber elegido una música original, pero me parecía que la apropiación del pop y del rock en la cultura neoliberal actual era interesante para que la reprodujéramos. Y que el público reconociera las canciones, porque es nuestra actualidad. Y que sea buena música, que tenga el ritmo necesario para este thriller. Al final, lo bueno de Miller es que no solamente pensaba todas estas cosas, sino que tú asistes a dos horas y media de ver quién es el asesino, si lo ahorcan o no. Es una obra modélica de suspense al fin y al cabo.

Foto del artículo '“La política es muy jugosa para el teatro”: el español Andrés Lima vuelve a dirigir a la Comedia Nacional con Las brujas de Salem'

Foto: Gianni Schiaffarino

Hablabas de la continuidad entre la forma en que se constituyeron las colonias originarias y el presente de Estados Unidos. El año pasado en España montaste 1936, una obra que hace referencia al inicio del levantamiento fascista en tu país, que fue particular, porque los subversivos ganaron la guerra y Francisco Franco murió en su cama. Se habla mucho de la continuidad de lo que devino después del franquismo, especialmente por el peso que tiene la Constitución de 1978 en el presente. ¿Hay cierto paralelismo allí?

Siempre hay paralelismo. España, desgraciadamente, es pionera en el fascismo, junto con Italia; es una pena, pero es así. Desde antes de la guerra civil, el fascismo de [Benito] Mussolini caló mucho en ciertas clases que estaban respaldadas por la aristocracia, por un lado, y por la iglesia, por otro. Y lo que sucedió fue esa horrible guerra, con casi un millón de víctimas. Y Franco se impuso como dictador hasta su muerte, como tú has dicho. La famosa transición española, que es ejemplo mundial de transición a la democracia, y me imagino que en algunos aspectos lo será, hizo concesiones que se podrían haber solucionado más tarde, pero no fue así. Entonces, subterráneamente, sí que sobrevivió mucho dinero en manos de la gente a la que le interesaba el régimen fascista. En el poder político no tanto, porque era lo más visible, pero en el poder judicial y, desde luego, en el poder económico hay una continuidad. Las tierras de todo el sur de España siguen siendo de lo que llamamos en España “los señoritos”, aliados de la iglesia. El fascismo se puede llamar de diferentes maneras, pero continúa.

A Elon Musk o a Donald Trump les llamo fascistas, fascistas de pizarra de maestro, aunque ellos no se llamen a sí mismos de esa forma. A [Javier] Milei yo le llamo fascista, por mucho que él se llame libertario, y encima ha robado una palabra que era bien hermosa. Pero están en todas partes. En Francia hay una cantidad de votantes de Le Pen; en Italia, de Giorgia Meloni; en Alemania, del nuevo frente AfD. Entonces ese fascismo es una manera de estar en el mundo más que un catálogo de principios concretos. Y básicamente es el imponer la opinión de unos pocos representados en un líder por medio de la violencia y el terror. De ahí que tenga tanto que ver el tema de los desaparecidos. En España hay más de 100.000 desaparecidos todavía. En América Latina hay un montón. Y la justificación de borrar esa memoria histórica siempre viene por parte de los mismos, de la derecha y de la ultraderecha. No es una opinión política personal, es un hecho histórico. Sobre eso hay que reflexionar, sobre todo cuando llevamos la bandera de la democracia en muchos de estos sitios donde está pasando esto. ¿Es realmente democrático el gobierno argentino, por mucho que haya salido de las urnas? ¿Es realmente democrático lo que está sucediendo en Estados Unidos, por mucho que haya salido de las urnas? Es una contradicción sobre la que tenemos que reflexionar.

¿Y qué rol juega el teatro desde tu perspectiva en esa tarea de reflexión?

Para mí el teatro es libre de ser, de hacer y de decir lo que le dé la gana, para algo debemos ser defensores de la libertad de expresión. Que también es algo que está cuestionado desde muchos sitios “democráticos”. Pero al teatro lo primero que le pido es que sea entretenido. Cualquier tema de los que estamos hablando, si no pasas una buena hora y media o dos horas en el teatro viéndolo, te aburre y no queda nada. Lo importante del teatro es el propio teatro, que sea un buen espectáculo, que te conmueva o que por lo menos te mueva del asiento, incluso físicamente, porque te indignas y te quieres ir o porque te den ganas de darle un beso a uno de los actores.

Dentro de eso, mi interés siempre ha sido fijarme en el mundo en que vivimos. Y fijarme en el ser humano. Por eso la política es muy jugosa para el teatro, porque es una manera de reflexionar todos juntos sobre qué hacemos. Y aparte es muy entretenido y muy divertido y en cualquier sociedad democrática no debería dar miedo a nadie el que se cuestione a los líderes. Para eso está el teatro, para cuestionar el poder, fundamentalmente, entreteniendo e incluso riéndose del poder. Ahí es cuando empezamos a molestar.

Las brujas de Salem. Del 26 de junio al 27 de julio a las 20.00 (domingos a las 19.00) en el teatro Solís. Entradas a $ 550 en Tickantel.