“Yo soy un optimista medioambiental y estoy metido en muchos temas sociales porque así lo siento”, dice el barcelonés Daniel Carbonell Heras, mejor conocido como Macaco, al otro lado del teléfono, en una pausa de la grabación de su decimosegundo disco, compuesto en un estudio casero cerca de la playa y cerca de su madre, la cantante y actriz María Teresa Heras.
El sucesor del romántico Vuélame el corazón (2022) tendrá “músicas de raíz del mundo entero”, incluidas cumbias, chacareras, mezcladas con un sonido contemporáneo: “Las letras son bastante irónicas, luminosas, pero afiladas, hablando un poco de cómo está el mundo, ¿no?”, adelanta el cantante, continuador de una tradición de trovadores románticos no exentos de sensibilidad social, en la línea de José Luis Perales, Silvio Rodríguez, o más acá en el tiempo Joaquín Sabina, Ismael Serrano y Juanes. Para Macaco, atento al panorama latinoamericano, resulta incomprensible el dogmatismo violento del presidente Javier Milei y asegura que todos los políticos deberían ser como Pepe Mujica.
“La santa pasión”, su corte más reciente, como muchas de sus canciones más conocidas, resume la transversalidad cultural y el voraz interés del cantautor de pelos desteñidos. Inspirado por el icónico parlamento de Pablo Sandoval –el funcionario judicial y fanático de Racing interpretado por Guillermo Francella en la película El secreto de sus ojos–, Macaco le dedica una carta para nada casual al pueblo de la Argentina en crisis.
Acompañado del ritmo de una rumba catalana, el cantante encuentra una equivalencia entre el ser argentino y una “santa pasión”, salvadora de injusticias y catástrofes. “Te queman la Patagonia desde el clan de la Babilonia, pero hoy te plantas encima de su plan”, denuncia e imagina el artista. Su larga lista de cruces internacionales incluye un sampleo de los discursos del expresidente venezolano Hugo Chávez, en el raggamuffin ambientalista “Madre Tierra”, y las voces de Jorge Drexler y Joan Manuel Serrat, invitados a cantar su emblemática “Diminuto planeta azul”.
“Yo siempre digo algo que no es una metáfora o una proyección poética”, aclara antes de lanzar sólidos argumentos sobre su múltiple arraigo y el mestizaje sonoro con el que compone su música: “Todos somos semillas esparcidas en distintas partes del mundo. Todas las músicas vienen de otras músicas, no hay músicas puras”, señala. “En mi sangre tengo partes de gitano, punillo y catalán del siglo XVIII, así que imagínate”.
A la vez, explica, “no existe lugar más mezclado que España”: “En los conciertos yo le recomiendo a la gente que se haga un análisis de sangre para descubrir sus antepasados”, cuenta, y se afirma en los criterios del uruguayo Jorge Drexler: “Yo no puedo decir que mi bandera es un trozo de tela triste, mi bandera es el olor a vino, el sabor a salitre”.
“Me da mucha rabia cuando alguien te dice ‘no puedes trabajar con ese ritmo’”, lanza con visceralidad a propósito del concepto de apropiación cultural. “La primera vez que estuve en Japón me quedé flipado. Llegué y me llevaron a ver un grupo japonés de flamenco increíble. Habían estudiado el ritmo desde que eran niños. Entonces, las mejores cosas pueden venir de cualquier lado”, reflexiona, y remata con una carta ganadora: “Con la misma lógica de la apropiación cultural, yo te podría decir que Lola Flores ya rapeaba en los años 40”.
Al rescate de la memoria familiar
“No se puede separar mi suelo de tu cielo”, canta Macaco en “La memoria del corazón”, otro de sus más recientes lanzamientos, dedicado a su madre, víctima de la enfermedad de alzhéimer.
“Esto ha sido un viaje, y lo sigue siendo”, cuenta el artista, que desde joven comparte con su madre los mismos oficios y talentos. Como actriz de doblaje, María Teresa Heras fue la voz en español de los clásicos cinematográficos Mi bella dama y Mary Poppins, mientras que su hijo todavía puede darse dique con su participación en el doblaje de la película Los goonies.
“Con ella aprendes a vivir en otra galaxia. Es como una experiencia surrealista”, dice. “Te acostumbras a los códigos de comunicación de un presente continuo. Todo vuelve a empezar en diez segundos”, relata. “Es una sensación muy potente. Yo descubrí con mi madre que hay una memoria que se mueve en unos parámetros muy particulares, diría que muy conectada a la emoción. Un día me puse a cantar un tema de los 70, algo de cuando yo era muy pequeño, y de repente ella empezó a cantar conmigo y resulta que se sabía la letra de arriba abajo”, cuenta. “Eso luego se transformó en una rutina muy grata, como salir al contacto con la naturaleza, porque puede conectarse de forma muy intensa con las plantas y las flores. Siempre estamos cantando canciones italianas que ella se sabe de memoria. De pronto se olvida de que su propia madre ya no está, o del color de su pelo, pero hay algo de lo que nunca se olvida. A veces le digo ‘¿sabes quién soy’, y me dice: ‘Claro, mi hijo Dani’”.
Macaco. Viernes a las 21.00 en Sala del Museo (Rambla 25 de Agosto de 1825 y Maciel). Entradas a $ 1.370 en Redtickets. 2x1 para Comunidad la diaria.